@zurdaopinion

En la Navidad actual, las carencias económicas desterraron hace décadas el significado místico de la fecha gracias a la insatisfacción colectiva por no pasar las fiestas como el consumismo manda. No hay fiesta sin regalo, y eso trae consigo una construcción social que embarra hasta al más convencido creyente junto al más acérrimo ateo, quienes pese a sus convicciones ideológicas, suelen ser arrastrados por la vorágine de gastos compulsivos. Vivir dentro del sistema en bien jodido, y pasar las fiestas chiros, peor.

Y no faltará quien, como plegaria de Nochebuena, una vez más apuntará su dedomedio hacia el Presidente de turno, aquel que prometió pero no cumplió, y que, nuevamente a pocas horas de finalizar el 2011, nos tiene tragados. La mayoría de ecuatorianos piensan que fruto de los propios desaciertos del Gobierno y la exacerbación de los hechos por parte de la prensa, año a año el eslogan de “Feliz Navidad” carece de sentido, y se siente burdo, calcado, tan solo un lugar común repetido sin cesar por spots publicitarios para niños que no advierten la llegada de un juguete.

Navidad representa para los ecuatorianos la muestra clara que la idea de un Estado laico  separado de la Iglesia es, en su origen, una falacia, ya que comparten las mismas raíces. Así como el Cristianismo, mayoritario en esta tierra, promueve y promulga la llegada de un Salvador que libere  nuestras culpas y nos conduzca a la vida eterna, nuestra idiosincrasia política nos ata a figuras mesiánicas, milagreros que con el chascar de dedos solucionen problemas eternos. Bajo esa estructura mental, cada presidente, incluido el actual, fue visto como “El Elegido” y luego reclasificado  a la condición de falso profeta, una vez que el sistema económico mundial se burla de nosotros cada Diciembre y nos priva de los últimos zapatos Nike.

La pre concepción del Presidente-Mesías es una muestra clara que el matrimonio Iglesia-Estado es indisoluble. Son conceptos humanos creados como herramientas para conseguir una vida armoniosa, feliz y próspera para todos, pero sin los resultados deseados. Han fracasado. Las dos instituciones, Estado e Iglesia, llenan de esperanzas a miles de partidarios-feligreses que luego comparten la desazón de no recibir lo que creen, o les hacen creer, merecen en estas fechas.  Me pregunto y les pregunto: ¿Ha existido un mejor Gobierno que este? ¿Una estructura política capaz de promover felicidad? ¿Hemos experimentado un sistema de cosas infalible? ¿Nos hace ver como parte de un todo? ¿Nos convence de que hay suficientes para todos? ¿Es feliz usted en navidad? ¿Le duele el no poder comprarle un juguete a su niño? ¿Si no lo hace, se siente malo? ¿No comer pavo en Nochebuena le hace menos?

Sea de derecha, centro o izquierda; católicos, protestantes o no cristianos, la insatisfacción colectiva continúa latente, sentimiento que parte de la intolerancia a pensar diferente y degenera finalmente a resultados conocidos de primera plana: violencia, guerra, hambre, odio, soledad, desdicha. Sentimientos que no son ajenos a la blanca Navidad. Y en muchos casos, se exacerban en las calles ante la impotencia de muchos por no tener lo que se imaginan necesitan lucir.

¿Habrá otra manera de hacer las cosas?

Hoy en esta líneas planteo una diferente perspectiva. Volvamos a unir los conceptos originales, Política y Religión, pero desprendamos sus títulos y adjetivizaciones. Así Religión es Espiritualidad, el deber ser y Política es el Sistema, el cómo hacer. La Espiritualidad no es otra cosa que la vida misma, la conciencia individual que da paso al crecimiento colectivo. Es mirarse a uno mismo y verse parte de un todo. Si de plano las instituciones arcaicas sociales y religiosas nos han dibujado un planeta feliz que no lo es, llegó el momento de volverlo real a través de cada quién.  El respeto  e integridad hacia lo que somos, con o sin riqueza, belleza u otros estándares reproducidos corporativamente, hace más llevadera la integración con el resto de humanos. La recreación social de esa experiencia, retratada en el sistema creado con ese fin, la política, debería ser el fin último. Esta es la comunión perfecta de los conceptos.

Si en el Occidente el 25 de Diciembre es, para creyentes o no, un momento de reencuentro con los que más apreciamos, puede ser la excusa perfecta para reinventar el camino. Disfrutar de un momento alegre no debe limitarse a los ceros en las cuentas ni a las cenas apoteósicas, que la mayoría no alcanzará a engullir toda. Sentirse orgulloso de lo que se ha logrado, perdido, y lo que vendrá, mientras repartes sonrisas en Nochebuena a los tuyos es un buen comienzo. El regreso paulatino a lo simple es la mejor receta. Vivamos en esta nueva celebración  la  espiritualidad como la entendamos y hagamos política para todos. Talvez nos demos cuenta que el Regalo de Navidad siempre ha estado ahí, debajo del árbol.

Ángel Largo Méndez