Hace un tiempo escribí en twitter que es importante luchar por las libertades propias, pero que es imprescindible luchar por las libertades ajenas. Lo escribía porque he notado que mucha gente está dispuesta a rasgarse las vestiduras en todo cuanto los afecta, pero olvidan esa militancia cuando la causa es de terceros.

Y esa indiferencia es a la larga una práctica de omisión que parece insignificante, pero que tiene profunda trascendencia. Insistir en ella no es más que insistir en el status quo.

Más grave aún resulta abogar en contra de las causas liberales que nos parecen de menor rango, solo porque no son propias (y que, por ende, nos resultan difíciles de entender). Pero ya lo dije en mi artículo anterior en gkillcity.com: si bien es imposible ponernos en los zapatos del otro, lo sensato es acercarnos a los demás sin prejuicios y con la convicción de que sólo a través de la acción comunitaria de los ciudadanos es que podemos empezar a desarrollar una sociedad menos injusta.

Por eso pretender insistir en argumentos que limiten la capacidad de los demás de ejercer a plenitud su libertad es sencillamente insistir en justificar el status quo. Ese status quo que se ha vendido como una supuesta paz, cuando apenas es reposo. Y como dijo Emmanuel Mounier (a quien cité a propósito del incómodo documental sobre el caso de los hermanos Restrepo) habría que ver –y a la luz de la evidencia parecería que es así– si el mundo no está diseñado de tal manera en que ese reposo que se establece sea apenas un desorden. Cuando la calma es apenas un desorden establecido dice Mounier, es momento de plantear los cambios. Por eso sentencia:  “Cuando no se plantean los problemas entonces es cuando es bueno plantear los problemas”.

Precisamente eso es lo que el nuevo proyecto de libertades ciudadanas que abandera gkillcity.com pretende: plantear un problema que no se plantea. Ese problema es el ejercicio de la libertad de religión, pero no planteado como un ejercicio introspectivo y contemplativo, sino a través de la acción. A través de la sencilla acción de, amparado por las garantías constitucionales vigentes, solicitarle a la Iglesia Católica que borre de sus registros a los ciudadanos que así se lo soliciten.

Un ejercicio liberal verdadero que debe ser defendido inclusive por quienes aun no estemos aún dispuestos a firmar tal solicitud (por motivos estrictamente personales). Puede que no sea  “nuestra” causa, pero así como hemos abogado siempre por la igualdad ante la ley de todas las personas, sin importar raza, creencias religiosas u orientación sexual, debemos comprender que esta es una causa más por el pleno ejercicio de las libertades civiles.

¿Si no, qué otra cosa puede ser?

El proyecto está planteado de tal manera que persigue un único objetivo: la eliminación de los individuos solicitantes de los registros de la Iglesia Católica. Las motivaciones, que vienen a ser la parte subjetiva, competente exclusivamente al fuero íntimo de cada peticionario. Alguno podrá alegar no sentirse parte más de la iglesia, otros podrán alegar estar en desacuerdo con dicha institución, otros habrán cambiado de religión y otros habrán que lo hacen como protesta por ciertas prácticas institucionales eclesiásticas.

Cuando la iglesia acceda, como creo que accederá, a borrar de sus registros a las personas que libre y voluntariamente así se lo pidan, entonces, habremos dado un paso fundamental no sólo en lo colectivo, aceptando y abanderando las causas liberales de los demás, sino que nos iremos convirtiendo en una sociedad de personas y no sólo de sujetos. Porque como decía Mounier, persona es todo aquello que en el hombre [y en la mujer] no puede ser utilizado.

Si la iglesia ecuatoriana (entendida no como el conglomerado de creyentes que participan de una religiosidad común, sino como la corporación civil que los regenta) no accede al pedido de los solicitantes e insiste en mantenerlos dentro de sus cánones bautismales, entonces, estará dejando en ellos una marca que podrá ser utilizada por la institución para fines ajenos a la voluntad de esos peticionarios.

Además, la pregunta se cae de madura: ¿por qué querría la Iglesia Católica mantener entre sus feligreses a gente que no tiene ningún interés en participar de la vida eclesial? ¿Importarían tanto los números y las estadísticas por mantener a gente en los registros, cosificándolos como meras cifras?

Pero elucubrar esto es pretender adivinar motivaciones y  acciones futuras. Eso sería también incorrecto y por eso no debemos caer en esas zonas brumosas de la argumentación, siempre tan cercanas a las falacias.

Por otra parte, y ya para cerrar esta breve reflexión, tampoco debemos permitir que el proyecto sea satanizado. Ya saldrán voces que acusen intereses ocultos o que pretendan llevar esto al terreno de las descalificaciones personales. Habrá alguno que pretenda, también, insistir en saber qué es lo mejor para los demás.

Ya es hora de dejar ese paternalismo elitista que pretende saber mejor que el resto o que cree que hay ciertos mensajes que los demás no pueden decodificar. El ejercicio pleno de la libertad consiste en, precisamente, asumir los riesgos de las decisiones propias. Y vivir con las consecuencias. Pero vivir. Algo que es solo posible cuando se hace en plena libertad.