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A veces pienso que quienes crecimos al margen del canon migramos para ratificar una reconstrucción muy íntima emprendida hace años y que lo hacemos para descubrir que los exiliados del paraíso de la adolescencia fácil somos muchos, que como repetimos tantas veces en twitter, medio en broma-medio en serio, somos legión. Yo crecí en el Guayaquil de los 80´s, en donde ser gorda y ser nerd era casi tan malo como ser ladrón, mientras Diego lo hacía por esa misma época en un Quito distinto a la capital que es hoy. Ambos tenemos el sello de haber sobrevivido una infancia a la ecuatoriana, solo que él además de ser nerd era también el femenino de su clase, el invertido entre todos los machos. El maricón.

Los dos como productos de una suerte de periferia estamos convencidos de que para nuestra sociedad pasible, blanco-mestiza y heterogénea eso que representamos es un acto insurrecto, ofensivo. Diego es de entre mis amigos -hombres y mujeres- el más feminista, es quien defiende con fuerza argumentativa nuestra femineidad auténtica y nuestra femineidad impostada, es quien cita a Foucault cuando me pinto las pestañas en su cara y sonríe diciendo que es gracias a esa bendita tinta de Dior y a la posibilidad infinita de las tecnologías del cuerpo que puedo mirarme al espejo y ser felizmente cualquier otra.

Él y yo nos casamos la misma semana y nos bebimos juntos nuestro último sábado de solteros. Sin embargo, para la mirada externa mi boda no tuvo nada de extraordinario porque para ser sinceros y hablar claro: en el mundo que habitamos usted y yo el que se casen dos heterosexuales guayacos y con acceso a una educación que en Ecuador califica como privilegiada es la norma, lo que se espera. Su matrimonio en cambio estuvo cargado de legitimación, porque cuando dos hombres se casan, como sociedad todavía susurramos "¿Qué hicimos mal?".

Diego es abogado y sabe que la unión civil es la copia de un modelo sin original, que es la repetición de un contrato que menospreciaba a las mujeres; pero acepta también que las leyes nos rigen, nos superan y nos norman. Cuando firmé como testigo el día de su matrimonio tuve una certeza: entendí que no se trata solo de activismo sino de apropiación porque, como dijo Arduino Tomasi acá, es necesario que el matrimonio se divorcie de la procreación y se convierta en un acto de libertad civil para todos. El proceso es largo y de ningún modo podemos contentarnos con ese paso débil que dio el Ecuador en la materia; tenemos que pelearlo todos los días, tomarnos el terreno y entender que de eso se trata justamente la democracia – ya viciada- que exigimos. Todos: lesbianas, "marimachos", heterosexuales y maricas. Todos, porque cuando borran mi apellido y adornan sin permiso mi nombre con un DE por delante que no me corresponde, me doy cuenta de que el matrimonio debe modificar su concepción de pertenencia y, sobre todo, de que la batalla por un Ecuador incluyente e igualitario se pelea también desde este territorio imaginario que supone vivir en la frontera.

El Negro con sus votos civiles, lo ratifica:

La ley en el cuerpo

He de decirte, Eddie, que hoy siento la Ley en el cuerpo. La siento desde que salió de la boca del senador romano hace siglos, la siento cuando pasó del habla a la segura escritura del papiro, el papel y la tabla; la siento cuando atravesó colonialmente a todos esos nuevos territorios americanos destruidos y renacidos y, después de mil vueltas, donde tú y yo por suerte nos encontramos, finalmente, la siento llegando a nosotros, que hoy en este pueblecito perdido entre Quito y L'Aquila, se aposenta para que la repitamos como la pensó el juez, como la soñó el transcriptor, como la quiso el colonizador, pero ahora en nuestros cuerpos viajeros.

En este día yo siento que la ley entra mi cuerpo y en el tuyo. Que una vez más el Estado norma parte de nuestras acciones y nos dice cómo vivir nuestra vida.

En mi primera clase de derecho uno de mis maestros me dijo: la ley te precede y la ley te supera. Y hoy lo ratifico. Creo que esta boda, este hilo que es parte de la telaraña legal, ha sido para ambos una suerte de señal de tránsito que nos ha obligado a frenar, a ir más rápido o más despacio, incitándonos a usar constantemente el cinturón de seguridad. Pero creo también que esta boda nos ha hecho más fuertes, ha ratificado que estamos fabricados con buena madera, que venimos de fértil tierra. Pero sobre todo nos ha prevenido que ante las normativas de la sociedad hay que ser listos y no dejarnos arrastrar por ellas.

Yo te quiero más allá de lo que una norma predisponga, prevea o ejecute. Yo te respeto independientemente de la jurisdicción en la que estemos. Yo quiero construir un proyecto de vida contigo -de vidas quizá- aunque el ordenamiento intente encaminarnos en una existencia simple y reglada.

Y por eso mi querido Eddie, hoy que siento la ley en este cuerpo moreno, migrante, marica y aun así privilegiado, he querido hacerte un poema, para recordarte que te quiero y para ratificarte que nuestro código de convivencia debe estar basado no en la norma sino en la creatividad:

En la noche en la que me pierdo, Negro,

Apareciste,

Con esos ojos de cachorro enmarfilado

Que danzaban como iluminadas siluetas

Entre la estúpida calle ferran

Y aquellos oscuros senderos que te llevaban a L'Aquila.

Y de pronto

Con medio mojito en la mano

Y medio mojito en la garganta

encendiste el terreno, Negro,

Inundado de espectros sabatinos

De resacas dolorosas

De búsquedas cybérneticas.

De reseteos de disco duro.

De constantes escaneos del antivirus.

Y me alegraste.

Bailarín,

Iluminando el camino.

Con tus ciclos estacionales que cambian cuando saltas

Con tus pasos fuertes que estaban embarrados de otros lodos,

Lejanos, similares, sabios y graciosos.

Prendiste la luz.

Con tus brazos que desde el suelo me arrancan

Y en un segundo

Me hacían rodear tu torso con mis piernas, con mis manos.

Fuiste cerilla, fósforo y mechero

Y hasta con tu mal humor

Con tus malas imitaciones

Estiramientos de tus extremidades y de mi paciencia

Marcaste un camino que aún no está trazado.

Y astutamente,

Porque eres muy astuto

Con tu nariz

Torcida, retorcida y resarcida

Me apuntaste el camino, Negro,

Señalando tu propio vientre

Tu pecho

Tus brazos

Tu pelo con 7 canas

Tus tobillos y pies fuertes,

Tu cuerpo

Lleno de belleza, control y miedo.

Yo astutamente,

Porque soy muy astuto,

Con mi cabeza

Gorda, gordota, gordísima.

Asentí

Y decidí empezar a caminar contigo

Iluminado pero Negro

Imitando tus gráciles pasos

Siguiendo tus ojos de cachorro enmarilado

Riéndome contigo de mi nariz y tu cabeza,

de tu cabeza y mi nariz,

y sabiendo que tu mano

agarraría la mía en un momento.