Hoy que Ecuador tanto debate sobre la libertad de expresión, resulta que sus defensores no están solos en la lucha: en otras latitudes, también se cuecen habas. La compañía Benetton ha lanzado una campaña publicitaria que ha suscitado un escándalo mundial. Una foto montada del Papa católico y un imán iraní: besándose. Obama haciendo lo propio con Chávez y Jintao. Netanyahu amándose con Abbas. No todo es homosexual. También lanzaron a Angela Merkel dándole un “piquito” a Nicolás Sarkozy.

Dice Benetton que el objetivo de su campaña es promover la lucha contra el odio — Unhate. Mentira: el objetivo de las campañas empresariales es hacer plata. Y qué mejor que forjar fotos de líderes mundiales en pleno besuqueo.

Ahora, quizás deberíamos aprovechar el ánimo de lucro de Benetton para reflexionar un poco sobre dos cosas: la libertad de expresión y la cultura del odio.

¿Tiene Benetton un derecho legítimo a utilizar la imagen de figuras públicas como el Presidente de EEUU y el Papa de la Iglesia Católica para hacer publicidad? Pues… ¡por qué no! Claro que eso puede ofender el espíritu religioso o el nacionalismo de algunos, pero ¿dónde trazamos la línea de la censura? Si tanto luchamos para poder decir cualquier cosa sobre nuestros políticos y si todos los tribunales sensatos del mundo —menos en Ecuador, donde la sensatez judicial es utopía— reconocen que esa amplísima posibilidad de debate es consustancial a la democracia, ¿bajo qué argumento vamos a decirle a una compañía que no utilice las imágenes para fines lucrativos, mientras que, en efecto, sí existe un mensaje político contra la “cultura del odio”? ¿O es que las empresas están impedidas de participar en el debate público solo por dedicarse a los negocios? ¿No sería eso discriminatorio?

Por otro lado, sí es positivo que se lance sobre el tapete la necesidad de acabar con el odio y la violencia en las relaciones políticas. Parece una fantasía, pero no sería la primera vez en la historia que una generación se proponga algo que la anterior desechó por imposible.

Justamente, hace poco yo defendía en Twitter que solemos minimizar la relación que nuestros políticos tienen con la violencia, a propósito de la reciente designación de una alta funcionaria de Estado con un pasado guerrillero. Algunos me contestaron —con poderosas razones— que había que dar una segunda oportunidad a las personas y que la historia demostraba casos exitosos de líderes que habían abrazado —y luego abandonado— la violencia como medio de lucha política. De cualquier modo, creo que un paso valioso para crear una cultura de paz es mostrar la violencia como un “mal”, en vez de defenderla a capa y espada cuando la sangre es derramada por causas que compartimos. Haber promovido la muerte debería ser mucho más grave que haber desfalcado fondos públicos. Hoy es al revés y eso está mal.

Así que dejen en paz a Benetton. Critíquenla, sí, pero no la censuren. A quienes les ofende en su orgullo nacional o religioso, de seguro encontrarán cosas mucho más indignantes para ofenderse por lo que sucede en sus países y en sus iglesias, que unas fotos juguetonas para promover un debate sobre la paz y, por qué no, ganar algo más de dinero.