Andaba toda emocionada por la exposición de Os Gémeos, unos artistas de Sao Paulo que habían desembarcado en el Centro Cultural de Belén con sus colores pasteles, sus instalaciones divertidas y su estética de cuento infantil, cuando una amiga me preguntó si había visto su obra permanente en Lisboa.
-¿Permanente? ¿En qué museo están? – pregunté, convencida de que la alegría de Os Gémeos estaba instalada para siempre bajo iluminación artificial.
Mi amiga se rió un poco y me dijo que saliera en la parada Picoas, de la línea amarilla del Metro. Que ahí, en la calle, estaba el regalo de Os Gémeos para la ciudad.
Una vieja casa abandonada, de cuatro pisos, fue pintada de arriba hacia abajo por los gémeos, con un personaje colorido que mueve los hilos de otro, un títere, blanco. La cara del titiritero está cubierta con un paño, en una etiqueta, que surge de la prenda, se lee ‘I love Vandalism’.
Os Gémeos no están solos. Al lado, en la misma Avenida Fontes Pereira de Melo BLU y Sam3 firman sus murales, Sam3 construyó en otro edificio una figura oscura que huye de algo. BLU, en el mismo edificio que trabajaron Os Gémeos, critica a las petroleras, representadas por un señor gordo coronado con los logotipos de aquellas, quien bebe con un sorbete del planeta.
Era una recién llegada a Lisboa en aquellos días y aún me faltaba mucho por ver. Después fue en el Elevador da Glória, esos trenes fijos que unen el centro con puntos más altos. En el trayecto, al subir vi un mural con el color algo opaco, pero le seguía otro muy nuevo y otro y otro… al llegar a la estación había leído ya un cartel donde se decía que esos nuevos murales eran de los triunfadores de un concurso que había organizado la Cámara Municipal.
Tan animada es la onda graffitera que hasta una marca de carros alemana, trajo su Graffitti tour, donde se seguía la preparación de los murales (todos con el auto como parte). Los programas de televisión anunciaban el concurso, que terminó disputado entre cuatro grafitteros. Al ganador, además del premio, le dieron la tarea de hacer otro mural una esquina a una cuadra del redondel del Marqués de Pombal, una de los puntos de referencia de la ciudad.
Lisboa está llena de colores. He visto elevadores pintados con tonos ácidos. He encontrado casas que se caen de viejas, con las ventanas clausuradas, llenas de figuras y color. Una, muy fácil de encontrar, está en la Plaza de la Alegría, en el centro. Alguna vez encontré un elefante estampado sobre una puerta. Hace poco pasé por la misma calle. Y no, nadie lo había ocultado tras una gruesa capa de pintura gris. El elefante sigue ahí.