dsc01043.jpg
dsc01053.jpg
dsc01057.jpg

Jesucristo y Espíritu Santo. Son las únicas palabras que he escuchado antes. El resto, quizás en otra vida, pero en esta no. No las entiendo porque son en quechua. Aquí en Pisaq -un pequeño pueblo a 30km de Cusco-, el idioma nativo de los Incas se fusiona con el catolicismo.

Antes de llegar al pueblo, la guía nos advierte que nos detendremos en el populoso mercado y que, si queremos, podemos ir un ratito a escuchar la misa dominical en quechua. Claro que quiero: aunque no entienda un carajo de lo que dirán, no puedo dejar de pensar en lo peculiar que será este acontecimiento.

Iglesia de Pisaq

Llego con un grupo de turistas. Me dispongo a escuchar atentamente al cura quien, vestido de sotana verde, parece sermonear a los fieles. Parece porque lo que escucho -y no entiendo- es su monólogo y lo que veo son rostros atentos a sus palabras.

A mi izquierda, habitantes de Pisaq vestidos de jean, como yo; a mi derecha, más habitantes de Pisaq, pero visten sus trajes típicos -faldas largas y coloridas las mujeres, pantalones oscuros, camisas blancas con bordados los hombres-. La capilla no es grande, ni de oro, ni se parece a la imponente edificación colonial que recién visité en Andahuaylillas, otra ciudad cusqueña. Me cuentan que la gran iglesia de Pisaq está en reparación y que por ahora celebran las misas aquí. Esta es sencilla, con un toque kitsch. Grandes imágenes de vírgenes y santos decoran los costados de las bancas; las flores plásticas fosforescentes que las adornan le otorgan un estilo indefinible. En las paredes cuelgan cuadros de diferentes tamaños y estilos pero todos con las imágenes de un Jesús doliente.

Iglesia en Pisaq

Mientras observo deleitada mi rededor, los fieles se ponen de pie y noto que la adolescente de jean y cola de caballo a mi izquierda repite algo en quechua. Me sorprendo de nuevo porque por unos minutos ingenuos y prejuiciosos creí que solo los vestidos con trajes típicos saben quechua. Pero ella también, sino no estuviera aquí, pienso, pero no puedo dejar de pensar -también- cómo la evangelización impuesta por los españoles se coló tanto en la cultura Inca que estoy en medio de cusqueños quechuahablantes fervorosos creyentes de Cristo.

Una voz chillona y aguda rompe mis segundos de asombro e intento de análisis. La voz canta; no sé qué canta pero supongo que alguna canción de misa relacionada a Cristo. De nuevo entiendo "algo", de nuevo dice Jesucristo. Mientras el cura retoma la palabra, la guía nos hace señas: es hora de irnos. Camino hacia la puerta mientras los asistentes repiten al unísono oraciones que no logro comprender. A la salida le pregunto a Carmen-la guía quechuahablante- por qué durante el sermón el cura nombró al Papa Juan Pablo II (eso también entendí). Me comenta que el sacerdote les estaba hablando de cómo el Papa está en el cielo junto a Dios y ve lo que hacemos todo el tiempo, por eso no debemos portarnos mal, por eso debemos ser buenas personas, por eso debemos ser buenos creyentes porque si no lo somos, nos vamos al infierno.

023

Mientras la guía explica, lamento cómo el sol, la luna y la Pachamama fueron reemplazados por Dios, el pecado y el infierno. Aunque han pasado cerca de 600 años desde la catequización de estos pueblos de origen inca, y yo solo 15 minutos en esta misa, recién hoy puedo sentirlo y lamentarlo.