De un tiempo acá vivo en un estado de "regresión social": dejé de leer periódicos, dejé de ver telediarios, dejé casi de encender la televisión. Eso, indefectiblemente, me ha llevado a aislarme de la sociedad a la que me asomo por la ventana de mi cuenta de tuiter. Me cuesta ir a reuniones sociales, porque alguien siempre dice "¿escucharon lo que dijeron en las noticias? ¿leyeron lo que salió en el periódico?" Y a mí no me queda más que decir la verdad, que a esa hora prefiero ver Seinfeld y si me quiero enterar -pero en serio– de lo que pasa en el mundo leo tuiter.
He dejado de creer en lo que los gringos llaman la "mainstream media": no sólo en el nuestro, sino en el de ellos también. Me ha quedado claro cómo es que la prensa no es ninguna voz independiente, sino el megáfono de los intereses privados y públicos (siempre, siempre los primeros más mezquinos que los segundos, lo que dice poco del individualismo). La única revista que todavía leo es SoHo y no porque escriba en ella; sino, precisamente, porque siempre se mantiene al margen de lo obvio y, cuando lo aborda, lo aborda por la puerta trasera, o por la ventana.
Alejado como estoy de la profusa emisión de materia fecal que fluye cuesta abajo -principalmente in-the-pendiente– había escuchado en esas reuniones sociales a las que me refiero y en el tuiter la expresión "amor, comprensión y ternura", pero no tenía idea que tenían que ver con un capítulo de En Carne Propia. Sé que hay una versión más larga, pero a mí me llegó al celular una que dura unos tres minutos. Son dos hermanos drogadictos que, aparentemente, no quieren ser internados en una clínica de rehabilitación y uno de ellos, en medio argumento de por qué no debe ser internado pega el grito dramático de ¡Yo lo que necesito es amor, comprensión y ternura! Y entonces todo el mundo se ríe. Y yo no sé por qué. Debe ser por esta regresión -seguramente nociva- en la que me siento, porque para mí el hombre dice las cosas más sensatas a propósito de la cárcel, la rehabilitación social (gran wtf) y las drogas.
Le pregunta al reportero el hombre que ha llegado a la lucidez no por el camino de la contemplación, la meditación y la reflexión asceta sino por el de la autodestrucción: ¿qué sentido piensa usted nos puede ayudar encerrándonos? Y el del micrófono le dice que es la única manera de que se interne en un centro de rehabilitación para que se recupere.
Entonces, el drogadicto le responde con la mayor carga de lucidez -tal vez involuntaria- que se ha visto en la televisión nacional últimamente: "Ah, la única manera de que yo me recupere… Yo ya estuve en un centro de rehabilitación social de varones que se llama la Penitenciaría del Litoral y son como tres, cuatro años, yo no necesito encerrarme, yo necesito ¡amor, comprensión y ternura! Eso necesito, yo no necesito estar encerrado… Les dan? Les dan la plata que le quitan y le dan sobredosis para dormir".
¿A alguien le puede quedar duda, como no le queda a un pobre hombre que se ha tostado el cerebro a base de drogas, que la cárcel es un fracaso? ¿Una escuela de refinamiento del crimen, donde las mafias de la droga, el alcohol y la prostitución reinan? Nadie nunca se rehabilitó en la Penitenciaría del Litoral, ni en ninguna otra cárcel. La rehabilitación social no existe. Es una farsa ideada para poder vivir con la idea de la suplantación de la venganza privada por la venganza pública. En la cárcel lo que existe es la degradación del que no está a la altura de los círculos viciosos que imperan en ella, del que no se adapta a la inhumana escala de valores que la gobierna, el que no tiene el dólar diario para pagar su protección, el que sufre por conseguir las cosas más básicas que un ser humano necesita como un pedazo de papel higiénico, un colchón o un cepillo de dientes.
El derecho penal en su intento de resolver problemas humanos a través de fórmulas jurídicas ha fracasado. Y ha servido para solucionar, solo aparentemente, los problemas sociales. Pero no es solución, es simplemente esconder la basura donde no la veamos y la podemos negar sin mayor remordimiento.
No ha sido suficiente que estos dos hombres sean víctimas de una sociedad desigual, injusta y anómica, ni que hayan sido presa de un reportero ávido de reconocimiento social (esa meta éxito que nos ha imbuido el consumismo imperante: resaltar, resaltar, ganar, ganar, por cualquier medio posible). Ahora resulta que son la burla de moda en una sociedad que consume esas mismas drogas pero en círculos donde la miseria y la ignorancia no campean y, por tanto, a los que a José Delgado le es imposible penetrar.
La droga no es el monstruo que pintan. El monstruo es toda aquello que gira alrededor de la ilegalidad de la droga: las mafias asociadas a su tráfico, la mala calidad de los productos, la falta de atención médica de los abusos. La marginalidad está asociada a la droga porque es el único espacio donde la droga es bendición y maldición de quienes la rodean: de ella viven y por ella, seguramente, mueran.
No me tomen a mal. No soy un tipo que se las quiere dar de refunfuñador. Si nos queremos reír de este hombre, por sus formas, está bien. Pero no olvidemos el fondo de su discurso que es diáfano y preciso. Él lo que necesita, como todos nosotros, es amor, comprensión y ternura, peor no como una declaración lírica, sino como una realidad: no en vano un estudio reciente anota que el sesenta por ciento de los casos de drogadicción severa provienen de personas con vacíos de cariño en sus infancias. El encierro que le proponen no sólo es inútil, sino además hipócrita, pues que lo único que pretende es borrarlo de nuestra radio de visión, al igual que la mamá de los hermanos: sacárselos de encima con el menor cargo de conciencia posible.
A propósito, sobre Delgado y su programa: tal vez el único aspecto que tiene sea recordarnos que esta gente es parte de la sociedad enferma en que vivimos y que son las heridas por la que ésta supura. No creo, por supuesto, que ése sea su propósito, pero de forma involuntaria, tal vez, se acerca a él.
Por eso el otro hermano atina directo en el blanco cuando se dirige a Delgado y le dice: Usted es un periodista o lo que sea
Lo que sea, sin duda. Lo que sea.