Érase una vez una putilla quien se entregó a su proxeneta, completamente abstraída de su ego.

Alterada y desvirtuada se convirtió en Juana de Arco, follándolo con una soga al cuello. Él le gritó: Maldita mujer, ¿por qué me matas? ¿O quieres sacrificarme?

Ella, sometida a la misión, le dijo:

“Te ahorco porque tienes huevos, y a mí de niña nunca me los dieron de comer. Solo tuve pan y agua. Solo tuve pan y agua. Solo tuve miga y mejunje.”

El tipo intentó incorporarse pero sus movimientos fueron completamente inexactos. Ella se fue a la cocina y calentó aceite en una sartén. No tenía idea qué quería hacer de él un omelette de vísceras contraídas.

Una vez refrito en su visión y completamente embebida de la diosa Mantis Asesina, se adentró a la guarida reservada para su matanza. Perfectamente forrado de papel periódico y bilis de hígado de cerdo como para salvaguardar los órganos de la presa, se echó a llorar.

– Lagrimeando –

¡Oh por Dios! Hasta cuando debo yo de matar si ya mi consciencia es una cruz sin flagelo. Hasta cuándo debo cercenar, si a mí clítoris me la mordió un perro.

Oh, recuerdo. Oh, evoco aquella madrugada cuando me dirigía a casa y se me acercó un sujeto. Él me guiñó el ojo y me dijo que estaba radiante, casi lista para ser refrita en una parrilla de chinchulines, sin achiote y con harta ñoña.

Me asusté. Y le rogué que tenga compasión de mí y de mi candorosa razón. Le imploré por lo que más creía, por lo que pavoneaba. Volví a llorar.

Me gritó:

No creo en nada ni en naiden, no oxtaculizo lo social que hace del voto un recectáculo del pensar, soy cabrío y de leche cortada. Puedo ver entre tus patas el chorreante terror y hasta puedo con mi ñata sentir ese tufo mujeril.  Tampoco creo que tus ojitos risueños me quieran convencer de que te quiero culear, además ovaciono a mis bolsas que están lo suficientemente perfumadas para lo que te va a tocar. Ahora jodiste putita, malpariste, te voy a desflorar como a esa prima de 15 que devoré sólido, solito yo.

– Síncope –

Allí, quedita y pálida le inculqué valor a mi clítoris, ese pedacito de carne que bien hace vibrar a la pelvis o a todo un cuerpo macizo. Aquella molleja que de vieja no tiene nada, y que de sabrosa se relame. Solo basta con sofreírla en sus pomadas para valorar su granazón.

Pero me violan hasta el meollo!

Ya no hay cabida al raciocinio ni tampoco al escrutinio o al marxismo, sola habemos mi clítoris y yo. Agraviadas y manoseadas. Impronta de lo que se queda excretado en la esfera.

–  Anticlímax –