img-20110715-00290.jpg

Mientras recorro atropelladamente -en las dos- el viejo Boulevard desde el Centenario al Malecón 2000, rumbo al encierro voluntario de ocho horas, casi inconscientemente una banda sonora comienza a retumbarme en el mate, ese dicho inmortal: Abarájame la bañera / Abarájame la bañera nena.

El tema no es muy pensado, pero en los albores de la Rumichaca siento cómo el ritmo recorre, como insulina para diabético, varias esquinas de mi cerebro transfiriéndose inevitablemente a mis pies y manos mientras camino (casi troto)  trato de aparentar mi continuo desacuerdo con el reloj del camello.

Avanzando por la acera de la esquina de García Avilés noto cómo el zigzagueo que recorre mi ser pasa casi imperceptible entre los ciudadanos que acompañan mi alocada carrera. Para ellos, soy  un proletario más. En mi interior,  disfruto  absorto de la experiencia que saboreo de un recuerdo con curvas al ritmo de Illia Kuriaky & The Valderramas.

Un semáforo en rojo detiene mi deleite en Boyacá. Mientras los contados segundos del semáforo se consumen, cuestiono mi danza cerebral ¿Quién no ha quedado marcado por infinidad de cosas que ni siquiera tienen sentido? ¿Por qué carajo son estas idioteces las que te sacan sonrisas deslucidas?  ¿Cuántos momentos acompañados por tres jabas y media de Marlboro son más memorables que muchos eventos silvestres del trabajo?

Detengo la marcha en Escobedo y aprovecho a contestarme. Para mí el plus de lo simple, de lo vulgar (a veces), de lo propio, es lo que embelesa. ¿Sí o qué? Siempre he estado convencido de que a nadie le importa los libros desdeñados de las bibliotecas donde se encuentran plasmadas las historias fecundas de este país. Son  paja. No pasan de una triste y soplona clase en el colegio. Aquí nadie comulga con los conceptos, pocos se apropian de ellos. Lo que quiere la pipol es sufrirla de nuevo, acción desenfrenada, vivir un presente sin el fastidioso futuro. Experiencias señores, es lo único que importa, así: pura, vivaracha y sin condón.

En la intersección con Baquerizo Moreno mi caminar es ya tan tortugoso que noto como  una señorita  con pinta de banco me pasa inmisericorde. ¿En qué estaba? ¡Ah! La gente lo que busca siempre, como sabueso, como pez que pica la carnada,  son los placeres encarnados en los detalles, aquí mis preferidos:

Estar chiro para la merienda, y hacer magia a la hora de la patucha.

Las puteadas armónicas a los goles comidos de la selección.

Cuajarme de risa de las esperanzas caducas de un Barcelona campeón (Zubeldía inicuo)

Mirar un buen culo gratis (ve, ahí va uno)

Bailar perreo hasta abajo (Sí, como las del 28 y los batracios del VR)

Compartir con la family esos domingos sabrosos de cachos y afectos sinceros.

En Córdova hago un pare para el jugo respectivo. ¡Ahhh! ¡Power! En fin, decía, son esos pequeños instantes, esos chispazos divinos, los que marcan las horas de nuestra guayaca existencia. Yo sé que hay ceremonias que el homo sapiens ha desarrollado con el objetivo de llenar los álbumes polvosos de la sala, como la chupa de graduación, la fiesta de 15 de tu ñaña, tu matrimonio, el primer hijo, el segundo,  ¡otro más!, su primera palabra, primer día de escuela, etc. O los que los políticos-sapiens nos regalan cada cierto tiempo:  el 30 S, las marchas blancas y culposas de Nebot, la medalla olímpica de Jeff (¿Qué, no es político? Pero si lo vi hablando del que sabemos), el “Ven para mearte” (un clásico) pero todos esos momentos no fueron tuyos, pertenecen a otros y forman parte de la tradición colectiva de una sociedad acostumbrada a marcar diferencias con las mismas prácticas.

Cruzo con la boca abierta la Pedro Carbo y casi me aplasta un Tucson.  ¡Qué eres loco chu..! Grito a mis adentros mientras el 4×2 ignora mi fiereza.  Mientras me pasa el susto y suelto una esquiva carcajada, el arte de lo simple funciona ante mis ojos. Automáticamente, ese encuentro milimétrico con la huesuda  se graba como  experiencia de vida  en mi banco de preciadas memorias, donde una buena joda, un chuchaqui inmenso, un pa lo sabroso o un estribillo de can ción son los alquileres predilectos.

Para muchos, y me incluyo en ese gajo, serán estas mangajadas el más preciado manjar dentro  del remolino que llamamos vida. Si tenemos de estos momentos a diario ¿De qué carajo nos quejamos? Vale madre lo que pasa afuera entre políticos, activistas, intelectuales y tecnocumbieras. Que sean y hagan lo que quiera, nosotros nos tenemos a nosotros.  Para graficarlo mejor: si Carla Sala es bailarina y periodista, tiene el derecho.  Igual, su calendario en la pared de mi cuarto es lo único  que importa.

Llego a la oficina, atrasado y sudado, y al prender el computador de pantalla de inicio me parece www.gkillcity.com Gracias a esta diatriba mental de ocho cuadras, ahora entiendo perfectamente de qué se trata esta vaina: un espacio donde se habla de lo simple, de lo que a cada individuo le pertenece y disfruta al compartir. El deleite de simplemente ser, el resto es huevadas.

Repito… Abarájame la bañera… abarájame la bañera nena.