Si usted es uno de esos que piensa que la delincuencia en Guayaquil y alrededores es solo una percepción, está equivocado. Pero si es de los que cree fervientemente que más policías, más bala, más violencia y más Gastones  solucionarán el asunto, usted que necesita rehabilitación. No recuerdo, en los últimos años, un tema tan hablado y tan profundamente esquivado desde sus raíces. Es como construir un edificio en un terreno movedizo y lodoso, donde a la primera ventisca que se respete, todo caerá como torre de naipes.

Que la violencia se distribuye en Guayaquil mejor que el circuito de agua potable, es verdad. Que los ladrones están más preparados en lo suyo que nuestros bachilleres, es cierto. Que ni de chiste se sube a un taxi solo y que si anda en buseta se manda el móvil al calzoncillo, sin ninguna duda. Y que por siglos el hombre ha combatido, inútilmente, el golpe con golpe, insulto con insulto, y siempre ha lamentado más de lo que ha conseguido, es la compleja paradoja terrena.

¿Queremos seguir con los parches? Más gente armada con uniforme en la calle solo generará una respuesta de mayor condumio por parte de los “malos”. La guerra es una alimentación constante de capacidad para aniquilarse, y cuando se sale de las proporciones humanas, aparecen soluciones como Hiroshima: destrucción completa y compleja. No es de extrañarse que una explosión de ira ciudadana termine con desatar un combate con resultados desalentadores.

Hay que ser capaz de comprender que cuando un problema se origina en la decisión personal de cada ser, en la necesidad imperiosa de solucionar carencias básicas, en los desórdenes educativos y formativos de la niñez, en la capacidad asombrosa del hombre por querer más y más, no es suficiente con aplacar los efectos que producen estas experiencias, ya que de manera constante y vigente, se siguen reproduciendo en la realidad social que compartimos.

¿Qué hacemos entonces? Mirar más allá de lo evidente. Tener la convicción de que el cambio radical proviene de la realización personal de cada individuo. Presionar al Gobierno no por más pistolas o estrategias tipo James Bond, sino por proyectos de mediano y corto plazo como: una mejor y suficiente educación primaria, generación de empleo, apoyo psicológico y formativo para padres jóvenes, espacios públicos de reconexión espiritual (no religiosa, ESPIRITUAL), mediación personalizada de conflictos, y miles de propuestas más (¡qué esperas, genera una!)

Y sobre todo, comprender que no hay manera mágica de acabar con la delincuencia. Estará aquí con nosotros por mucho tiempo, y lo más recomendable es acepar la idea para crear un equilibrio sano de convivencia, mientras de a poco, nuestra acción inteligente y personal haga decaer la fuerza y empuje de los asaltantes. Esa es la consigna, ya no mas acción, que genera reacción, dejemos que fluya y que nuestra meta se enfoque en un mejor país para todos, donde por añadidura el caos en la calle desaparecerá progresivamente.