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Textos a tener en cuenta, pelotas de papel

Los libros de fútbol son los únicos de no ficción que la humanidad debería soportar. Quién necesita a Max Webber o a Lacan, cuando hay ediciones dedicadas a contar la historia completa de los Mundiales de fútbol.

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Cuando tenía 10 años, me encontré por casualidad un libro de título simple y de tapa fácil. Se llamaba nada más Historia de los Mundiales de Fútbol desde Uruguay 1930 hasta Francia 98 y tenía la imagen de dos futbolistas sin cara disputando una pelota. Pero lo que hay adentro es material de calidad. No por una cuestión estética. No por un lenguaje retórico, lleno de figuras literarias. No. Lo que hay adentro es fútbol, y el fútbol no necesita de nada más que ser jugado para convertir sus registros en algo maravilloso.

Y son igual de maravillosos los eventos externos que se suscitan en torno al fútbol. Mariano Wernicke lo sabe bien, y lo demuestra en su libro Historias Insólitas de los Mundiales de Fútbol. Otro título flojo, donde viene uno a enterarse de cómo a Ken Aston, referee británico, le llegó la inspiración para inventar las tarjetas mientras esperaba a que cambiara la luz del semáforo; de cómo el Duce motivó a los jugadores italianos antes de las respectivas finales del ’34 y ’38 con un literal “Vencer o morir”; del fracasado intento de Gardel por lograr que los argentinos y los uruguayos se hicieran amigos previo a la final de 1930, y de por qué Brasil cambió su uniforme blanco por la verdeamarelha desde el Mundial de 1954.

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Otra vez: quién necesita a Marshall McLuhan o a Michel Foucault.

Quién los necesita, además, cuando existe Roberto Fontanarrosa. Existe, sí: No importa cuántos años hayan pasado desde su fallecimiento. Fanático de Rosario Central hasta después de la muerte, el Negro tiene algo especial. Hace cuatro años, SoHo Ecuador publicó 19 de diciembre de 1971, un cuento cuyo título no prometía nada, pero que, como su protagonista, daba hasta la vida. Fue ahí que conocí al Negro, antes incluso de leer las tiras de Boogie el Aceitoso e Inodoro Pereyra. Fue ahí que le conocí, decía, y cuando supe que el Negro era un sujeto auténtico.

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Fontanarrosa es célebre por sus textos sobre fútbol. Cuentos y novelas que, sin dejar de tener un valor literario excepcional, le hacían gambetas a la seriedad existencial que espera la sociedad de un literato. Consciente de ello, el Negro decía que “No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: me cagué de risa con tu libro”. Era un sujeto apasionado y su obra es la prueba fehaciente de que lo políticamente incorrecto no tiene por qué estar mal.

Vinieron luego, en forma de viñetas, Los clásicos según Fontanarrosa y Semblanzas deportivas. Y tiene más: El fútbol es sagrado, Fontanarrosa de penal, Fontanarrosa es Mundial, Puro fútbol, Once contra once, Cuentos de fútbol para los fanáticos del fútbol… con el Negro no hay manera de perder.

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Fontanarrosa no es el único. Eduardo Galeano pone de su parte con El fútbol a sol y sombra. Nadie lo sabe, pero esta obra es complementaria a Las Venas Abiertas para entender al pueblo latinoamericano.

Y si Mario Benedetti (Hoy tu tiempo es real, El Césped, Puntero Izquierdo) le ha dedicado más de un cuento y más de un poema al rey de los deportes, es decir: si el fútbol tiene su propia semántica, quién necesita a Lévi-Strauss o a Roland Barthes.

Lo debe usted ver, una butaca en el estadio

Mi relación con el fútbol televisado es algo extraña. No me gustaba hasta que un 10 de junio cuando tenía 10 años, la inauguración de la Copa del Mundo fue suficiente excusa para dejar de ir a la escuela. Una semana más tarde, veía a Ronaldo galletear al arquero de Marruecos con sus plateados R9, para convertir el primero de sus 15 goles en Mundiales. Era la segunda fase del Mundial de Francia ’98.

Creo que cuando a un niño se le juntan los goles con la inasistencia escolar, todo es felicidad. Y la felicidad tiene distintas formas de ser abordada. Pero si a las dos cualidades anteriores se les suma un planos, guiones y pantallas, ya es otra la cosa, Barbosa.

Y hablando del rey de Roma, es preciso mencionar al arquero de Brasil. En plena mitad del Siglo XX, Moacir Barbosa Nascimento tapaba en el Scratch du ouro, cuando todavía nadie lo llamaba Scratch. Su puesto estaba bien ganado en la selección, era el mejor de su país.

En una escena de Watchmen, el Comediante habla sobre el conflicto en Vietnam. “Si hubiésemos perdido esta guerra, nos habríamos vuelto locos como nación”. Fue eso precisamente lo que le pasó a Brasil y a Barbosa, una tarde soleada de 1950, Alcides Giggia lo convirtió en “el hombre que hizo llorar a Brasil”. El cortometraje Barbosa, de Jorge Furtado y Ana Luiza Azevedo, recoge esa historia, y explica por qué el destino es el único sinónimo válido de fútbol. Que decir soccer es para suckers y es grosería hablar de balompié.

En 2011, el festival Eurocine (que en Guayaquil se proyecta en el MAAC Cine, la Alianza Francesa y la Universidad Católica) habló de fútbol, o el fútbol habló en el Eurocine. Fueron muchas las historias ahí contadas, entre ellas, Fútbol como nunca, documental de Helmuth Costard que muestra un partido del Manchester United donde 16 cámaras persiguen a George Best y a nadie más que George Best durante los ’90 minutos, porque de Best no nos basta el nombre, él era the best.

Otro de los documentales que proyectó Eurocine fue La Hungría de Puskas, selección que merece un aparte en la historia del fútbol. No por nada a esta escuadra del Mundial de Suiza ’54 le llamaban el Aranycsapat (el equivalente húngaro de Scratch du ouro).

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Hungría, que había vencido al favorito Brasil en cuartos, que en semis le había propinado la primera derrota de la historia de la Copa del Mundo a Uruguay (los celestes eran campeones defensores, además), y que en la primera ronda le había ganado por 8-3 al otro finalista, Alemania, Hungría, decía, encontró en los pies de Helmut una liquidación injusta al punto de la ilegitimidad, por arbitraria, a unos minutos del final de la final. El mismo fin tuvo el fútbol húngaro esplendoroso cuando, dos años más tarde, la Unión Soviética invadía Budapest. Es que fútbol es destino y la pelota es caprichosa.

Y llegamos a un punto culminante, que exige hablar de materiales donde se junte lo mejor de lo mejor. Y si alguien va a ponerse así de exigente con el cine cuando habla de fútbol, o con el fútbol cuando habla a través del cine, no hay otra que Maradona by Kusturica. El Diego se presenta ahí con todas sus palabras impertinentes y sus actitudes pedantes, pero como es: el Diego que la prensa no quiere mostrar, el Diego de izquierda, el que fungió de embajador de los futbolistas del mundo para ayudarlos a convirtirse en dueños de su carta pase en 1998, el antiyankee. Emir Kusturica deja claro que el verdadero problema de Maradona es que es muy humano.

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Para terminar, de manera breve, retomemos algo: Párrafos atrás, he hablado de El fútbol a sol y sombra como forma de entender a Latinoamérica. Es cultural.

Los títulos acá recomendados carecen de fonemas estéticos, y parecieran no tener fuerza alguna. Pero vamos, a quién le interesa. El rey de los deportes no necesita lisonjas, le basta con vernos del césped, que es su paraíso, hacia arriba, que para él es hacia abajo, todo inalcanzable, sin leyes físicas que le detengan cuando no le da la gana. Pobre de aquél que no se haya documentado, porque el día que el fútbol se haga persona, dirá: Ego sum via, veritas et vita.

Quién necesita a Benedicto XVI.