Para Dina (1984-2011)

Tenía un par de meses trabajando para participar en la Feria del Libro de Guayaquil  –aquella propuesta por el Ministerio de Cultura–  y conmigo, estaba un grupo de personas ansiosas por compartir propuestas nuevas para llegar a más gente y entusiasmar  –al menos a uno–  con la literatura, cuando recibí la noticia de que se le había retirado la invitación al escritor Fernando Balseca.

Digo dos meses, porque me refiero a ensayos, preparación de conversatorios y eventos alternos, pero un año para atreverme a ocupar un espacio en una feria que supone la convocatoria de lectores y no lectores a un recinto cultural en el que libreros, animadores, escritores, gestores o alborotadores culturales, que termina siendo mi caso, esperamos para motivar a un grupo importante de asistentes.

Balseca en un correo electrónico del 15 de Octubre del 2011 dice: “la Feria del Libro de Guayaquil 2011; no debe verse como una feria paralela o una contra-feria; total, de lo que se trata es de que públicos pequeños pero cada vez más amplios puedan acercarse a los autores y, sobre todo, comprar los libros y leerlos. Eso anhelamos en una sociedad que se piensa en el cambio”.

Compartí el pensamiento del escritor y por eso, y por el equipo de trabajo que tenía armado, continué con mi plan inicial de presentar todos los eventos.  Pero la FIL tuvo una asistencia paupérrima, y no culpo sólo a la polémica en torno al veto a Balseca, y a la hilera de escritores que se sumaron a protestar no asistiendo –se me ocurren otras maneras de condenar  sin perjudicar tanto a asistentes como a expositores–, sino a una organización que comunicó al apuro sobre la existencia de la misma.

En una ciudad en donde se realizan dos ferias del libro al año –en dos recintos distintos– el guayaquileño debería tener claros los invitados y eventos con varios meses de anticipación, para por ejemplo, darnos la oportunidad de conocer y leer a los escritores y poder conversar con ellos.  No hay que ser un genio para saber que un cartel en librerías colocado una semana antes del evento, no iba a convocar a nadie.

Como lectora, el programa no generó en mi ninguna motivación especial para asistir.  Las ferias internacionales tienen un hilo conductor más claro, se invita a un país y en torno a eso giran los eventos.  En esta se propusieron tantas cosas que no se logró entender ninguna.  Y por último, de todas las ferias a las que he asistido (incluida Guadalajara, que es la más importante en Latinoamérica), jamás encontré un salón dedicado a un evento político. ¡Cómo no considerarla una contra-feria?

Hay que reflexionar, mejorar y hacer cambios efectivos.  Planificar a conciencia un evento que debería dejar a la gente hablando de manera positiva sobre los libros y no con un sinsabor sobre el mismo.  Con la FIL definitivamente no ganó Guayaquil ni sus habitantes, no ganamos los expositores, no ganaron los escritores y tampoco ganaron los que protestaron.  No ganó nadie.  Creo que esa no era la idea.

Los poemas de Dina Bellrham debían ser recitados en su propia voz en la Feria del Libro el día de su cierre, domingo treinta de octubre, pero su prematura muerte lo impidió; los que sí se expusieron, pero en las voces de otros amigos de profesión.  Este fue el evento más emotivo de la FIL, un desencuentro donde hubo de todo, hasta espacio para dejar de vivir. Para ti, mujer de Helio, esta crónica en la que pese a que te has ido volando, no faltas tú.