…nuestra libertad en Sudáfrica no será completa hasta que Palestina sea también libre
Nelson Mandela
El lunes se llevó a cabo un “Diálogo sobre los Derechos del Pueblo Palestino en las Naciones Unidas” en el auditorio de la Defensoría del Pueblo. Hubo un intercambio de opiniones, información y experiencias sobre un tema por el que algunos en Ecuador han venido luchando por más de 30 años: detener el abuso del que ha sido –y es- víctima el pueblo palestino, a causa de la brutal política exterior israelí. Presentados un largo historial de derechos coartados y de violaciones flagrantes del derecho internacional, nos reunimos a conversar sobre la solicitud que se presentará este viernes 23 para que Palestina sea reconocida como un Estado miembro de pleno derecho de la ONU. Entre las primeras intervenciones se dijo que existen cerca de 5 millones de desplazados y refugiados palestinos, constituyéndose como el mayor grupo humano en esa condición. El dato es acertado y encuentra respaldo en informes de la United Nations Relief and Works Agency for Palestine Refugees in the Near East (UNRWA). Pero esa es sólo una cuantificación que, en sí misma, no logra expresar y capturar la realidad de lo que se vive allá. Quizá sea imposible describirlo en su totalidad. Sin embargo, pueden encontrarse informes de organismos internacionales que intentan dar cuenta de aquello. Mencionaré dos:
a) Durante la invasión a Yenín en abril del 2002 (decisión tomada por el exprimer ministro israelí Ariel Sharon), Human Rights Watch documentó y detalló una escena:
Niños, mujeres, ancianos y discapacitados figuran entre las bajas palestinas. Kamal Zghair, de 57 años, trataba de avanzar en su silla de ruedas en la que ondeaba una bandera blanca cuando fue arrollado por un tanque israelí. Una carga explosiva le estalló en la cara a Afaf Disuqui, de 52 años, cuando fue a abrirles la puerta de su casa a las tropas israelíes. Farwa Jammal, una enfermera de 27 años, uniformada, murió por los disparos de los soldados israelíes mientras socorría a un enfermo. Mariam Wishai, de 58 años, murió dos días después de que un misil alcanzara su casa, sin que los servicios médicos pudieran acudir a socorrerla y horas después de que su hijo fuera disparado en la calle. Jamal Fayid, paralítico de 37 años, murió en su casa aplastado por un buldozer israelí. Muhammad Abu Saba'a suplicó a los soldados que no demolieran su casa, en la que permanecía su familia dentro. Cuando se dio la vuelta le dispararon causándole la muerte. Faris Zaiban, de 14 años, murió por los disparos de un tanque cuando iba a comprar fruta durante un levantamiento del toque de queda. Hani Abu Rumaila, de 19 años, se acercó a la cancela de su casa para contemplar la batalla. Primero le dispararon en la pierna, cuando quiso volver a su casa le dispararon en el pecho y en el abdomen. Munthir al-Haj, un miliciano de 22 años, desarmado y con los brazos rotos, murió por los disparos del Ejército cuando estaba refugiado en un hospital de una organización caritativa. Yusra Abu Khurj, una enferma mental de 66 años, resultó muerta por los disparos israelíes mientras gritaba y cantaba desde la ventana de su casa.
b) Hace poco menos de dos meses, un Comité Especial de la ONU entregó el informe de una investigación sobre las prácticas israelíes. El titular de prensa de la ONU afirmaba de manera tajante: “Israel viola sistemáticamente derechos humanos en territorios ocupados”. Decir eso a estas alturas, luego de más de 60 años de abusos, crímenes e impunidad, es casi perogrullesco; pero, de todos modos, el mensaje es importante. Dentro de dicho informe se dice, además, algo que casi no se lo articula como factor crucial: los miembros del Comité expresaron su preocupación por que el gobierno de Israel considere “seriamente las consecuencias de una generación de niños palestinos criados en un entorno de privaciones y falta de oportunidades”.
Aún así, pese al recurrente y extenso historial, y pese al increíble consenso internacional para detener el abuso, Estados Unidos dijo que iba a vetar la solicitud del viernes. Aunque dicha postura es reprochable, no debemos extrañarnos: lo mismo ocurre con Cuba y lo mismo ocurrió en la invasión de Irak, entre muchos otros casos en los que Estados Unidos muestra su decisión de que prevalezca su fuerza por encima del derecho. Como dijo Andrew Card, jefe de Personal de la Casa blanca respecto a Irak: “la ONU puede reunirse a debatir, pero no necesitamos su permiso [para invadir]”. O quizá Fukuyama, cuando funcionario del Departamento de Estado de Estados Unidos, lo dejó claro diciendo que la ONU es "perfectamente útil como instrumento de unilateralismo estadounidense y bien puede ser el mecanismo principal a través del cual se ejercerá ese unilateralismo en el futuro”. La pregunta, sin embargo, gira en torno a por qué actuará de dicha manera.
La respuesta es simple: Israel actúa como Estado satélite en lo que Eisenhower llamó “la zona del mundo más importante estratégicamente”, para referirse a Oriente Medio. Por supuesto, las justificaciones de los ideólogos de Occidente suelen ir más allá. Y para ese caso, le atribuyo enorme responsabilidad al cinismo de intelectuales que van desde Alan Dershowitz hasta Martin Peretz. Recordando las declaraciones de éste último, férreo defensor de Israel, quien dijo que los palestinos no tienen la talla para tener su propio país; y sugirió -como si no hubiese sido suficiente- que los árabes son genéticamente violentos. Adicional a ello, y hace pocos días, Andrés Oppenheimer –mucho más cercano a Latinoamérica- afirmó estar de acuerdo con una declaración genérica pro Estado Palestino, aunque “no la que están proponiendo los palestinos”. Es decir, que los palestinos tengan un Estado pero no el que ellos quieren. Tal es la arrogancia y la disposición de sabotear y justificar los atropellos.
El mismo lunes del diálogo en la Defensoría del Pueblo, Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, reiteró la solicitud ante el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon. Y en estos últimos días se han realizado varias marchas de apoyo: desde Jerusalem hasta Nueva York, miles han salido a mostrar respaldo. Aunque también se han realizado marchas de colonos israelíes en rechazo: como una ocurrida el martes, en donde un miembro del Knesset, Ben-Ari, dijo que “estaban a favor del establecimiento de un Estado Palestino” pero “en Francia o en Canadá”. Intentemos guardar un momento la indignación que causa esa postura: hay que tener en cuenta que es mucho más honesta que la del Primer Ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, o los demás «defensores de Israel» que dicen con total descaro estar abiertos a continuar un “proceso de paz”; que no ha significado nada más que una dilatación perpetua de cualquier intento de reclamo por soberanía y derechos.
Y ese es un punto que dejó claro Edward Said durante la Intifada de Al-Aqsa en el 2000. En un análisis, Said afirmó que la idea principal de todo este asunto es que “si los judíos tienen todos los derechos a «la tierra de Israel», entonces cualquier no judío que esté allí no tiene ningún derecho. Es así de simple, y así de unánime ideológicamente”. Como tal puede comprenderse que aquellas negociaciones a las que apelan Netanyahu y el gobierno de Estados Unidos son simple retórica: la práctica y los hechos históricos han mostrado la intención de volver más precarias las condiciones del pueblo palestino para que desalojen sus tierras.
Como los "Bantustanes" en el apartheid de Sudáfrica (territorios “autónomos” al que había sido confinada la población negra, aunque en realidad se encontraban bajo el control y sometimiento del gobierno sudafricano), el territorio palestino se encuentra rodeado por un sinnúmero (aproximadamente 250 hasta enero del 2002) de Checkpoints; un muro de hormigón que se levanta en territorios ocupados, alcanzando más del triple de altura y de longitud que el muro de Berlín; y carreteras que conectan a los asentamientos ilegales de colonos israelíes (construidos en tierra palestina), por el que los palestinos no tienen derecho de transitar (la identificación de aquellos habilitados para el tránsito se da por el color de las placas de los vehículos: los judíos tienen placas blancas, que los diferencian de las placas verdes de los palestinos). La limpieza étnica, a la luz de la realidad, va de la mano con el eterno “proceso de paz” por el que siguen abogando.
De cualquier modo, aunque Estados Unidos use su poder de veto el viernes, descartando la posibilidad de que Palestina pueda reconocerse como Estado miembro de pleno derecho de la ONU, la siguiente opción consiste en que se la reconozca en calidad de “Estado no miembro”: para esto sólo se requiere obtener una mayoría simple en el pleno de la Asamblea General; es decir, aquí no interviene el Consejo de Seguridad. Esto tendría dos resultados claves. El primero tiene que ver con la carga simbólica, develando el gran consenso internacional, lo cual no es poca cosa. El segundo es quizá mucho más importante: Palestina podría presentar recursos ante la Corte Penal Internacional por las violaciones flagrantes que ha cometido Israel. Por ejemplo, las colonizaciones en territorios ocupados -aprobadas por el gobierno israelí- se constituyen como crímenes de guerra [Estatuto de Roma, Art. 8 (2)(b)(viii)].
La situación de Palestina no puede ser tolerada por más tiempo. La iniciativa del viernes pretende focalizar y reactivar esfuerzos y acciones efectivas para detener el colonialismo israelí. Lo que pase luego dependerá, en gran medida, de las luchas de los propios palestinos por su liberación. Y demostrará si la ONU escoge seguir mirando impávida, con mucho de complicidad, dicho escenario; contentándose con ser una suerte de ONG de simple ayuda humanitaria, esquivando el problema real: que Israel cumpla con el derecho internacional y que termine, de una vez por todas, con la ocupación.