Café, dos panes y cinco minutos de atraso. Ese jueves pintaba como uno más, sin alteraciones, propias de mitad de semana. En la oficina el ritmo normal de la jornada era la constante. Risas, chistes, pendientes, memos. En mi escritorio, una ruma de diarios me esperaba para la revisión característica, sin embargo, ese día, como casi no pasa, se me ocurrió prender la tele…
La información apareció como parte de los noticieros mañaneros. Un grupo de policías se habían tomado las instalaciones del regimiento Quito. (Un paro más, nada raro). Con el transcurso de los minutos, escucho que el presidente Correa llega al sitio para conversar con los huelguistas. (Atención directa por Rafael, nada raro). Eran cerca las 09h00, y por lo menos, ya sabía que titularían al día siguiente los periódicos.
Un grito furibundo del mandatario hizo saltar mis ojos del computador. Seguía auditivamente la noticia, pero al ver a un Correa exaltado, con la camisa abierta y sin corbata, mi posición de los hechos cambio. Esto había pasado el límite de paro a confrontación, pero ni de cerca, me imaginé todo lo que vendría después. Ante mis ojos, y de varios compañeros curiosos que ya se habían acercado hasta mi puesto, vimos asombrados la salida del Presidente en el tumulto. Decenas de hombres lo rodeaban, puñetes, patadas, gases, empujones. El ¡Pero que hijueputa! rondó cual oración la boca de los televidentes. Confusión total, estábamos presenciando en vivo, un hecho sin antecedentes. Mi cara era una confusión de asombro y sonrisa nerviosa.
El reloj marcó las 10 y un poco más, y con Correa en el Hospital, pensé ”lógico, algo se debe haber jodido en la rodilla con todo el tumulto”. Mientras esperábamos más datos sobre la situación en la capital, comenzaron a llegar mensajes de texto sobre la situación caótica que se avecinaba en las calles. “No hay Policías, están robando en las avenidas, tengan cuidado” fue el primero. De ahí, una cadena de rumores atacó mi celular. Robo en bancos del sur, norte y centro. Gasolineras atracadas, malls y restaurantes. Muchas contradicciones entre sí. En menos de 20 minutos la Agencia del banco de Guayaquil del Riocentro Sur fue asaltada 5 veces y desmentida unas cuatro. Para el mediodía simplemente no sabía que creer, a quien creer y peor aún, qué hacer.
De a poco, la histeria se fue apoderando de mis compañeros. Muchos decidieron salir para ir a ver sus carros y dejarlos en casa. Tenían miedo que los asalten. Se fueron, ya no regresaron. La actividad de ese día había pasado a un segundo plano, ya a nadie le importaba siquiera. Luego, comenzaron las llamadas a familiares pidiendo que se ponga a buen recaudo. Yo lo dudé un poco. ¿Será para tanto? Igual, no se pierde nada. Aló, mamá, papá, ¿están bien? /Si yo estoy en el trabajo, viendo que sucede. /Ok mamá. Sí, me cuidaré.
Ya tenía la bendición.
Pasada la 13H00 la hambruna pudo más. Con tres compañeros bajamos hasta el restaurante de siempre. Las calles, de pleno casco comercial, eran un desierto al más puro estilo del oeste. Nadie en el perímetro. Juró que vi rodar una bola de paja seca por la Pichincha. En el comedor, varios comensales (otros valientes hambrientos) comentaban lo ocurrido. En el televisor del local, un Correa con voz apresurada afirmaba que “Primero muerto que entregar la vida”, todos nos miramos y pensamos: la cosa esta fregada (y la frase está trabada). Entre la sopa y el segundo el rumor en cada mesa era intenso: que Lenín cogería el poder, que estaba en Guayaquil, que los militares también se habían alzado. En 20 minutos devoramos lo que tuvimos al frente y subimos a la oficina, ya para esa hora, con más cara de refugio que otra cosa.
Sin embargo, una columna de humo que se alzaba en el Malecón hizo poner los pelos de punta entre todos. Con el espíritu periodístico de siempre, decidí bajar de nuevo para observar que ocurría. Sigilosamente, me acerqué hasta la Rotonda, donde fue fácil reconocer el saco celeste intenso de Mery Zamora. La UNE y el MPD se habían “tomado” la calle, con llantas quemadas y canticos alegóricos. Hablaban de la verdadera revolución y que la hora del pueblo había llegado. Al presenciar eso, regresé tranquilo al edificio, sabía que con ellos nunca pasó y nunca pasará nada…
Cerca de las 15h00, la televisión pública asumió el monopolio de la información. El rating en mi trabajo bajó considerablemente gracias a la nula noticia que entregaba la cadena. Eso, en cambio, exacerbó la incertidumbre ¿Qué es qué mismo estaba pasando? En ese momento, el twitter se convirtió en mi CNN. Para ese entonces, poco utilizaba mi cuenta (hoy, es casi religión). Era increíble ver como la información fluía instantáneamente, no corroborada, pero, ¿a quién le importaba ya eso?. No era asunto de creer o no, sino de saber algo y hacerse una idea de cómo actuar.
Paras las 16h00 no estábamos bien informados pero si bien asustados del relajo en que estaba sumida la ciudad. Una compañera que salió en su vehículo en la mañana a Milagro no pudo pasar el puente y en el regreso por el PAN fue asaltada con el resto de viajeros. ¿Dijeron puente cerrado? Cierto, como diablos regreso a casa!!! En ese momento comencé a sentir el tema en carne propia. La primera opción era caminarme todo hasta Durán. Para eso me despojé de reloj, billetera y anillos. ¿Dejo el celular? Mmmm, no, la información de las redes sociales, es vital ahora, ¡Al calzoncillo! Asi que con temor propio de la aventura, salí para mi casa.
Cruzando la cuadra, sonó mi celular, lo saque del “escondite” y contesté. Era mi enamorada. Un vehículo que su trabajo le cedió iba a dejarla a su hogar en Samborondón. Belleza. Me recogió a los 5 minutos en Baquerizo Moreno. Llegando a la Puntilla, la procesión era extensa. Decenas de beatos caminaban sobre el río Babahoyo ante el bloqueo de la ruta, agradecí a mi querida y comencé la peregrinación. Era chistoso ver a muchachas de la Banca con el saco y los tacos en las manos. Entre la multitud, me topé con un primo que no veía hace años. La coyuntura nos hizo encontrar y rematar en unas bielas semanas después. Para cuando llegamos a Durán, militares se aprestaban a reabrir el puente, y mis padres me esperaban en su carro.
A las 20h00 y un poco más, ya bañado, cambiado y alimentado, el desenlace de ese día de locos tuvo un espeluznante final frente a la caja boba. Cual película de Hollywood, mi familia y yo presenciamos en vivo como policías y militares se enfrentaron a bala a las afueras del Hospital Policial. Mi padre, un Correista confeso, se mordía las uñas a la espera de ver salir al presidente. Se anuncia que Correa está presto a dejar el sitio, parecía que todo ha acabado. Más, al salir su vehículo, una lluvia de metralla suena en los parlantes del televisor y ante mis retinas y la de millones de ecuatorianos, un uniformado, quien luego sabríamos se llamaba Froilán Jiménez, cae al piso producto de un disparo.
Hubo un silencio total en mi sala, porque el caído no reaccionó. Las imágenes de la TV se fueron a otros sitios y en instantes, anunciaron la llegada de un victorioso Correa que con júbilo señalaba su regreso vivo hasta Carondelet. El resto fue un discurso improvisado, que casi no entendí porque me quedé con la imagen del uniformado desmoronado en el piso. ¿Cómo fue que todo esto fue posible, cómo?
Hoy, que se recuerda un año de ese 30 de septiembre, recuerdo aún segundo a segundo como viví ese día como muestra de que SÍ OCURRIÓ, como testimonio ante lo que muchos niegan pasó. Yo esa noche dormí estupefacto pero cobijado en mi cama, pero cientos de ecuatorianos, pasaron frío, hambre, desolación, dolor, frustración e impotencia. Otros no llegaron a esa noche, y es justo rememorar a todos y cada uno de los ecuatorianos q ofrecieron su vida, sus ganas, su tranquilidad de un jueves más, porque el resto tengamos viernes.
Ese fue, mi 30S.
Ángel Largo Méndez