Las palabras colgar o tender se multiplican y bifurcan en diversos significados. Los sinónimos son excusas de tergiversación cuando son utilizados en contextos desatinados. En vez de colgar, se puede utilizar suspender, enganchar, ahorcar, inculpar, matar, drogarse, emborracharse y estrangular. Tender, también es desplegar, estirar, extender, desdoblar, inclinarse, interesarse, yacer, acostarse, procurar y tumbar.
Estos verbos se despliegan en desiguales acciones humanas. Me permiten girar el carrusel y enfrentar a los figurados del diccionario. Los que cuelgan objetos en su cuarto, son ordenados. Los que cuelgan trofeos, exponen sus victorias. Los que se cuelgan a sí mismos, son suicidas.
Algunos grupos fanáticos, cuelgan cabezas decapitadas o cadáveres como victoria amenazante y violenta. Otros, lo hacen casi todos los días y de la manera más común: colgando ropa al sol. ¿Qué se cuelga y qué se tiende en Ecuador?
Es mentira que la cámara oscura fue la primera en hacer fotografías. Los primeros retratistas que existieron en el mundo, fueron y son los lavanderos. Arman la puesta en escena, son los productores del refriegue y los cómplices de los mal comportados; borran lápices de labios de mujeres ajenas y el mapa de ubicación de los trotamundos.
La ropa tendida al sol es una fotografía familiar que no necesita de cuerpos. Es el retrato bordado de las costumbres humanas, de sus triunfos y miserias. Las prendas son los personajes principales, representan cada integrante. Nos chismean lo que hicieron en días pasados, quiénes viven dentro, cuántos son y de qué tamaño.
Nacemos, restregamos, tendemos, destendemos y morimos. De lejos, las prendas parecen fantasmas, espantapájaros. Son teclas de piano, notas de un instrumento de percusión invisible que las upa como medusas serpentinas, cual falda de Marilyn Monroe. El tendal saca sus múltiples lenguas a los pájaros que beben de las mangas-goteras. La esencia que encuentro: sensualidad y ternura. Se alzan con el viento y vuelven a su estado original, humedecidas o calientes.
Los fregaderos son chupacabras. Se devoran la cotidianidad de las familias, tragan la sangre de los cortes, menstruación, pista de virginidad anulada, manchas de las aventuras más increíbles y pistas de la producción de fluidos. También, se zampan las desdichas y los pedazos de piel rascada con furia. La rejilla mastica la historia de las familias ecuatorianas. ¿Hacia dónde va digerida cuando se va por la tubería?
La línea recta del tendedero degüella. Es el hilo del que pende la fragilidad humana. Todos cruzamos la estría en agache, evitando el estrangulamiento. Es la línea divisoria de los estratos sociales. Los de clase baja, lavan su propia ropa; los de clase media, suelen contratar a alguien para que lo haga; los de clase alta, se lo dejan a las máquinas. La vestimenta de la mayoría se aglutina con el paisaje, otros, la esconden.
Si fuera de otro planeta y analizara la forma de colgar las prendas de muchas familias, pensaría que he llegado al mundo de los gigantes o de los enanos elásticos. Siempre me pregunto cómo logran trepar la cuerda hasta la rama más alta y rodar la ropa hasta el tope. En la mayoría de casos, no hay indicios de escalera, ni un soporte sólido que pudo haberla sostenido. La ropa tendida, vista desde arriba o abajo, es un mosaico de colores, una sonrisa de dientes amontonados.
Las prendas tendidas y su metáfora de fotografía familiar son una excusa para hurgar en las costumbres, construcciones y deconstrucciones de las familias. Mi colección de tendederos es un censo poético que cuenta múltiples historias del imaginario de aquel visitante que observa. El pretexto, es la apropiación del tema convencional para complejizarlo. De eso se trata, de restregar el pasado, priorizar el color del paisaje cultural y expiar los recuerdos.
Los tendales también se ponen de luto y de carnaval, como lo políticos. Abrimos la mano y caminamos lento, entre la ropa. Sentimos el arrumaco que producen las telas al sol. El aire se viste de nosotros y juega a la lambada. Y así, reutilizamos los paños. Escondemos nuestro sexo con mudas, álbumes de fotos autobiográficos que tienen nuestra talla. Dime qué cuelgas y te diré quién eres. Descolgar y destender, simbologías necesarias para la transformación.