Ya lo dijeron Chomsky y Edwards en «Guardianes de la Libertad», hay víctimas dignas e indignas. Las dignas son aquéllas que los medios, por conveniencia corporativa o política, eligen relevar en sus portadas y titulares.
Las indignas son las otras.
El Universo, más allá de la procedencia o no del juicio y de la desproporcionada sentencia y todo la guaragua que se ha dibujado en torno ella, es una víctima digna. Dignísima. Se ha pronunciado no sólo todo el aparato mediático nacional (privada o estatal, a favor o en contra), sino, además, el presidente Correa, el alcalde Nebot y cuánto político ha tenido un micrófono en frente.
Los periódicos nacionales sacaron portadas en blanco y un suplemento donde recogían lo que llamaron «el rechazo internacional» al fallo condenatorio. Además, Human Rights Watch, AIR, Reporteros Sin Fronteras, ex presidentes del Ecuador y lt;mce:script type=»>el mundo se han pronunciado sobre el proceso judicial que se lleva contra Diario El Universo y no hay sábado en que el presidente no ironice, se burle y le dedique varios minutos.
Debo precisar algo antes de seguir: No creo que ni Emilio Palacio, ni los señores Pérez deban ir presos. No porque no haya una injuria, sino porque, por más que lo intento, no lo encuentro sentido a la privación de libertad en los términos en que está concebida en el mundo occidental, especialmente en el Ecuador.
Desde esa perspectiva, toda pena privativa de libertad es un simple reemplazo de la venganza privada, ejercida a través de un intermediario estatal: el clamor de justicia esconde, muchas veces, un deseo de infligir el mismo daño al causante del daño. Desde esa perspectiva, además, justifico sólo en muy pocos casos aquéllas sanciones. La cárcel nunca rehabilita, cambia o transforma: solamente degrada al ser humano.
No entiendo por qué el presidente optó por este juicio, si él mismo no cree (o así le he entendido) en que la injuria debe estar reprimida con prisión. Creo que él podía sortear con mucha más dignidad las infames acusaciones que le atribuía Palacio en su columna, que no sé cómo terminó en la página de opinión de un medio de noventa años de tradición.
En el análisis del asunto, he revisado una y otra vez aquélla justificación de que es un delito que es parte del ordenamiento legal vigente, que no lo instituyó Correa y que ya es hora de que los medios se responsabilicen por lo que dicen. Todo esto es cierto, sin duda. Sin embargo, la pregunta es ¿cuán relevante es para el proceso político que el presidente Correa lidera?
Es la pregunta que me ha acechado. Porque desde el punto de vista formal parece que se actúa, como dicen los gringos, by the book. Yo, en cambio, me pregunto, en estos tiempos de cambio y turbulencia social, ¿debemos regirnos por los viejos libros?
Siento mucho que este breve comentario esté lleno de tantas preguntas. Lamentablemente, tengo pocas certezas.
Hay ciertas cosas que he sacado a limpio, pero tal vez sean apenas apuntes preliminares.
El primer apunte preliminar, como ya lo dije, es que el gobierno y el presidente estaba mejor sin este juicio.
El segundo, que también señalé, es que no creo que los señores Pérez y Palacio deban ir a la cárcel.
Ahora bien, he anotado con caligrafía de escolar que la satanización no nos lleva, ni nos llevará a ningún lado. Por eso la hago a un lado de plano.
Rechazo la aseveración de que este sea un gobierno fascista. Veo que poca gente realmente tiene claro el concepto de fascismo, empezando por la perspectiva histórica; además, éste vendría a ser el más turro de los gobiernos fascistas: jueces que liberan dos veces a los encausados por magnicidio, audiencias que duran doce horas en las que un ciudadano le hace recomendaciones personales al supuesto caudillo y un juez salva su voto, medios que, a pesar de su clara militancia opositora continúan funcionando con normalidad -tomando aparte, por supuesto, el caso de Diario El Universo, inmerso en el juicio que motiva este comentario-.
Dicho esto, debo señalar que, aunque siendo legal, recurrir a las herramientas que constan en un Código Penal repleto de tipos penales por demás ridículos y ceñirse al simple tenor de la ley deja mucho que desear en un proceso de transformación política, poniendo en movimiento un sistema de «justicia» patuleco y agonizante (que no resiste mucho más tiempo en esa condiciones y cuyo cambio y transformación es vital). Es decir, todas las prácticas a las que el presidente Correa ha recurrido en este caso han sido simplemente legales. Punto. De ahí en más, debo discrepar en todo lo que ha sucedido.
Muchos progresistas pretendíamos encontrar un gobierno de prácticas distintas que, sin caer en la ingenuidad que lo tuviese ya fuera del poder, no lo rebajase al nivel circense del juicio que se discutió el martes pasado en la Corte Provincial de Justicia de Guayaquil. Porque no están en juego ni la libertad de expresión, ni la honra, ni el crédito de nadie: es un juego de vencidas de egos.
El presidente Correa ha ganado cada pulsada propuesta a través de los mecanismos democráticos, esos sí legales y legítimos, que ha propuesto. Su gestión tiene una aceptación que sobrepasa el setenta por ciento, dato que hace bailar de emoción a sus grouppies y vomitar de furia a sus odiadores, aunque esos números no lleven a nadie a la reflexión.
Con ese antecedente, ¿era necesaria esta imposición de fuerza en el plano más burdo y bajo que le podían proponer? Parecería un juego concertado. Una especie de juego de visitante y local. Correa juega de local en las urnas, El Universo en los medios. Todo esto me ha dejado un mal sabor de boca, con la vieja advertencia de que con los políticos, con todos, siempre hay que tener cuidado hasta el final. Me ha dejado, además, con una nueva admonición, que ya la dijo el Martín Caparrós desdibujado por tirios (acá tb) y troyanos: los medios deben leerse críticamente, no como si dijesen verdades absolutas.
Me he quedado con la angustia de ver que en las materias que creíamos este gobierno sería diferente, se han impuesto (por convicción o conveniencia) lo mismo de siempre: ni distritalización, ni verdadera desconcentración y descentralización (¡autonomía!), ni voto facultatitvo, ni igualdad ante la ley para todos. Y esa angustia crece porque la próxima elección presidencial se nos viene encima y, aun con todas las taras que su gobierno arrastra, Correa parece seguir siendo el candidato que la progresía debe elegir ¿nos ha domesticado a ese punto Rafael Correa? ¿Cuántos de nosotros callamos por no hacerle el juego a la vieja guardia? ¿Estamos dispuestos a repetir ese viejo graffiti de te odio Bucaram, por hacerme votar por Borja solo que con los nombres cambiados a Te odio oposición, por hacerme votar por Correa?
¿Si es así, han cambiado realmente los tiempos?
¿Cuándo fue la última vez que pudimos hacer lo que Caparrós pide, leer los medios críticamente, desnudos de todo prejuicio, de toda culpa, de todo cálculo político?
En ese juego de lecturas críticas, hay un caso, minúsculo, mediáticamente insignificante que revela que los medios no tienen ningún interés en la libertad. Es el caso de Daniel Adum Gilbert. Una víctima indigna, a la que sólo los medios estatales han dado cobertura y, no seamos ingenuos, no por amor a la libertad, sino por servirles para su agenda política.
Adum, conforme las definiciones de Chomsky y Edwards a las que me refería al inicio de este breve comentario, es un víctima indigna. Y yo me asombro hasta la náusea porque ahora muchos de los que dicen creer que en el caso del Universo está en juego la libertad, minimizan el tema de Adum a una simple ridiculización, a una burla, a la caricaturización y rechazo de quienes piensan o son diferentes. En el caso de Adum, ¿qué está en juego? ¿Cuadritos de colores? ¿Es muy difícil no ver que si uno decide apoyar en su causa a una gran corporación, que puede contratar un cuerpo consultivo legal y utilizar sus medios impresos y digitales para crear -no sin derecho- una clara línea editorial de defensa corporativa, debería con más razón ponerse también del lado de un tipo que es, sin exagerar, un flaco con una brocha y tarros de pintura?
¿Es que es chic apoyar al Universo y dejarlo solo a Adum, simplemente, porque nos parece que hay una intención oculta detrás de sus cuadros de colores? ¿Desde cuándo la libertad de las grandes corporaciones mediáticas vale más que la de un artista urbano? ¿Dónde trazamos la línea?
¿Cómo es Daniel diferente a los varios ciudadanos que el presidente Correa ha ordenado, en uso de arcaicas leyes aún vigentes, detener por ofenderlo? ¿Cómo son esas leyes menos injustas que una ordenanza que regula la manera en que la gente dispone de su propiedad privada?
¿Cómo es que reivindicar el derecho del ciudadano «común» (wtf?!) a hacerle yuca al presidente es más digno que reivindicar el derecho ciudadano de gozar la propiedad privada a plenitud, sin una autoridad que le diga cómo o cómo no pintarla?
¿Qué dirían los mismos que minimizan el tema de las pintadas, si mañana la casa de los señores Pérez o Palacio apareciese pintada de verde limón o de cuadritos de colores por orden del gobierno? ¿Sería ahí sí una pintada digna de su ira?
Por supuesto que la pregunta se puede girar hacia el otro lado, ¿qué dicen los que abogan por el derecho de Daniel de pintar su casa como mejor le parezca, de aquéllos que han sido detenidos por demostrarle desprecio al presidente de la República?
¿No es claro que ambas disposiciones, leyes de desacato y ordenanzas que violan derechos fundamentales, por más legales que sean, no guardan conformidad con la constitución y los instrumentos internacionales aplicables?
¿Por qué disentir hasta el insulto con uno y ser obsecuente hasta la vergüenza con el otro?
He leído a la misma gente que busca y rebusca sentencias internacionales y habla del tema del Universo como la batalla ulterior de la libertad decir que en el caso de Adum, «hay ordenanzas que respetar» y que «hay que cumplir las leyes» ¡Pero si es el mismo argumento con que Correa legitima su juicio a El Universo! ¡Si fuese por la simple y objetiva aplicación de la norma, entonces, Palacio debería ir preso! ¿Qué pasa? ¿Las normas del Municipio sí deben acatarse a raja tabla?
Sin embargo, por Adum no he visto yo las portadas en blanco. Por Adum no he visto los hashtags sardónicos. Por Adum no he visto yo los comentarios de las ONGs. Han sido sus amigos los que han acudido a su llamado de auxilio: en lo legal, en lo artístico, en lo humano… ¿Eso es lo que le reprochan? Adum ha escogido la encrucijada difícil de pararse justo en el punto medio donde, desde la derecha, alcanza a escuchar los gritos de neohippie, atention whore, mamarracho y desde la izquierda los gritos de pelucón, vago, hijo de papi ¿Qué agenda oculta puede haber ahí? ¿Qué pretensión puede tener alguien que solo quería pintar las paredes sucias de la ciudad del alcalde por quien él mismo votó? Por Adum (que es apenas un ciudadano, acompañado de otros ciudadanos, unos cuantos, según quienes los denuestan) no se han hecho plantones, ni se han mostrado crespones negros.
Aún mucho antes de que se inicie todo el embrollo legal con El Universo, la gente parafraseó la dramática frase del pastor Martin Niemöller y la adaptaron para el medio local. Un buen amigo, inclusive, se arriesgó a decir: «y vendrán por los tuiteros…» Pero nunca nadie la parafraseó diciendo «primero vinieron por los graffiteros….» ¿por qué? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a transigir con nuestra libertad? ¿Cuando no sean nuestros huesos los que caigan en esas pocilgas de miseria que son las mazmorras ecuatorianas? ¿Cuando no sean los de un amigo, un hermano, una novia, una compañera de trabajo?
No me malinterpreten, esto no es una defensa en particular de Adum. El ya se ha defendido, por sus propios medios y con bastante éxito, es simplemente una comparación de situaciones que son medidas con diferentes varas por los mismos actores.
Si los seguidores del presidente celebran, como ya lo han hecho algunos, su triunfo judicial ante los señores Pérez y Palacio, estarán haciendo algo tan despreciable como alguien que baila sobre la tumba del enemigo.
Si los seguidores del alcalde celebran, como ya lo han hecho algunos, las violaciones a la libertad individual, la libertad de expresión y la propiedad privada perpetradas sin notificación previa y en montonera por los funcionarios de un departamento llamado (guiño-guiño) justicia y vigilancia, que se comporta tal cual una policía secreta (cuya creación ya le denunciaron, además, sus opositores al régimen) caerán en el mismo error.
Estaremos, entonces, todos en la misma paila de mierda que se cuece a fuego lento en este infiernillo del tercer mundo, mientras los políticos, ellos sí, parados fuera del caldero, se quejan en la mainstream media del olor a mierda que emanamos, mientras nos revuelven y revuelven per secula seculorum.
José María León Cabrera