Tener un  nombre es tener identidad, la pauta para acceder al grado de individualidad única e irrepetible.  Yo soy Ángel y el mundo me conoció así. Aparece en todos mis estados de cuenta, cartas, escritos, tareas e invitaciones. Existo para el resto por ese puñado de letras que mis padres arbitrariamente decidieron entregarme. Por lo menos ellos me dicen así, porque para el Estado en cambio soy una cifra de 10 números, una simbología mucha más opaca, casi tan gris como los gustos monocromáticos del alcalde Nebot.

Sin embargo, a las dos nomenclaturas les doy buen uso, no así con mi segundo nombre. ¿Para qué diablos un segundo nombre que nadie quiere usar? Pese a que me identifico más con su resonancia semántica, entre mis conocidos y por conocer  pasa desapercibido. Un problema suntuario que le ocurre a la gran mayoría pero que se sigue cumpliendo por normativa tácita del Registro Civil y cultura popular.

Traje a colación esta mini crisis existencial como preámbulo a la última polémica que este país mediático sugiere. Esta semana fue el asunto del cambio nombre al conjunto de 4 puentes que se alzan sobre los ríos Daule y Babahoyo. La iniciativa del Gobierno tiene un sentido práctico y turístico: darle una sola nomenclatura a una de las obras más importantes de los últimos 50 años en el país. No se puede continuar llamando con dos o tres sustantivos propios, hasta por sentido de ubicación vial, a un engranaje que conforma un solo cuerpo, dirección y propósito: unir al país en el tramo de mayor movimiento humano, comercial  y social del Ecuador.

Y es justamente por la transcendencia de los puentes, que su nombre inicial siempre fue, para mi entender, el más acertado he indicado: Puente de la Unidad Nacional. Velasco Ibarra, en su periodo de facto en 1970 donde se declara dictador, inaugura la obra y le otorga inmediatamente  ese calificativo por cumplir con la máxima de unir a las distintas regiones del país. Por el nuevo puente pasaban ahora vehículos desde Los Ríos, esmeraldas, El Oro, Manabí y provincias de la Sierra centro y norte.

Sin embargo, esa denominación se convirtió con el tiempo tan solo en un “mote”, o más bien, un segundo nombre es desuso. Inmediatamente,  la construcción fue bautizada con el nombre del ex alcalde y director del Comité de Vialidad del Guayas, quien se encargó de la obra en un principio, Dr. Rafael Mendoza Avilés. Luego, con la aparición del puente La Puntilla-Guayaquil, la historia es más conocida.

La pregunta aquí es, ¿Con qué criterio se le otorga nombres a las obras, calles, parques de la ciudad, del país? Existe, desde antes y con más fuerza en el gobierno actual, la predisposición a entregar como honra a mártires y héroes que la historia ha diseñado. Es así como encontramos numerosos espacios en la ciudad y todo el territorio nacional con los nombres de: Simón Bolívar, Manuela espejo y Eloy Alfaro.

Pero en los últimos años, es común ubicar localmente nombres personajes políticos locales realizados directa o indirectamente con la elaboración de la misma. Es así como en Guayaquil y Durán encontramos varios pasajes urbanos: León Febres Cordero, Nicolás Lapentti, Jaime Nebot Velasco, entre otros.

Este”bautizo y rebautizo” a obras de cemento mantienen siempre una connotación general: limitación ideológica o política del espacio. Nombres que sugieran personajes que representen el poder local que ha permanecido en Guayaquil hace casi 25 años con los socialcristianos y en caso del Ejecutivo, hombres y mujeres que idealizan el escenario de la “Revolución Ciudadana”. Son el resultado de una caracterización que se hace necesaria para difundir la marca registrada de quién concibió la obra. MI caso es similar: mi padre también se llama Ángel.

Por eso abogo por ese segundo nombre siempre olvidado. En este caso puntual, “Unidad Nacional”  no sugiera el reconocimiento a un personaje único ni tampoco reconoce posturas ideológicas sesgadas. Simplemente reconoce la labor de millones de ecuatorianos que con impuestos hicieron realidad esos puentes, de los miles de ellos que de distintas partes de este pequeño país lo recorren diariamente, de los sueños y esperanzas de  centenas de familias que ruedan hora a hora por el asfalto de su estructura.  Esas 4 vías sobre el agua simbolizan la unión de un pueblo que se ha pensado diferente entre sí, pero que aguarda un mismo corazón.

Si hay concurso para esto, apunto mi propuesta de que sea para siempre “Puente de la Unidad Nacional”. Algo que con nombrarlo identifique esta obra como de todos y para todos. No es inventar el agua tibia, sino darle su lugar de importancia a aquel nombre segundero que te enseñaron en primaria como una anécdota más.

En mi caso particular, pueden comenzar a llamarme Ronny.