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Guayaquil siempre muestra una dosis ilógica de ubicaciones barriales. Es muy normal encontrarse la choza de un gomero justo enfrente de la casa de dos pisos de algún pseudo pelucón, que habla con esos acentos inventados mezcla de castellano y retardado. Eso es bastante normal, pero el lunes –en uno de esos viajes forzosos que uno hace con el fin de ganarse una nota- me di cuenta de que hay ejemplos más como estos, quizás no tan evidentes, pero que merecen ser contados.

El barrio Las Peñas es bastante conocido por ser un símbolo turístico guayaco, en el que lo más común es encontrarse extranjeros, en su mayoría gringos, tomando fotos a cual cosa se mueva. Entre eso y mucho más, les contaré un par de cosas que me pasaron en el cerro.

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Con el fin de conseguir fotos para una tarea, José –aquel que contó sobre su aventura en la Chemiss- y yo, decidimos subir hacia el faro por un lado diferente a las escalinatas principales del cerro Santa Ana. No sólo nos encontramos con que no había escalinatas, sino que por momentos y por la hora, uno podía perderse en la imaginación y sentirse por un segundo en otra época. Digo un segundo porque luego te encuentras autos y de pronto con una casa que dice: “Casa de Las Peñas siglo XXI”, vivienda que sólo Tony Montana o Pablo Escobar tendrían la dicha de poseer. Más allá de la casa encontramos a un guardia que nos indicó la ruta para seguir por el camino bonito.

El camino bonito no resultó ser tan bonito. A partir de ese momento, y  a pesar de lo genial que se veía el color de los pasillos, nos encontramos con cantidades bastante considerables de mierda… Sí, mierda. La expresión de José fue: “¡¿Por qué hay tanta caca?!”

Entretanto, se escuchaba de fondo la salsa que provenía de las casas. Mientras seguíamos con el camino, no pude dejar de sentirme en una favela en ciertos tramos, por la música, por los gritos de las veteranas levantando a sus hijos/maridos y por la cromería de sujetos que caminaban por el sitio.

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Luego de haber recorrido unos cinco minutos más, llegamos a un rincón en el que estaban cuatro guardias y más adelante había una puerta abierta que indicaba el camino hacia el otro lado, el lado  oscuro del cerro. Intentamos ir hacia allá, pero los guardias impidieron una desgracia segura diciendo: “Van allá, regresan sin zapatos”, mientras se recostaba en la barandilla. Seguimos las indicaciones del guardia y llegamos a la parte baja del faro, en donde nos dedicamos a ver a Guayaquil.

Muchas cosas pudimos ver de este Guayaquil a partir de ese punto, desde el smog, hasta los edificios. De hecho, aprendí varias cosas que gracias a mi origen babahoyorkino, no sabía, como que el edificio de La Previsora es el más alto del país y ese tipo de datos relevantes para sorprender rubias. En un momento comenzamos a apreciar el lado oscuro del cerro, esa parte que está destrozada y donde no se ve indicios de camaradería en lo absoluto. José y yo iniciamos una conversación sobre los edificios enormes que se construyen frente a ese lado del Santa Ana, nos fijamos enseguida en que tapaban totalmente ese lado del cerro. Entre risas y lástima, sentenciamos que esa gente nunca iba a tener una remodelación parecida a la de su contraparte y que las personas deberían dejar sus ilusiones de reformación urbana.

José, fijándose en que en realidad ese lado del cerro es un completo desastre, se limitó a decir: “Bájate de la nube, brother”. Luego de eso, recibimos la llamada que nos indicaba que debíamos bajar. El descenso fue un golpe a nuestros maltrechos físicos, pero eso es otra historia.

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