aa001.jpg
aa002.jpg
aa003.jpg
aa004.jpg
aa005.jpg
aa006.jpg
aa007.jpg
aa008.jpg
aa009.jpg
bb001.jpg
bb002.jpg
bb003.jpg

“Lago Agrio, Provincia de Sucumbios, Ecuador. Población: 57.727

Sour Lake, Hardin County, Texas, Estados Unidos. Población: 1.813″

Estas dos ciudades, ubicadas a 3800 Km. de distancia entre sí, no conocen de la existencia de la otra, sin embargo comparten mucho más que un nombre con el mismo significado. Ambas se fundaron en territorios con enormes cantidades de crudo debajo de su superficie y las dos vivieron la experiencia de la misma empresa petrolera, Texaco, operando en sus terrenos desde el día en que nacieron”.

Con ese párrafo el artista Pablo Cardoso inicia el proyecto Lago Agrio – Sour Lake que presentó a la Fundación Rockefeller y con el cual ganó una residencia en Italia, de la que acaba de volver. A sus cuarenta y seis años, Cardoso sabe perfectamente lo que quiere hacer con su arte: Sus obras no son un fin en sí, sino un vehículo para transmitir sus intereses que son, a la vez, intereses que deberían ser de muchos. No es que sea un evangelizador de nada, es un hombre y un artista consciente del mundo en el que vive y de los conflictos que nos atañen –en este caso como ecuatorianos pero, sobre todo, como seres humanos-.

Preparado con horas de lectura de artículos sobre la demanda de treinta mil amazónicos contra Chevron e ilustrado por Crudo, el documental de Joe Berlinger, en Diciembre del 2010 Cardoso viajó por primera vez a Lago Agrio con la intención de desarrollar un proyecto artístico que gire en torno a su drama ambiental.

Cardoso relata que la realidad superó inmediatamente sus expectativas: “Quizás es la belleza sobrecogedora conviviendo con la devastación lo que hace la imagen incluso más dramática, más difícil de aceptar. En Lago Agrio se puede pasar en cuestión de minutos de un pozo negro y pestilente a una laguna azul y verde esmeralda, donde la vida es tan abundante que no puedes fijar la vista en un solo punto por más de unos segundos”.

Cardoso ha tenido una carrera prolífica en la cual, además de los varios reconocimientos y becas recibidos, ha sabido mantener una producción sólida y comprometida. Lago Agrio – Sour Lake es, por ahora, la obra en la que de manera más potente logra hacer confluir sus intereses políticos y artísticos.

Desde hace una década la producción de Cardoso se ha volcado hacia las poéticas del viaje, del trayecto, del recorrido, del tránsito, en sus dimensiones personales y externas, en la subjetividad y en lo objetivo; depositadas en la imagen del paisaje, del traslado en un territorio.

En Lebensraum, una de sus últimas series, se apropió de las pinturas de mediados del siglo XIX que Frederic Edwin Church realizó sobre las expediciones científicas a Ecuador en las que participó. Estas imágenes tienen una doble lectura: por un lado muestran las convenciones estéticas que incluyen el resultado visual del estudio geográfico, botánico, etnográfico, entre otros, a través de la representación del paisaje, eso sí, bajo la mirada exotizante del extranjero, del “civilizado” que busca revelar lo salvaje; y por otro, -y esto es lo que más interesa a Cardoso, en sus propias palabras- la revelación de las convicciones político-religiosas de Church en sintonía con el nacionalismo que se expandía durante la época en Estados Unidos.

Cardoso hace hincapié en cómo el impacto y la difusión de la obra de Church contribuyó a estimular la exploración y explotación de territorios en el extranjero, que continuaría acrecentándose en el siglo XX, como es el caso de Lago Agrio; y que para él ilustra la forma en que las concepciones de paisaje y territorio pueden entrar en conflicto y “coexistir en una misma obra de arte”.

Siete meses después de su primera visita, Cardoso vuelve a Lago Agrio para iniciar el proceso de su obra: Llega al pozo Lago Agrio # 1, con el que Texaco inició la explotación petrolera en la Amazonía ecuatoriana en 1964. Ahí llena una botella de agua producida, la mañana siguiente viaja en carro a Quito y desde la capital vuela a Houston donde pasa la noche. Maneja desde Houston hasta el monumento conmemorativo que, en Sour Lake, marca el sitio del primer pozo del cual Texaco extrajo petróleo en 1903, a cuyo pie Cardoso derrama el contenido de la botella que ha sido la protagonista de todo este trayecto.

El gesto, ese pequeño gesto, lleva la carga de lo que Cardoso describe como “la devolución de veintiocho años de ruina y devastación”.

Pero el proceso no termina ahí. Todo el recorrido ha sido documentado secuencialmente por la cámara de Pablo Cardoso y esas imágenes son las que traslada a pintura. La acción minuciosa de “retratar” cada fotografía, transfiriendo la imagen objetiva lograda por la cámara a la subjetividad que le adiciona la interpretación del artista, desemboca en ese linde atemporal entre la realidad y la ficción.

Son ciento veinte pinturas de 21 x 28 centímetros cada una las que completan el recorrido, en una especie de “cuaderno-bitácora” –como lo llamó Pablo en una correspondencia que cruzamos- donde posterga la pintura impecable, casi fotográfica de sus obras previas, por un tratamiento más suelto. Al dejar en evidencia los márgenes de la pintura, enuncia su decisión -lúcida y lúdica a la vez- de contraponer la solemnidad de su acción con la espontaneidad humanizadora de la mano que la registra.

Es que más allá del valor artístico de su pintura, Cardoso tiene claro que esas ciento veinte piezas pintadas en acrílico y que devienen del proceso que emprendió, pueden terminar, lo mismo en un museo que en manos de un coleccionista y ser vista por unos muchos o por unos pocos; pero lo que permanece es ese envase que peregrinó 3.800 kilómetros para ser arrojado sobre la lápida predecesora de Lago Agrio y con ello rememorar el daño, demarcar la agresión, conmemorar la lucha, el coraje y gestar una reivindicación simbólica de un pueblo aguerrido que, en un caso sin precedentes, derrotó al gigante.

*Fotografías cortesía de Pablo Cardoso

Pily Estrada Lecaro