Una gran parte de los seres de esta Tierra viven quejándose de lo que nunca pudieron hacer, de lo que jamás creyeron lograr, de lo poco que lograron vivir. Una lista interminable de pretextos lastimeros como: A lo mejor sí, Quizás era, ¿Y si hacía eso?, ¿Si la/o llamaba ese día?, No era para mí, ¿Y de qué iba a vivir?, Chévere pero no da para comer, Era solo un sueño, etc. Frases descollantes que se repite como epitafio de la muerte de ilusiones incomprendidas.

Lamentarse no cura el daño causado consigo mismo. Esa llaga espiritual (entendiendo lo espiritual como el simple amor por tu reflejo), se carcome con la desidia de años y años, mientras la rutina se alimenta de los deseos de un alma que algún día se pensó libre, inmortal e inconsecuente. Una herida en nuestro ego que nos persigue hasta el fin, somete a la conciencia, se burla del corazón, te arrastra hacia el olvido.

Antes de formar parte del club del despecho mundial, cada ser vivo tiene la ventaja de conocer su cruel destino. El fracaso no es casual, está presente y está esperando. No respeta razas, colores, gustos ni olores, abre sus fauces absorbiendo a lo que se mueva a su alrededor, aunque para llegar hasta ahí depende de la maratónica carrera del hombre hasta el descenso, la invisibilidad del ego.

¿Tenemos derecho a traicionar nuestros propios instintos? Si. El libre albedrío, esa capacidad innata de todo Ser de decidir cada milímetro de camino, no está exento para el detrimento de cada individuo. Si tu voluntad es del tamaño de una hormiga, pero no proporcional a la entrega y orden del insecto, lo más seguro es que encuentres rocas en tu sendero imposibles de esquivar, y se trunque el proyecto que llevaba tu nombre y número de cédula.

Pero esta herramienta también está en la capacidad de reconciliarnos con nuestras esperanzas. Intercambiar dos segundos de decisión por una infinita amargura no tiene comparación. Atreverse a arriesgar, a inventar nuevos retos, a jugar para ganar, a vivir para vivir, es la otra opción. Son elecciones que pocos escogen porque tanto miedo crea. ¿Sueños son solo sueños? Para el ser humano cuadrado es así. No hay más allá de sus vértices, pero cada cierto tiempo, para la alegría y evolución de este planeta, una excepción a la regla se hace presente.

Y estas salvas excepciones son lo que en su momento el mítico Che llamó "El Hombre Nuevo", no condensando en la figura guerrillera que creyó en la libertad a través de las armas (ya sabemos en demasía que violencia solo genera violencia), sino en la capacidad constante de renovarse, reestructurarse, reinventarse. Ese Hombre Nuevo que tenía como misión única revolucionar su vida y entorno con horas de trabajo que no son sacrificio, sino manifestación de su complacencia propia. Ese Hombre Nuevo que está impulsado por grandes cantidades de amor aunado a un gran espíritu apasionado con el objetivo único de mejorar su ambiente social.

Esta visión que tuvo Ernesto no se basó en un ideario político, sino en la perspectiva amplia de retomar la voluntad propia como sendero al "paraíso". Parafraseó lo que Jesús dijo de manera clara y concisa, sin tanto evangelio y ortodoxia "Amen a otros como se aman a ustedes mismos". Fin de la discusión, base de una sociedad altruista y reencuentro con los sentidos tácitos de una raza humana que en algún instante, perdió el horizonte por el temor a sus propios sentidos.

Los que nunca pudieron ser ellos mismos, no comprenderán jamás al Hombre Nuevo porque no lo ven. No puedes ver lo que no crees. Talvez su solo presencia sea excusa para una queja más, un ápice a una extensa y larga lista de sinsabores, de pensamientos subterráneos, de palabras no pronunciadas. Los quejumbrosos no vislumbras la luz de de las bellotas, el cielo del fuego eterno. Aborrecen su ser y todo lo que no es paupérrimo como ellos, ya que para su conciencia, a la sombra del desgano, todo el mundo se refresca.

Dejar la que queja y asumir confianza no es cuestión de gustos o de moda, tampoco de algún genoma que se niega a resplandecer. La aurora de victoria reclama cada esfuerzo, sudor y lágrimas de tesón, de valentía, decisión y pundonor, y de tenerlas bien puestas a la hora te tomar una decisión. Las quejas son para los que sirven, los que se dejan, los que no buscan y tampoco encuentran, y si gran parte de este mundo se está quejando, no quiere decir que su llanto sea la marca de tu destino. Convierte ahora y para siempre estimado lector, en un hombre y mujer nueva, no para el resto, sino por la gratificación constante de ser lo que vinimos a ser: dioses.