La Crisis ahora es global, los mercados se caen, las bolsas suben y bajan. Aparecen miles de desempleados en un mundo donde existe gente que se muere de hambre hace años. Los millonarios se suicidan por pérdidas de la inmaterialidad que produce las matanzas de niños inocentes entre pueblos, alguna vez, hermanos.
¿Dónde estará la verdadera crisis? ¿Recién llega o es parte de nosotros desde hace mucho tiempo? ¿A caso, la verdadera crisis no la vivimos como especie? Somos los únicos animales en este planeta con poder de razonamiento, pero eso no significa que debamos olvidar nuestra conciencia natural. Yo estoy escribiendo esto desde un mundo de hormigón armado donde árboles y plantas son sometidos al diseño, uso y abuso del ser humano. Nos hemos alejado tanto de las demás especies naturales que las exhibimos en zoológicos y jardines botánicos. Peor aún, nos hemos distanciado tanto entre nuestra propia especie que ahora cada uno es un individuo que vive separado del resto, por paredes y fronteras.
Nos hemos alejado como culturas, por diferencias que nos enriquecen, pero que las creemos amenazantes. El blanco desconfía del negro y del indígena porque no son blancos, en vez de aprender de esa diferencia y usarla para bien común. Antes que millones de individuos somos varias culturas, antes que varias culturas somos una especie que sobrevive gracias al planeta Tierra junto a millones de especies más. Y el inmenso Planeta Tierra, nuestra nave galáctica como alguna vez leí, es una ínfima parte de un universo infinito. Y esto, dónde deja a nuestra especie. Acaso deberíamos seguir creyéndonos superpoderosos. Capaces de conquistar todo lo que se nos presenta como si ya vivir no fuese suficiente conquista.
No hace mucho se descubrió que el ser humano no es el centro del universo. Sabemos que existe algo inmenso allá afuera y no creo que alguna vez lleguemos a comprenderlo del todo. Somos partículas de algo muy grande. Deberíamos empezar a tratar con más respeto al resto del mundo viviente que nos alimenta y a la tierra que nos da vida a través de este. Hemos dejado de vivir en armonía con las demás piezas del rompe cabezas de la vida y eso nos afecta como pieza.
A lo largo de la historia hemos crecido por el mestizaje de dos mundos, el conquistado y olvidado y el asumido y ejercido. Nuestros antecesores siguieron el ejemplo del mundo occidental, al cual, hasta el día de hoy respondemos. Regidos por un pensamiento que promueve el consumo excesivo como recurso de salvación, hemos hecho un basurero del planeta que nos da vida. Ensuciamos el aire y el agua, principales fuentes de vida.
La mayoría de la contaminación son los envases de nuestras necesidades impuestas que, según dicen, nos están acercando cada día más al bienestar de tener más para desechar más. Es decir que el bienestar en realidad es tener la capacidad de desechar en mayor cantidad.
Nuestra riqueza, como latinoamericanos, no viene realmente de nuestra parte blanca sino del sabor de los autóctonos de esta tierra. Los indígenas, a mi parecer, no son investigadores por excelencia, sino que más bien su aprendizaje nace del vivir natural: del sentarse y contemplar un paisaje, de tomarse su tiempo y descansar, de las charlas del anciano, de aprender a oído, de educación ancestral, de la naturaleza, del disfrutar. Estamos olvidando está riqueza de conocimiento ancestral sobre la tierra. Nuestros hermanos indígenas son una fuente de sabiduría como ninguna otra. Estamos dejando de ser dignos de este lado del mundo ya que solo deseamos tener lo que el supuesto mundo desarrollado posee.
A nivel global la mayoría de la humanidad se está confinando en ciudades creadas por el hombre y para el hombre. Ciudades diseñadas con un pensamiento lineal, olvidando que somos parte de la naturaleza y por ende dependemos del ciclo de la vida. El individuo de hoy simplemente se rompe el lomo trabajando y vive acelerado pensando en un mejor vivir y se embrutece con una droga de su propia creación, se compra, se estafa, se roba, se pierde, se gana, se mata, se muere para no lograr nada efectivo, ni positivo. Simplemente se vive para sí mismo, para bien propio, para enriquecerse pensando que el objetivo de vida es llegar a tener más dinero cada vez más ¿Dónde quedó el mejor vivir?
Con esta crisis debe existir un despertar que tome, analice y regenere cada elemento que nos compone y que pueda mejorar la forma de vida del ser humano. Debemos empezar a abrir los ojos para dejar entrar en nosotros y en nuestra forma de vida a lo que usualmente, inclusive siendo imprescindible, dejamos de un lado. El instinto natural es simplemente erradicado del vivir y el sentir se canaliza únicamente por medios digitales, volátiles e invisibles.
Ya la arquitectura y el urbanismo no contienen sino que almacenan, no protegen sino que separan, no se regeneran sino que se destruyen con el tiempo. Por intentar el ser humano dejar su huella más que en la tierra, en el tiempo, hemos creado estas mega ciudades que no son ni si quiera pensadas desde un punto humano, desde una naturalidad, sino simplemente desde lo económico y con los mercados de consumo masivo nos droga para que todos nosotros no podamos ver la realidad en la que nos encontramos. Y como resentidos los Latinoamericanos seguimos viendo como ejemplo lo que los demás hacen y hacia allá viajamos y mucho de ellos conocemos, su arquitectura, su historia, su desarrollo. Sin embargo qué hay de la tierra que pisamos, qué valor tiene para nosotros, qué valor tiene para el resto del mundo, qué valor tiene nuestra gente, cultura, materiales locales, nuestras formas constructivas, pensamientos, acciones, deseos y sueños. Creo que nos falta compromiso como seres humanos. Viviendo en un mundo acechado puramente de individuos, lo comunitario ha desaparecido y el bien propio reina por sobre todo como una adicción a la que nos hemos mal acostumbrado. Qué pisamos y porqué lo pisamos, dónde nos encontramos y cómo esto nos esta afectando.
Miramos hacia fuera con envidia y como celosos nos cegamos frente a lo nuestro. Y admirados decimos: pero qué calidad de mano de obra y materiales, qué perfección, qué exactitud, qué diseño, qué investigación. Sin duda elementos que avalan una buena vida de bienestar consumista. Realmente debemos apoyarnos de lo que no vivimos para nosotros procurar algo bueno o acaso, como pocos lo hacen, debemos razonar sobre nuestras propias herramientas, aquellas que nos rodean y que sencillamente no las vemos por estar muy entusiasmados con lo que sucede afuera y lo bonito y novedoso que es. Si realmente nos ponemos a pensar, las fronteras delimitan un territorio que no respetamos.
Entonces: ¿Qué es lo que el hombre cuida? y ¿Qué bienestar es el que cree lograr? Si poco nos importa lo que nos sustenta, de qué sirve defender tierra que nosotros mismos sobreexplotamos, que consumimos al máximo, que desechamos, destruimos, ensuciamos y contaminamos. Un territorio que en la práctica no lo tratamos como propio.
¿Qué es lo que el hombre actualmente tiene? Resulta ahora que Bienestar es vivir en espacios mínimos y, por cierto, minimalistas ya que estilos maximalistas ocupan mucho espacio. Estar cada vez más alto, es decir, cada vez más alejado de la tierra significa un mejor status y sin duda costará más, ya que eso le agrega valor. Y mientras más caro mejor. Es así que el ser humano se ha convertido en 'Ser-Ciudad'.
El homo sapiens se ha vuelto homo polis y la separación con el resto de la naturaleza es abismal. ¡Nos hemos olvidado de la naturaleza! En este preciso instante aparece la frontera más inicua que ahora sufre el hombre, producto de la epidemia de egocentrismo, la de creernos superiores al resto de lo natural, la de creer que la naturaleza, que la tierra y su entorno, son únicamente materia prima. No deberíamos sentirnos tan sólo como una pluralidad de razas de distintos orígenes sino más bien que debemos empezar a expresarnos como esa región, donde la tierra cambia a lo largo de su extensión, pero difuminándose, no logra realmente crear límites, lo suficientemente sustanciales, como para incorporar fronteras.
Debemos aprender de la enseñanza propia que nos ofrece este mundo. Las altas montañas, la Pampa, la costa, la selva, son ecosistemas que se diferencian. Cambian en forma, clima, en altitud, en flora y fauna, en gente, en comida, en música, en tono, en alegrías y en llantos. Pero sus límites se apaciguan mimetizándose, como deberían mimetizarse las contradicciones que cada país sujeta. El ser humano ha llegado al límite de proponer proyectos-frontera que ARTIFICIALMENTE separarán a Estados Unidos y México. Cuando, por encima, el mundo digital se jacta de ser globalizado, el mundo real se va, cada vez más, compartimentando. Nos hemos vuelto nocivos para este mundo, pero pocos lo ven.
Existen, sin duda, un sinnúmero de posturas, pero no podrán negar que lo que se afirma es verdad. Puede parecer negativo, pero es más positivo que los que no quieren darse cuenta.Yo lo acepto así. Al cuestionarme he llegado a darme cuenta que nuestra forma de vivir, de actuar, de desarrollarnos no es la más correcta. He tratado de conocer otras culturas, que sin ser apreciadas como las nuestras, las del 'homo polis', son mucho menos nocivas y negativas.
El 'Ser-Ciudad' ya no es más natural. El 'Ser-Ciudad' se ha olvidado de su naturaleza y vive restringido. Desde la pared que delimita con otro departamento, hasta fronteras u otros límites, que frágilmente contienen y restringen verdades opuestas. El acierto no está en la búsqueda de la perfección sino en haber aprendido del error.