@zurdaopinion

Etiquetar. Uno de los mayores placeres impolutos del ser humano. No tiene mucha fama ni prestigio como vicio, pero es la acción más realizada por la mente de manera instantánea, generosa, amplia y desinhibida. No escapa nada, ni nadie, al poder etiquetador de nuestros preceptos, en su mayoría formados en el argot moralista de una fe, y en otros casos, asumidos en el intercambio mutuo de experiencias con el pasar de los veranos.

Fui participe semanas atrás de la “etiquetada grupal-social-virtual” que se generaron a partir de 2 casos de dominio popular hasta el cansancio: caso #28 de Mayo y Condena a El Universo. Causándome tal impresión como muchos amigos, conocidos y personajes públicos se peleaban por adjetivizar a las personas inmersas en los mismos, lo que me incitó a escribir este post. No es mi afán siquiera retomar la crítica y abuso  sobre los acontecimientos, pero sirven perfectamente como ejemplo para dar una retrospectiva de los alcances que esta moda mundial y tan reguladamente aceptada tiene.

El primero de ellos lleva la marca en el mote social otorgado. El baile estudiantil que causó revuelo nacional fue ubicado por la conciencia de masas como un acto indeseable realizado, por default, única y exclusivamente por las chicas (las sodomizaciones a los alumnos del VR son realmente nulas y escasas). Siendo entonces la participación masculina y vicentina reducida a actores de reparto. La condena, la vergüenza social se la tomó con las féminas y sus faldones. #28demayo paso de nombre propio a etiqueta de desaprobación moral y paraguas, a su vez,  para un sinfín de micro-etiquetas concedidas en paquete para las muchachas: #loca, #putas, #zorras, #perdidas, #malejemplo, etc. La lista es larga y deprimente.

El “arte” de etiquetar nace siempre en un prejuicio, que quede bien claro. Es la facultad innata de ubicar cualquier hecho, asunto, acción en el término subjetivo de que si es “bueno” o “malo” y otorgarle un lugar en el imaginario de nuestro universo. Hasta ahí, comprensible y mecánico. Pero el asunto se vuelve fastidioso (y lo etiqueto de esa manera) cuando se torna instrumento para calificar, clasificar, separar, segregar, señalar, juzgar a individuos, personas, semejantes.

Es cierto que el video de fuerte contenido erótico se presta a un sinnúmero de debates, diretes y análisis, más aún para una sociedad poco acostumbrada a debatir el descubrimiento sexual del individuo. No me voy a poner quisquilloso, tome el adjetivo que desee y etiquete el HECHO a su gusto. Pero así mismo,  no hay DERECHO a que sus conclusiones internas toquen la dignidad de las mujeres que participaron. El ser humano puede tener muchas facetas, pero su esencia va más allá de los disfraces que puede asumir. Un perreo no te hace por siempre puta, ni zorra, ni loca. No te hace buena o mala para la vida. No otorga un status quo para tu nombre. Sencillamente porque lo que dicen o piensan de uno, no corresponde a la única verdad q vale: la que tengo sobre mí mismo.

Caso 2: Las pasiones (y con ello las etiquetas), se repartieron por doquier en el caso Correa vs Palacio and Pérez.  Fui participe de una orgía de calificativos twitereanos, feisbukeanos y otros rincones a favor y en contra de cada bando. Fuera de los insultos viscerales, quedó impronta la clasificación dual sin salida: Correista o anticorreista. Cual herradura calienta para el caballo, desde ahora cualquier afirmación a la labor del Gobierno te hace de la primera y asimismo, una observación o crítica al régimen de la segunda.

¿Me pueden explicar cuando la presunción le gano partida a la razón? ¿Cómo se volvió tan fácil condenar a una persona a un escaño que no escogió, por tan solo una simple coincidencia, digamos que simpatía o afecto hacia algo? Es la falacia de creer que absolutamente todo debe tener un norte o sur, que los extremos no tienen un nudo en medio, que entre el blanco y el negro no hay una escala de grises. Lo más sencillo es etiquetar y dejar ahí, colgado para el infinito a aquel que solo jugó por un momento con uno de los miles de potenciales a su alrededor.

Recuerdo el texto del coach colombiano Alejandro Ospina que lo describía fácilmente: “Una etiqueta es distorsión, porque quien pone la etiqueta, se basa en su propio modelo del mundo para ponerla. No se puede poner un sello, sin tener el sello mismo. Es más, de acuerdo al estado emocional propio, podemos agrandar o disminuir una determinada situación o una percepción”.

¡Qué uno es lo que practica! me replicarán. Pero señor lector, deje que cada persona defina que significa exactamente para sí mismo, lo que hace, lo que actúa. No permita que las propias etiquetas autoimpuestas en el camino de su vida les hagan contemplar el mismo rótulo en los demás.

Pd: A que no sacan cuantas etiquetas usé en este post

Nota de Jebús:

Dejemos hermano míos las etiquetas para las cosas (!como las del registro sanitario para las botellas de puro, por favor!) . Los membretes no son para las personas. Que cada quien conviva con la realidad que crea para sí y su contexto. No es necesario, y no interesa, que es lo que lleva a cada individuo a ser lo que es. Solo observa, disfruta o reprueba según escojas y CALLA. Así,  le estarás dando libertad a tu alma y a la del prójimo de expresarse tal cual le parezca a sus sentidos.

Así sea

 

Ángel Largo Méndez