Robin Williams declaró alguna vez que la cocaína era la manera que tenía Dios para decirte que estás haciendo mucho billete. La cocaína está asociada con harto billo y con los años ochenta, en los que en el mundo se hicieron famosos los cárteles (el de Cali y el de Medellín, principalmente) encargados de su distribución. El consumo de cocaína provoca una euforia intensa, seguida de un bajón depresivo que, en las peores de las circunstancias, puede convertirse en autodestructivo. Esos efectos de la cocaína en sus peores circunstancias son una metáfora precisa de los efectos que la súbita riqueza y el botín político provocaron en el BSC, que empezaron en los años ochenta con una intensidad exitosa, pero cuyo bajón depresivo y de autodestrucción le ha durado al equipo más de un decenio.
BSC era un equipo humilde, a diferencia de su rival de barrio (cuyo nombre no manchará esta página, al que se conoce con el apelativo de “los millonarios”) que se ganó, a pulso, el fervor popular. Al BSC lo fundaron inmigrantes catalanes en mayo de 1925 y obtuvo épicas victorias ante el Millonarios de Di Stéfano, Pedernera y Rossi (3-2, el 31 de agosto de 1949, con goles de Cantos, Rodríguez y Lindor) y ante Estudiantes de la Plata (1-0, en la Plata, el 29 de abril de 1971, con gol del mítico “Padre” Bazurko) que lo convirtieron en el equipo más popular del país. Su palmarés era exitoso (al menos para los míseros estándares nacionales de la época) y su popularidad tal, que como declamaba el poeta Fernando Artieda, una vez que murió J. J., el pueblo borracho lloraba y decía “solo nos queda Barcelona”.
Es en este escenario donde entra en escena la metáfora de la coca. El tránsito de un equipo humilde y popular, que entrenaba en el Reed Park (o sea, “pobre pero honrado”, como diario El Hocicón) a un boyante equipo que podía pagarse los mejores jugadores (e incluso periodistas y árbitros, según cuentan) provocó una euforia que BSC la vivió con intensidad en los ochentas y que le duró hasta su último campeonato nacional del año ‘97 y la final de la Copa Libertadores del ‘98. Durante ese período, el dinero fluyó, proveniente de un suegro poderoso (que es el abuelo de quienes hoy dirigen el club, curiosamente) y la euforia de un equipo que podía reivindicar para sí el título de mejor del país (con estadísticas de respaldo) duró hasta esa noche del 26 de agosto de 1998, en el estadio Monumental, cuando se perdió la final de la Copa Libertadores 1-2 frente al Vasco da Gama. Desde ese momento, hace ya más de 13 años, empezó el bajón a partir del cual BSC sólo ha obtenido reproches, provocado vergüenza y ganado absolutamente nada: ningún campeonato nacional y sólo ocho participaciones internacionales (tres libertadores, tres merconortes, dos sudamericanas) en todas las cuales nunca pasó de la primera fase, salvo en dos en que alcanzó la segunda. Un bajón terrible, que nos ha costado a los hinchas años de padecer a una turba de impresentables en el poder del equipo.
Porque el problema detrás de esta sucesión de fracasos es el socialcristianismo como enfermedad social. Un socialcristiano tras otro se ha sucedido en la presidencia del BSC, cada uno en rapaz competencia para convertirse en más mediocre y más turro que el anterior. Así, entre otros personajes, tenemos al cuñado del presidente honorario, al pretendido delfín de Nebot (que, como lo advirtió su patrón económico, “no estaba preparado para ser Presidente de Barcelona. Lo hizo como deseo político”) cuyo único legado positivo es haberse convertido en un “elegante cadáver”, al ex diputado socialcristiano que admitió retirarse “con la satisfacción del deber cumplido pero frustrado por lo deportivo” después de dejar al equipo noveno entre doce (entonces, siendo una institución deportiva, ¿cuál deber cumpliste, pedazo de mediocre?), y así por el estilo. En resumidas cuentas, la administración socialcristiana del club (con estadísticas de respaldo) ha sido un vergonzoso cártel de fracasados. El show cómico-mágico-musical que era “La Carabina de Ambrosio” lo habría hecho mejor. By far.
Pero el socialcristianismo ha salido del equipo y ese es, sin duda, un cambio valioso y para mejor. Tengo que admitirles mi entusiasmo: in Zubeldía I trust, me gusta el juego y la garra que le pone Damián Díaz, el equipo ha ganado seis veces consecutivas en el Monumental (lo que en tiempos del bajón coquero calificaba para “La Hazaña de la Plata”); nos falta todavía jubilar a esa momia andropáusica que es Iván Hurtado (así como barajar, hagámonos el favor, al presidente honorario inútil y mufa que tenemos) y mejorar el juego colectivo y así ya vendrán tiempos mejores para los hinchas amarillos que tanto los añoramos (y que empezamos a creerlos nuevamente, a juzgar por nuestra multitudinaria asistencia al estadio). BSC ha logrado salir del bajón autodestructivo en el que lo tuvieron politiqueros mediocres que, como bien lo advirtió Esteban Michelena en un artículo de la Soho en la que salía el camión noboleño de la Barzola, “Mucho le sacan la madre al querido cuadro del astillero. Demasiado le cosechan, nada le siembran. Mucho le talan, tan poquito le ponen”. Porque ya curados de la enfermedad socialcristiana, siempre se respira mejor. Y, prueba de ello, a nuestro querido BSC mucho mejor le va.
Xavier Flores Aguirre