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Corría el año 1962. Yo cursaba el cuarto año de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Católica de Quito, recién bautizada con aquello de Pontificia, cosa que nunca lo entendí ni le encontré sentido. En el precario bar estudiantil solíamos reunirnos alrededor de un café, literariamente hablando porque por lo general solo uno de nosotros podía pagárselo. Total es que la idea era conversar. Allí inefablemente estaba el arquitecto Rafael Vélez profesor de la facultad correspondiente, quien pese a sus años tenía un trato entusiasta y juvenil. Y realmente este es el personaje semilla de toda la cuestión y jaleo que se armó en la vida deportiva de la entidad. Todo lo bueno se inicia alrededor de un café, decía yo.

Rafael Vélez era, además, muy relacionado con el casi colindante Colegio Americano de Quito y fue parte de un entusiasta grupo de profesores y padres de familia que empujaba a su equipo de fútbol que había quedado campeón colegial. Allí destacaban algunos buenos jugadores, tales como Antonio Chiriboga, arquero temerario y Ramiro Tobar, un recio defensa. Y ese era el tema de conversación cuando nos enteramos por boca de Paco Tobar, crónico tesorero de la Universidad hasta que un día se volvió a enamorar y abandonó a su larga familia para irse a escribir poemas en España con su nueva y joven compañera, que había llegado una invitación enviada por parte de la U. de Guayaquil para participar en un campeonato de futbol interuniversitario a realizarse en el Puerto Principal durante el mes de mayo, y estábamos a escasos dos meses de ello.

Así, por puro entusiasmo se decidió tomar la base del equipo de fútbol de colegio Americano a los que sumamos jugadores estudiantes de la universidad, entre ellos a Rafael “Pico” Terán, Pepe Suarez, Alfonso Troya, Manuel García, Pepe Suarez, su hermano cuyo primer nombre no recuerdo, Oswaldo Orbe y otros más. Se entrenó en la excelente cancha del colegio gringo e inscribimos al flamante equipo para participar en esta aventura.

Jorge Salvador, como Presidente de la Asociación de alumnos de la Facultad de Derecho, Eduardo Valencia como presidente de la Asociación de alumnos de la Facultad de Economía, Fabián Carrillo dirigente, dirigente y amigo muy querido y prematuramente  fallecido, y yo, presidimos la delegación que viajó a Guayaquil.  Desfilamos, con corbata, escarapela y prosa en el Estadio Modelo tal como consta en la fotografía que adjunto (de izquierda a derecha en el orden inverso al mencionado). Ganamos, farreamos y regresamos.

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Con ese antecedente y bríos se unieron personajes muy importantes tales como Pepe Rivera todavía en ese tiempo sacerdote, muy carismático y profesor al igual que Rafael Vélez ya citado, Carlos Egas funcionario de la Universidad y Manuel de Guzmán Polanco un prestigioso abogado y profesor internacionalista que avalaron antes las reacias y muy conservadoras autoridades de la Universidad a conformar el Club Deportivo de la Universidad Católica de Quito, que jurídicamente tomó forma un año más tarde, es decir en 1.963. Manuel de Guzmán Polanco fue nombrado presidente. Su hija Eugenia era casi una dirigente más y debo decir que muy bella en honor a mi gusto y a la verdad.

Y así se inició la aventura de inscribir al equipo para participar en el campeonato amateur de Pichincha, y habiéndolo ganado ese mismo año, ya para 1964 se pudo participar en el campeonato de ascenso que en 1965 también lo ganamos venciendo al Gladiador mediante tiro penal que lo conquisto el jugador Orbe.  Estábamos en la serie superior y sin realmente estar preparados económica ni mentalmente para manejar un equipo profesional.

Los partidos se disputaban las tarde de los sábados en el estadio de El Ejido, el del arbolito. y nuestra barra brillaba por su entusiasmo lo cual, sin duda, contribuyó a que venciéramos. Ahora deberíamos debutar en el estadio Atahualpa que nos quedaba muy grande para el número de seguidores que éramos y donde nuestros gritos se difuminaban con gran facilidad ante las barras adversas. Pero ahí estuvimos envueltos en esa pasión que el futbol suele causar especialmente durante esos dulces años de vigorosa juventud.

Y fue como nos vimos frente a la primera división para competir con equipos como el Deportivo Quito, LDU, España que luego se llamó Politécnico, América, Aucas, El Nacional, Atahualpa y el aguerrido Atlanta. En aquellos tiempos el campeonato nacional se jugaba entre los campeones y vice campeones de AFNA y de la ASO. En todo caso nos tocaba enfrentar a equipos y jugadores ya avezados en eso del semi profesionalismo de aquellos tiempos cuando se jugaba con más fuerza y ganas que dinero. Casi todos los jugadores trabajaban en las empresas que generosamente les daban permiso para ir a los entrenamientos, y como dirigentes teníamos que gestionar esos apoyos indirectos que se lograban más por influencia o como favor que por otra mejor razón.

Tuvimos el acierto de traer al profesor Vesilio Bártoli, un italiano sesentón que arribó con cuatro refuerzos paraguayos. Carlitos Gutiérrez, Francisco Tabuada, Valerio Ferreira y Primo Caballero. Bajaron descalzos del avión estos cuatro mosqueteros pues venía del llano guaraní. Dieron clase de entrega y de coraje para sumarse a Ramiro Tobar, Antonio Chiriboga, Ramiro Escalante, el “mono” Agustín Cruz, Oliva ,Ruiz, Troya y algunos más. El banco de suplentes era escaso pero las ganas y garra sobraban.

Nuestro debut se hizo nada más y nada menos que con la Liga de Quito que representaba todavía a la Universidad Central. Duelo universitario que superaba el escenario deportivo pues básicamente era ideológico. Fuimos objeto de burla por parte de la abultada hinchada blanca e incluso por los auto parlantes pusieron una grabación del Santo Rosario tomado de la radio Católica, y así con ese fondo poco convencional saltamos a la cancha a enfrentarnos a esos monstros que era los hermanos Eduardo y Mario Zambrano, Miguel Salazar, el flaco Mantilla y una pléyade de jugadores recios, guapos y avezados. Ni un afro jugó en ese equipo durante muchos años, mientras nosotros si habíamos hecho avances raciales dando muestras claras que teníamos mentes más abiertas, mientras ellos eran pelucones al decir actual.

El profesor Vesilio reunió al plantel y les explicó y aplicó aquello del “catenaccio”, aquel sistema ultra defensivo aplicado en Italia por Helenio Herrera en el Inter de Milán, y con el cual ese equipo estaba en la cima mundial. Según su criterio con esa base de jugadores inexpertos no quedaba otra alternativa que despejar el balón hacia la fosa, sin intentar jugarla sino cuando viesen al escurridizo “mono” Cruz ubicado y libre dentro del círculo central. En aquellos tiempos no se podía jugar sino con un balón, y los pasabolas perdía mucho tiempo recuperándolas en las profundas trincheras que separaban la cancha del graderío. Tampoco se descontaba el tiempo muerto, por lo que el sistema de don Vesilio funcionó a la perfección. Otro factor a considerar es que el empate otorgaba un punto y la victoria dos, por lo que la estrategia de jugar a la defensiva redituaba bien en la tabla de posiciones.

Las apuestas corrían por las tribunas, y establecimos un fondo para apostar pidiendo la ventaja del empate. Buen dinero hicimos. Ese partido quedó igualado sin goles, y así en seguidilla mantuvimos un largo invicto por siete partidos consecutivos, marcando de vez en cuando un gol gracias a la velocidad y picardía del “mono” Cruz. Los paraguayos eran unos monstruos de energía y garra que contagió a todos. El invicto nos lo quitó El América con un soberbio cabezazo de Gauna, aquel gran jugador que luego militó en Emelec. Finalmente quedamos campeones luego de repetir un accidentado partido contra El Nacional donde se nos marcaron tres penaltis a la manera más burda militarmente hablando. Fue un escándalo que obligó a repetir aquel partido que finalmente lo ganamos 1 por 0 con gol de Cruz.

Para ese entonces recibí un cablegrama diciéndome “Católica Campeón”. Yo estaba instalándome en Madrid gracias a una beca bien sudada. Los cablegramas se cobraban por palabras, y fueron suficiente dos para darme la noticia. Ya nunca volvería a establecerme en Quito mi ciudad natal, y desde Guayaquil fui fiel seguidor de sus mejores momentos cuando la Católica llegó dos veces a ser subcampeón nacional en los años 1973 y 1980. Luego el caudaloso Guayas me devoró para siempre, aunque quedé con una no marcada tendencia hacia el color azul.