Con covers, que mezclan cumbia y reggaetón, estos seis chicos se convirtieron en un fenómeno que traspasa las fronteras sociales. Una noche de presentaciones puede ir desde un galpón en La Matanza, un humilde sector de la provincia de Buenos Aires, hasta un country de lujo en Moreno. Doce horas de backstage en la traffic del grupo mediático del momento.

Quince minutos antes de las 19:30, el ajetreo comienza en la esquina de Humahuaca y San Francisco, en el barrio San José del partido Morón, una localidad de la provincia de Buenos Aires bastante alejada de los teatros, el tango y las luces que los turistas están acostumbrados a ver en la capital federal de la Argentina. A la peluquería de la familia de Lucas Daniel Caballero llegan tres autos casi al mismo tiempo, con los vidrios abajo y una cumbia a alto volumen que sale con fuerza por las ventanas. Son Leonel Lencina, Enmanuel Güidone, Matías Flores y Gonzalo Muñoz, que llegan con maletas y celulares en mano, listos para un nuevo show. Diez minutos después se les une Brian Romero y estaciona la traffic blanca que esa noche los llevará de gira por la provincia.

En Morón son ellos, con nombre y apellido, los chicos de barrio que andaban en bicicleta, se encontraban en el parque o en los bailes de los amigos. En el escenario son Kaká, Leíto, DJ Memo, Mati, Gonzalito y Brian: los Wachiturros, el grupo de cumbia que en ocho meses se convirtió en un fenómeno mediático que hoy traspasa las barreras sociales.

Son amigos del barrio. Y Matías, el único que no es de Morón,  pasa más tiempo en casa de alguno de sus compañeros de grupo que en la suya. Vive en el partido de La Matanza y con tantas presentaciones no siempre le da el tiempo para llegar hasta allá. Ese viernes de noviembre hacía dos horas que habían llegado de la provincia de Neuquén, luego de un recorrido por Chile y el sur de la Argentina.

“Llegaron, se bañaron, comieron y salieron de nuevo”, cuenta Marisa Mendoza, la mamá de Leíto, después de darle la bendición y despedirse. Sabe que no lo verá hasta el día siguiente, pero está acostumbrada. Su esposo, Marcelo Lencinas, es un artista de las bailantas. Hace tributos a Antonio Ríos y sus shows se extienden hasta la madrugada.

A las 19:30, Maidama, el chofer de los Wachiturros, enciende la traffic. Primera parada: Rafaela Castillo, una localidad suburbana del partido de La Matanza, caracterizada por calles de estrechas o de tierra y deficientes servicios básicos. En la Sociedad de Fomento 17 de agosto, adolescentes,  jóvenes y familias con niños pequeños se aglomeran en la vereda para recibir al grupo.

Maidama frena y mueve la combi de un lado a otro como si bailara por sí sola. Eso da la pauta de que son ellos y enciende a la multitud. Los organizadores forman un cordón humano para que ellos entren por la cocina y suban luego al escenario.

Bajan rápido, vestidos con camisetas Tommy Hilfiger que cubren los bolsillos de sus jeans rotos y cuya manga casi llega al codo; zapatos de colores marca Nike y pelo engominado.  En la cocina, en medio de pilas de papas listas para freír, una olla con aceite humeante y sándwichs de milanesa, se fotografían con los cocineros, con las chicas que se cuelan y los niños que pasan desde la puerta para que ellos los carguen mientras los papás activan el flash.

“Yo te vi en lo de Susana, divino”, le dice una fan a Gonzalito, en alusión a la visita que tuvieron en octubre al programa de la famosa presentadora Susana Giménez, que esa noche registró más rating que con el británico Rod Stewart al día siguiente.  Ellos sonríen hasta que la música suena y les toca salir. DJ Memo, que siempre está antes en el escenario para mezclar los temas, abre con la canción que los llevó a la fama: “Esta noche los cumbieros levanten los brazos, los wachiturros tiren paso. Esta noche los cumbieros levanten los brazos, los wachiturros tiren paso. ¿Tirate qué?  Tírate un paso, va para delante y luego para atrás”.

Gonzalito canta, Memo lo acompaña desde la computadora, mientras Leito, Kaká, Brian y Matías derrochan energía con una coreografía. Se dan la vuelta, muestran el filo de sus calzoncillos de corazones, menean las caderas, lanza besos, forman corazones con las manos.

Bajo ese galpón de cemento con techo de zinc hay unas 350 personas que gritan eufóricas, toman fotos, bailan, cantan. Desde una esquina caen papeles dorados, impulsados por una máquina que Maidama se encarga de bajar de la combi en cada parada.

Suenan la Wachiturra, Bombastic, Choke y Este es el pasito, otros covers que el grupo ha ido incorporando al repertorio. Los temas se agotan y Tírate un paso vuelve por tercera vez en esa presentación. Se han cumplido los 25 minutos de espectáculo. Mientras suena la última canción y para evitar el acoso del público, desaparecen uno por uno del escenario.

Abajo su guardaespaldas, un gordo de 1,80 de estatura y profundas ojeras negras, los cobija en su voluminoso cuerpo para sacarlos. Los abraza y se abre paso rápidamente entre una multitud que pugna por tocarlos, besarlos o agarrarles la ropa. Aun así no logra evitar que al final Kaká, Matías y Memo terminen arañados y con sus camisetas rotas.

De la euforia al lujo

“Mirá boludo nos rompieron la remera nueva”, le dice Memo a Chapa, el mánager del grupo. Se llama Mariano Gramajo, pero nadie le dice por su nombre. Trabaja para Akkua Management que junto a Hamster Récords patrocina al grupo desde sus inicios como bailarines.  “Ellos hicieron casting y bailaban con otros grupos a los que representamos, como Mc caco y La Fase-Buk. Cuando terminaban siempre decían gracias a los turros que nos acompañan hoy. Así ganaron fama y nos jugamos a hacer un grupo aparte con covers y arreglos de cumbia y reggaetón”, cuenta él. De eso hace ya 8 meses.

Los Wachiturros, llamados así por wachín, como se le denomina popularmente a los niños, y turros, que para ellos identifica un estilo de pantalones rotos, camisetas grandes, piercings y un corte rapado que acentúa las entradas y deja una cresta levantada, nunca compusieron un tema. Tocan covers, a los que le adaptan un estilo propio que los volvió populares en radios, programas de tv y en el sitio de videos youtube.

Chapa se ríe y le mira los rasguños en los brazos, la cabeza y la espalda de Memo. “La que viene va a estar tranquila aunque nos quedemos más tiempo ahí porque es un cumpleaños”, les advierte él. Se sacan sus camisetas, se ponen desodorante y perfume y se alistan para la segunda parada: el country San Diego, en Moreno.

Un imponente cerramiento eléctrico, árboles y cámaras de seguridad dan la bienvenida. Por norma de la urbanización, todos deben bajar de la traffic, entregar sus documentos y hacerse una foto para que queden registrados. Los guardias cumplen con el proceso pero no se resisten a pedirles una foto con el celular.

Rumbo a la casa de la cumpleañera, guiados por el auto de la mejor amiga de la mamá, no salen del asombro entre el lujo y la armonía de las casas que, en su mayoría, lucen decoradas para Halloween. “Parece una ciudad, qué aburrido debe ser vivir acá”, “Alta casucha”, “Mirá, allá hay un Mc Donalds”, bromean entre ellos.

En la puerta los recibe un grupo de chicas contratadas para la animación. Entran por el ingreso de servicio y los atienden con hamburguesas, empanadas y gaseosas. Estos hinchas de Boca Juniors miran un partido de fútbol mientras esperan en esa habitación porque es una sorpresa para Juli, que celebra su fiesta de 11 con grupos en vivo, alfombra roja y gigantografías que responden a la temática hollywoodense del cumpleaños. Los invitados llevan colgado del cuello una credencial que dice acceso VIP y que en realidad es la invitación a la fiesta.

Graciela, la mamá de la cumpleañera, entra eufórica con una copa de champán en la mano. Les agradece por haber venido y empieza a llamar a sus amigas, a las niñeras y a sus sobrinas para que se fotografíen. La habitación de unos 4×4 de área se llena. “Viste qué capos que son -le dice a una amiga- Mirá que estábamos en México y mi hijo cantaba Tírate un paso, no quería saber nada de El Chavo del 8”.

Su esposo, un alto ejecutivo de Coca Cola, tampoco se quiere perder la toma. “Los más famosos del país están acá, yo quiero con el DJ”. Posa para la foto y ella comenta: “la verdad que la rompen, esta la pongo en el Facebook”.

La fiesta es en el jardín y cuando salen la euforia que había en La Matanza se repite, pero sin empujones y arañones. Tírate un paso suena de vuelta. “El que no hace palma es un wacho, el que no hace palma es un wacho, el que no hace ¿qué? El que no hace ¿qué? El que no hace palma es un wacho. Wa-chi-tu-rro”, animan ellos.

Bailan las mamás, las niñas, la cumpleañera y las chicas de la animación. Una de ellas les pasa las botellas de agua y Memo le agradece –de golpe- con un beso en la boca. Se queda atónita pero sonríe cómplice con las demás. El show sigue. Los Wachiturros ponen a bailar a todos en el escenario, en la pista, en los sofás. Los niños se ponen gorras y les imitan el paso. Esta vez la presentación dura una hora.

Al terminar, los despiden afectuosos, les desean éxitos y una prima de la cumpleañera le agradece a Memo con un beso en la boca. Los invitados los miran y se ríen; él le saca el teléfono y se va.

En la traffic toman energizante y más agua. “Tenemos una hora hasta La Plata (otra localidad de la provincia de Buenos Aires) así que aprovechen a dormir”, les dice Chapa.

Las luces se apagan, la cumbia suena; unos duermen; otros se mensajean con fans o con alguna chica que conocieron en sus presentaciones.  “De noche salimos pa’l baile. Mujeres, discotecas, bailoteo, un wachiturrooooo man”, cantan ellos. El escribillo de Tírate un paso es parte de su realidad cada noche, aunque la popularidad dure solo la media hora que en promedio suben a un escenario. En el camino a cada presentación hay bromas, puteadas, peleas leves, mucho energizante y breves descanso para vencer el desgaste físico del baile.

“Tiene cosas buenas y malas, como todo, pero puedo ayudar a mi familia”, dice Memo, 22 años, el mayor del grupo. Aprendió el oficio de DJ de un amigo y ahora es quien hace los arreglos de cumbia y reggaetón en vivo. Pero en realidad le gusta el folclor y, si no se hubiera vinculado al grupo, seguramente sería camionero como el resto de su familia. ¿Saliste cantante?  “Y bueno, intentando”, desde que el grupo de baile empezó a cantar.

Mati asiente. “Lo disfrutás pero a veces no porque cansa. La idea es que no termine, que el grupo siga de largo”, dice el chico de 16 años, que dejó el colegio y soñaba con jugar en primera. Ahora cada vez que puede vuelve a la cancha, a la play station o a sus salidas por el barrio.

A toda velocidad

Maidama no respeta las rojas, toma atajos y va a alta velocidad para estar a tiempo en La Plata. A la 01h15, un restaurante de parrilladas repleto de familias, niños con cintillos, cámaras y teléfonos celulares los espera. El voluminoso guardaespaldas cumple su tarea de vuelta y les abre paso entre las chicas que gritan y les lanzan besos. 25 minutos por reloj, otras tres veces Tírate un paso, mucho baile, alegría y fotos. Suben de vuelta. Adentro Memo le reclama a Leito por no cerrar bien la ventana y a Maidama por no arrancar rápido.

Las fans golpean los vidrios hasta que se vuelve insoportable. Cuando la traffic intenta arrancar hay chicas colgadas de las puertas y padres que reclaman porque estuvieron a punto de caer. La discusión se enciende, pero no hay tiempo para seguir. Quilmes espera. Dejan las camisetas Tommy por unas Lacoste, se perfuman y se engominan más el pelo.

A las 02h45 llegan a la discoteca Santa Cruz en Quilmes. La rutina se repite. Memo está a punto de bajar y se regresa: “Boludo, no puede ser que me cague”. Leíto se echa a reír. Memo se enoja: “de qué te reís, no es gracioso, es muy feo que te pase”. No hay tiempo ni siquiera para ir al baño. Hay que entrar al escenario.

Mientras Memo programa la canción de apertura, Brian, Gonzalito, Leito y Kaká se fuman un cigarrillo y orinan en una palmera. Mati los espera. Entran a cantar.

A las 03h20 la combi parte hacia el boliche Buró, también en Quilmes. Un equipo del programa de Roberto Petinatto, el ex saxofonista de la extinta banda argentina Sumo, sube para hacer una nota de farándula. La española Sheila González bromea con ellos y Memo no pierde oportunidad para abrazarla y hacerle bromas subidas de todo. “No te pongás del lado porque ya estoy al palo”.

Gonzalito, 20 años, está serio, como lo ha estado durante todo el recorrido. Solo le cambia la cara en el escenario, cuando canta. No le gustan las entrevistas porque dice que siempre sale algo diferente a lo que dijeron. Si no estuviera en el grupo, seguiría trabajando de mensajero, con su moto Honda. Dice que le gusta ser conocido, pero no lo motiva la fama. “Yo estoy acá por la plata. Cuando subo al escenario y bailo me pinto una sonrisa, bailo, disfruto, abajo soy otra cosa”, expresa serio. ¿Qué te hace reír? “El boludo de Leíto”, dice y por primera vez suelta una sonrisa.

Leíto, 16 años, y Brian, 17, son amigos desde la infancia, siempre están juntos en la combi y en el escenario y nunca se los ve enojados. Dejaron el colegio por el grupo. Les gusta la fama, las chicas, que les hagan fotos, pero extrañan pasar tiempo con su familia. En su tiempo libre pasan en casa y salen a visitar a sus chicas en la moto Honda que se compraron con la plata que les deja el grupo. De no ser los bailarines estrellas seguirían en la cancha del barrio, jugando al fútbol y soñando con llegar a Boca Juniors algún día.

04h25. La combi llega a Monumental, un boliche en la localidad de Moreno. Es gigante, de dos pisos y con capacidad para 600 personas. Está repleta y con el público ansioso por ver a los Wachiturros. Memo no aguanta más y entra corriendo al baño. El equipo de Petinatto ayuda en la animación del show porque diez minutos después aún no se reincorpora.

De repente Tírate un paso suena y ellos vuelven al baile. Les lanzan suéters y camisetas. Esta vez el show dura 20 minutos. Hay que llegar al partido Marcos Paz.

“A mí sí me gusta, a veces sentirse famoso está bueno. Hay muchas fotos, mal, pero nos debemos al público”, comenta Kaká, 17 años, el coreógrafo del grupo, y quien junto a Leíto se han convertido en la atracción sobre el escenario. Se ponen de espaldas, muestran sus calzoncillos, suben y bajan moviendo sus caderas. Lanzan besos al aire, agarran las manos de las fans.

05h20 y con el cielo a punto de clarear llegan de prisa al área VIP de la discoteca Box. Promocionan el nuevo cover: Bombastic, pero todos piden Tírate un paso. Es el sexto evento de la noche y el energizante se vuelve más necesario.

Quince minutos antes de las 6 la traffic sale de nuevo a toda velocidad al último evento, pero en el camino le avisan a Chapa que la discoteca ya está por cerrar. Maidama cambia el rumbo del gps para ir a Morón. A las 07h00, en una gasolinera de la zona, el equipo se divide. Matías toma un taxi para ir a La Matanza y Gonzalito se va con un amigo a pie. A Leíto, Memo y Brian los dejan en las puertas de sus casas. Kaká es el último en quedarse. Para no desviar la traffic pide que lo dejen en la esquina. Baja su camiseta rasgada de la noche envuelta entre sus manos. Se despide y camina, solo, sin seguridad, sin luces y sin fotos, una cuadra larga, entre monte y tierra, hasta su casa. Lleva la cabeza agachada. El cansancio y la fama también lo vencieron.