Hace una semana, La Naranja Mecánica se preguntaba en esta página "¿Hasta cuándo vamos a dejar que unos oligarcas y unos plutócratas decidan nuestro futuro?"
Ya en mayo la misma pregunta había resonado en cabezas y corazones españoles: Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao, Salamanca, Zaragoza. Luego y sucesivamente ocurriría en Grecia, Gran Bretaña, Chile, Estados Unidos.
Estos actos de desobediencia civil pacífica llamaron mi atención desde un inicio. No solo por lo justo que consideré los indignados reclamos que hacían su lugar en ellos, sino por la forma en que se constituían: ciudadanos autoconvocándose para ejecutar ejercicios masivos de participación, construyendo una identidad colectiva a partir de propuestas de dignidad, democracia directa y llamado a la proactividad.
Guayaquil, Viernes 14 de Octubre, 19h00. Una Metrovía a reventar me depositaba en la estación Boca-Nueve. La caminata de la estación a la Plaza San Francisco estuvo cargada de ansiedad. Minutos antes, me había llamado @ClaudiaOP_ a contarme que de una camioneta del departamento de Justicia y Vigilancia del Municipio habían descendido varios policías metropolitanos.
Imaginaba, mientras mis pies que tantas veces recorrieron el boulevard con el tiempo que se toma quien realmente disfruta lo que hace, esta vez aceleraban el paso, que la situación podía ponerse altamente violenta. Recordaba casos anteriores en que no había hecho falta mayor provocación que la del deseo ciudadano de manifestarse para exacerbar los ánimos y colmar la paciencia a la guardia municipal.
No sabía cuántas personas habían llegado a la convocatoria, pero llevaba conmigo la certeza de que cámara y micrófono a la mano podíamos obtener material y criterios que merecen la atención de la ciudadanía. No voy a negar que tenía aspiraciones mayores respecto a la cantidad de asistentes. Al momento en que llegué, no habrían más de cien. Recuerdo haberle dicho a Kenneth Carrera (talentosísimo fotógrafo que ya ha contribuido a poner más guapa esta página con su obra, y que nos colaboró aquel día con cámara y equipos) que procuremos no gastar mucha cinta mientras no llegara mas gente. Un error que ocasionó que dejemos pasar la posibilidad de tener registro de grandes momentos de la noche aferrados a la ilusión de que los indignados crezcan en número y del que sólo me espabilé cuando las personas encargadas de la organización, megáfono en mano, convocaban a los asistentes a un conversatorio.
Sentados en ronda, con la brisa del río golpeando sus rostros, compartiendo panes y agua de hierbaluisa caliente, aproximadamente 80 personas se juntaban para darse calor mientras hablaban de libertad, de construcción de sistemas de participación horizontales, de sistemas políticos, de estructuras sociales, de instituciones financieras, del quiebre bancario, de impunidad, del pago de deuda. Cada tema analizado con el ojo crítico de quien no se conforma, del que sabe que reclinarse en un sillón, bajo el abrigo de casa a criticar frente al televisor a los menos cómodos, no es suficiente.
¿Recetas? No hacían falta. No es necesario conocer recetas milagrosas para saber que algo no anda bien, que algo apesta.
Y de eso se trataba, lo bello de esta acción colectiva estaba en eso: En juntar ciudadanos de a pie, con inconformidad, indignación y valentía suficientes para arriesgarse a definirse. A construir una identidad a partir de su participación ciudadana. A ocupar y tomarse un espacio que es suyo, en pleno corazón financiero de la ciudad, para enrostrar a gritos a quienes lo administran con dominio casi hegemónico (por la razón o por la fuerza) sobre los ejercicios de ciudadanía, que sabemos lo que están haciendo, que conocemos sus prácticas, que no nos gustan y que estamos determinados a resistirnos a ellas. ¿No es sólo eso ya un gran logro para la construcción de ciudadanía en una ciudad como Guayaquil?