La Rocinha estaba ahí, tan expuesta como oculta, en la montaña que separa las playas de Leblon y Sao Conrado. La había visto tantas veces caminando por la playa, casitas esparcidas en la montaña, quizás con la mejor vista de la zona y había escuchado tantas historias sobre ella, tan incongruentes, que me hacían dudar sobre la veracidad de los relatos.

La Rocinha es la favela más famosa de Rio de Janeiro. Es aquella donde hubo un McDonalds pero no entraba la Policía, es esa donde unas amigas mochileras fueron en ‘tour’ guiado con derecho a cientos de fotos y otros amigos, fotógrafos de prensa, fueron ‘retenidos’ por sujetos armados hasta que borrasen toda imagen que hubieran registrado de la Via Apia, la avenida principal de la Rocinha.

La Rocinha dejó de ser un secreto mal guardado. Fue la madrugada de un domingo, la segunda semana de noviembre, cuando la Policía y los Militares entraron. Había salido de Rio ese fin de semana y, aunque estaba a horas de volver, tenía la sensación de estarme perdiendo una gran historia.

Aún en Rio me la hubiera perdido: los medios estaban entrando, pero con chalecos antibalas y resguardo militar.

Al volver, en Rio entero se hablaba de la Rocinha y de los helicópteros de la policía que salían desde la base de la Lagoa hacia el morro y de vuelta. La Zona Sul se había paralizado el domingo, los restaurantes de Leblon y la Lagoa, barrios de clase media alta, se habían quedado sin chefs, meseros ni ayudantes de cocina. Restaurantes abiertos sin personal, centros estéticos sin peluqueras, centros comerciales sin vendedoras… los habitantes de la Rocinha no podían salir hasta que la Policía y los militares hubieran terminado la primera fase de la toma.

Poco a poco, la Rocinha empezó a salir en la televisión con otras historias. La página de moda de O Globo del siguiente sábado fue producida con una modelo nacida en la Rocinha,  parando el tránsito de la Via Apia con sus piernas de diosa y posando con ropa conseguida en las boutiques de la misma zona. La reportera  escribía, con gran emoción, sobre ese proyecto que fue aplazado tantos años por cuenta de la prohibición de los traficantes.

La Rocinha, con ellos fuera, estaba cambiando de piel. Creía que dejaba de ser otro mundo. Días después, el resultado del censo de Rio me dijo otra cosa: la Rocinha, el Complexo do Alemao y las otras favelas –se dice que son mil- de Rio, tenían la población más joven, la natalidad mayor, los indicadores de cualquier país en desarrollo. Ya los barrios tradicionales -Copacabana, Ipanema, Botafogo…- mostraban una población envejecida, una reducción en las tasas de natalidad y otras cifras de países desarrollados. Los mundos seguían siendo distintos. Brasil, en números, se está pareciendo más a Francia que a Ecuador: los ricos tienen menos hijos, los pobres más.

Veamos qué pasará con Rio de aquí a pocos años… me animo a decir que, si algún accidente cerrara la vía de salida de la favela, la ciudad se quedará no solo sin cocineros, sino sin médicos, maestros e ingenieros.