La continua disputa entre el Gobierno y los medios de comunicación privados, provocaron a nivel nacional el interés por debatir sobre un punto hace rato muerto y de paso enterrado en el olvido sistematizado por quienes aún se lucran de su concepto. La libertad de expresión renace hoy como una historia de la cual no se contó su final y que ahora se transforma en la figura de culto para muchos que no reconocen su real significado. Sin embargo, la apertura de este tema, si se observa detenidamente, resulta ser el proceso necesario para el inicio de un nuevo sistema propio de comunicación social que ya está caminando.
Antes que todo, definámonos que no podemos definir de manera simple la libertad de expresión, y esa postura se enmarca la en misma dificultad de entender que es la opinión pública, origen indispensable de cualquier libertad comunicativa. No hay un estudio determinado que sea capaz de argumentar con precisión los orígenes del intercambio de ideas en el denominado espacio público (entiéndase, lo que no es privado) y la manera adecuada de conjugar miles de ideas en una construcción delimitada.
La opinión pública se origina en cada esquina y a cada instante. En la sala del hogar, en la esquina, en la escuela, colegio universidad. Sucede en las calles, en los taxis, iglesias, parques y eventos. En decenas de lugares, donde cada individuo comparte ideas, experiencias y posiciones sobre un determinado tema, la opinión pública se forma, se alimenta. Es tan libre como volátil, ya que es imposible de medir cuantitativamente y peor aún determinar la importancia que suscita para el interlocutor y sus receptores.
¿Por qué no? Veamos por qué. Hace poco, el único intermediario posible para la identificación de la opinión del público fueron los medios tradicionales. Radio, prensa y televisión fueron, en teoría, los encargados de construir una opinión pública unificada sobre X aspectos basados en la creación popular. Cuando aparecieron en escena los media en los albores de la democracia, llegaron a convertirse en portavoces de una sociedad mundial que opinaba y discutía sobre el actuar de sus Gobiernos y las decisiones que influían en su forma de vida.
Pero fue entonces que la masificación del sistema capitalista trastocó el buen principio de los medios. Entraron en la lógica del mercado y la competencia terminando como un producto de consumo más que un reproductor social de opinión consensuada. De ahí, la intención de cohesionar el sinnúmero de aportes individuales y colectivos (ya de por sí una tarea casi imposible) desapareció por completo. Ahora no había que informar primero, había que vender primero.
Esta reorganización de intereses de los dueños de medios privados permitió la aparición de la “opinión publicada”. La agenda propia de los media, con el interés particular de promocionar lo que les permite existir y desdibujar lo que se los impide. Nacen entonces los amigos y enemigos internos del periodismo, pasando a un segundo plano la tensión característica con el poder político. Un retazo subjetivo de lo que el público opina, discute o debate es ahora reproducido como “la verdad” y el oyente, lector o vidente, ajeno a la mutación de la prensa, lo sigue acogiendo tal cual.
Hoy en Ecuador vivimos esa paradoja. Los medios de comunicación privados, en defensa de lo que es realmente SU libertad de expresión, difunden al público la pantomima de que se ven minados las capacidades a priori de comunicarse libremente en un Estado donde que incluso, afirman, pende de un hilo la democracia.
Pero el Gobierno también ha puesto su parte en esta mentira colectiva. Como paliativo a la agenda propia de los medios privados, surgen los medios públicos como respuesta y lamentablemente, repetición del sistema. No hay tampoco en ellos un acercamiento real a las opiniones o versiones miles del universo social, mas bien, se enfrascan en contrarrestar la información que los autotitulados medios independientes relatas. Es más de lo mismo, pero con dinero público, cosa que q es más que discutible. Estamos entonces emtrampados en una situación que si bien es cierto, no es la mejor, era la única posible en este sistema, hasta ahora.
El surgimiento de las redes sociales abren el abanico y sugieren una nueva construcción de lo que entendemos como opinión pública. Ya no es necesario un aparato con todas las restricciones propias del mercado para obtener una versión gradual de lo que la sociedad opina sobre algo en particular. El mismo individuo es el vehículo a través de su cuenta personal en twitter, facebook u otro, convirtiéndose en voz de su propia voz y sumándose, conscientemente, a quienes vibran en su misma melodía. Hay una segmentación POR INTERESES INDIVIDUALES, de lo que recibo y entrego como información ¿puede haber algo más libre que eso?
¿Estamos frente a la evolución del concepto de opinión pública? Creo que sí. Y una muestra palpable es que cada vez más, los mismos mass media e instituciones de Gobierno se suman a las redes sociales para no quedar fuera de la verdadera interacción social. Es el retorno del feed back (Cual Jedi) donde cada quien y cada cual es tratado como igual, fuera de los simbolismos sociales del poder político y económico. El axioma funciona así: misma capacidad de comunicar=mismo poder de debate=igualdad de posibilidades, alcances y responsabilidades.
La actual disyuntiva era justa y necesaria. Es este descalabro de los mitos sobre libertad, expresión y opinión lo que permite el nacimiento de un nuevo esquema de comunicación interpersonal. La puerta a una nueva configuración de cómo nos comunicamos entre todos y resolvemos que temas son o no de un interés local o nacional, está abierta. Pero depende exclusivamente de cada quién identificar este potencial, y no seguir enfrascado en las minucias que los medios y el Gobierno nos entregan como producto. Es cosa de ver más allá.
Ángel Largo Méndez