Leo en las redes sociales que hay gente que no va a ir a la acampada de mañana en la Plaza de San Francisco. No van porque creen que hay intereses ocultos.

Esa gente, se me ocurre, es corta de visión, intolerante, de naturaleza conspirativa o demasiado acomodada como ir más que sea a ver de qué se trata. Peor aún: es gente que todavía vive en el pasado, pues precisa de alguien que la represente, alguien que hable por ella y que le diga cómo se dan haciendo las cosas.

¿Alguien sabe, tiene la más mínima idea, de qué se trata la acampada que empieza a las dieciocho horas del Ecuador y es réplica de lo que sucede en otros cuarenta y cuatro países?

Por lo pronto, está contado dentro del mapa de ocupación.

Conoce alguien, ha discutido alguna voz en redes sociales los postulados del movimiento, que son dignidad, democracia directa, proactividad? ¿Se han enterado de qué va todo esto? Es hora de hacerlo.

Varias personas han dicho que es un movimiento orquestado por el gobierno, subrepticiamente, que es una reunión de comunistas, que no está ligada a la gran acampada mundial. Entonces se quedarán en casa, porque seguramente la tienen, en ese margen de la brecha social que dice «una marcha que tuitea como Karl Marx, no voy a ir nunca» porque claro, para cierta gente es más relevante primero dejar en claro qué no se es, para luego poder ser. Podría apostar que quien dijo eso ni siquiera ha leído a Marx.

Por lo pronto parece

que la

acampada forma parte de la gran convocatoria mundial. Tiene apenas setenta y pico de seguidores en twitter y no ha faltado el wiseass que la desacredita porque Chomsky y Galeano las han suscrito.

Pero no es solo Chomsky y Galeano. También Zizek, Michael Moore y el escritor español Amador Fernández-Savater los que abogan por el movimiento desclasado. Hay indignación profunda y esa indignación debe llevarnos hacia un desenlace, que no es otra cosa que asir el toro por los cuernos.

Porque para mucha gente es mejor permitir que todavía sean las élites las que nos definan. Porque aún a muchos la inconformidad les resulta poco chic y hasta un complejo social.

Pero como dijo Zizek los que acampan «no están destruyendo nada… solo estamos siendo testigos de cómo el sistema se destruye a sí mismo».

Es un poco miope no ver que la acampada pretende exactamente lo contrario: la definición de la ciudadanía contra el poder corporativo, mediático, estatal. Somos ciudadanos, no carne para alimentar el corporativismo que a setenta años vista de haberlo hecho en el Tercer Reich pretende reeditarse soterrado en la legitimación de los que derrotaron a Hitler.

Desde hace unos años, de las cien mayores economías del mundo, por primera vez, cincuenta y uno eran corporaciones y no Estados. Los políticos han sido comprados para siempre, en un sistema brutal y despiadado conocido como democracia representativa, por las grandes empresas que cuidan sus intereses desde los gobiernos. Solo en el Ecuador se libra una batalla que nadie ha cubierto y es la de una farmacéutica que pretende que se detenga la venta de medicamentos genéricos contra el SIDA y poder vender su producto que cuesta ciento veinte dólares por dosis.

En otras partes del mundo, los periodistas que cubren las protestas ocupantes han sido censurados ¿Cómo enterarse, entonces, de la brutal represión que sufrieron los manifestantes en Boston o de las amenazas de desalojo por parte de la policía? Solo los ciudadanos del mundo podemos comunicárnoslo.

Pero no. Vivimos en el país de los miedos infundados, de las teorías de conspiración. Preferimos, porque corporaciones y Estado así no las han inculcado, vivir del miedo y la desconfianza hacia el otro ¿

Qué puedo obtener yo de ir a una sentada pacífica con desconocidos? ¿Si a la final son comunistas, ecologistas, inconformes o niños bien que no tienen otra cosa mejor que creerse hippies?

No se trata de hippies, ni de comunistas, ni de liberales, ni de moros o crstianos.

Por qué no mejor comenzar por definir por lo que todos somos: personas. Ciudadanos del mundo que no lo cargamos en el bolsillo, ni tenemos todo el dinero para comprarlo. Tenemos que hacerlo nuestro de la única manera en que nos es posible en el mundo: volviéndonos visibles. Dejando atrás el miedo inculcado y propuesto como base de nuestra sociedad.

¿Hasta cuando vamos a dejar que unos oligarcas y unos plutócratas decidan nuestro futuro?

La acampada no debe ser una marcha más, como las tantas que ha recreado la petit bourgeoisie guayaquileña. Lo importante, como dice la convocatoria, no es el 15. Es el día después. Es lo que hagamos con nuestra indignación.

Es una crítica profunda a nosotros mismos: ¿a qué hora nos pusieron el dedo en la boca (si no otra cosa) y por qué recién nos indigna la entucada? ¿Qué fue lo que nos quitó la anestesia?

Hay muchas otras mejores propuestas respecto de la acampada que sufrir por las formas o tomar el agua de un pozo envenenado.

Pero hay que ir, hay que ir. Aunque sea para mañana poder criticar con fundamentos o desenmascarar a los impostores.

La acampada, como autoconvocatoria ciudadana, merece nuestra atención y asistencia. Es signo de nuestros tiempos.

 

La Naranja Mecánica