No vayas allá. Cuidado aquí. Guarda el celular. Mejor no camines por ahí a esa hora. Guayaquil, Lima y Quito. En las tres ciudades escucho las mismas advertencias. "Aquí es peor que allá". Patéticamente se pelean por cuál es el territorio más peligroso, como si una especie de orgullo retorcido subyaciese en reconocerse como un lugar genuina y autóctonamente hostil.

Yo voy allá. Sí, tengo cuidado aquí. Guardo el celular cuando lo considero necesario. Camino por ahí a esa hora con precaución. No soy arriesgada ni desprevenida. Tomo mis precauciones siempre pero no voy por la vida con miedo.

Desconfían de su ciudad. Viven con paranoia.

Se nota. Se nota en su caminar con brazos cruzados o agarre de cartera. Me pregunto cómo fue que ese temor se coló en ellos, que invadió su imaginario de cuidad y ahora es casi imposible de eliminarlo. Pueden ser las constantes advertencias de los conciudadanos o las anécdotas de robos de los conocidos. Pueden ser muchas cosas pero todas esas que se reciben no se piensan o analizan, todas se toman y se suman al miedo hacia el lugar donde vivimos.

Lo más terrible de todo es que desconfiar de la ciudad propia es desconfiar de los conciudadanos. Creer que el que camina en dirección contraria en la vereda, es un potencial delincuente. No un vecino, no un caminante tan inocente como uno. No. La histeria colectiva, que parece haberse convertido en nuestra normalidad, lo define como un ente peligroso. Se encienden las alarmas de los prejuicios y, sin darnos cuenta, nos degradamos un poco, porque presumir la buena fe de los demás es uno de los principios básicos de la civilidad.

Nunca me han robado y no me creo menos o más por eso. Casi me roban en Guayaquil, dentro de un carro, por la Rumichaca. La valentía o locura (antes desconocida) de mi mejor amiga, sin embargo, causó que el ladrón se rinda. En Lima, estuve junto a un amigo a quien le arrancharon un bolsito. Era de noche y estábamos en Tacna, una de las calles céntricas más traficadas. En Quito nada. Aunque lleve solo un mes acá no he sido "víctima" de la popular inseguridad.

Creo que la perspectiva debe cambiar. Empezar pensando que no nos van a robar o mejor ni siquiera pensar en eso. No soy tan ingenua para creer que sea lo único que hay que hacer pero para mí representa un comienzo.

En las dos semanas que estuve en Guayaquil, caminé dos veces de noche por las calles urdesinas. Reconozco que Circunvalación Sur sí es un sector un tanto oscuro para hacerlo pero la Víctor, por más zona roja que la declaren, sigue siendo un espacio para transitar como peatón. Disfruté ambos paseos y no ocurrió nada malo.

Creo que como ciudadanos lo único que estamos haciendo es contribuir a ese imaginario de inseguridad en vez de desmitificarlo. Muchos (por no decir la mayoría) se opondrán o me techarán de ingenua. Pero insisto: la construcción mental de nuestra ciudad es lo que construye la "realidad" que vivimos actualmente. Sí cambiamos, quizás el resto cambie, de a poco, pero lo haga.