@g_arosemena

Si algo se pregona hoy en día es la libertad, la libertad es el remedio que cura todo. Algunos entenderán la libertad de una forma meramente negativa, como ausencia de intervención. Otros la entenderán como conteniendo también un elemento positivo –la proporción de medios para que cada cual ejerza un mínimo de elección real y efectiva-. Pero en ambos casos, esta libertad es entendida como un cascarón hueco, al que cada uno puede ponerle el relleno que quiera siempre y cuando respete el cascarón de los demás.

Esta forma de pensar nos está matando lentamente. Y no lo digo en un sentido metafórico, sino en uno literal. El mercado es una manifestación de lo que hacemos con nuestra libertad, y el mercado es hoy en día un mecanismo asesino a través del cual se organiza la vida de los seres humanos de una forma en la que las granjas se dedican a producir prosciutto para obesos y bulímicas en Nueva York (o Guayaquil) mientras Somalia se muere de hambre.

Y el cargo también va para la izquierda liberal, que ve las propuestas redistributivas fuertes como ataques contra la libertad –¡que por más que sea también positiva no deja de ser negativa!-, y por tanto sólo puede lidiar con la pobreza aumentando el pastel. De tal forma que al final, somos cada uno de nosotros quienes en ejercicio de nuestra libertad elegimos producir y consumir más cada año, comiéndonos a la larga el planeta entero, con tal de evitar el trago amargo de que para aliviar la pobreza tenemos que limitarnos.

Sin duda, el egoísmo ilustrado no funciona tan mal. Mucho se ha logrado contraponiendo ambición a ambición y exigiendo sólo mínimos de los hombres. ¿Pero es una sociedad de mínimos suficiente? ¿Se sostendrá por sí sola si le quitamos la gran estructura represiva que la acompaña? ¿Se sostendrá a largo plazo? Gran parte del mundo vive en un paraíso privado, pero este paraíso tiene un precio elevado y lo pagan otros.

Si es verdad todo esto, ¿será entonces que tenemos que perder nuestra libertad? Esto dependerá de cómo la entendamos. La libertad egoísta sí es incompatible con enfrentar los problemas que el mundo vive hoy en día, pero si pudiéramos cambiar nuestras preferencias, de tal modo que aliviar el inmenso dolor del prójimo fuese más gratificante que tener un pequeño placer uno mismo, no sería necesario perder nuestra libertad, sino ejercerla.

En este punto es conveniente recordar el proyecto olvidado del socialismo. Se repiten muchas cosas de esta filosofía, pero una de la que no se comenta mucho es su afán crear un hombre nuevo. Marx quería hacerlo por la fuerza -una fuerza histórica que él creía incontenible e inevitable-. Jerry Cohen planteó las cosas de otra manera. No habrá un mundo nuevo sino cuando los hombres cambien, cuando libremente se convenzan de que el estado actual de las cosas es inmoral e insostenible sin altas dosis de represión. Utópico sí, pero necesario si queremos ampliar el imperio de la libertad sin ser sus víctimas. O quizá lo utópico es pensar que el mundo puede cambiar sin que nosotros cambiemos primero. Después de todo, “nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo rompe los odres, y el vino se derrama, y los odres se pierden.”

Gustavo Arosemena