Son las cuatro y veintidós de la madrugada en Bruselas y un expresidente acostumbrado a no dormir piensa cada palabra que escribirá en una cadena de tuits. Lejos del país que gobernó por diez años, un Rafael Correa sin poder ya no puede hablar en televisión nacional. El único espacio que le ha quedado para expresarse es Twitter, al punto que en tres meses —desde que salió de Carondelet— ha escrito 808 tuits.

Parecería que en cien días no se ha acostumbrado a la diferencia horaria entre el país al que le dedica todos sus pensamientos y aquel en el que eligió irse a vivir con su familia. Así que mientras en Ecuador son las nueve y veintidós de la noche, escribe su primer tuit: “Esta es la página de The Economist, que mide la deuda pública de los países del mundo. En los diez años de…”. Pero no le alcanza un solo mensaje para explicar la idea, entonces va el segundo: “…Revolución Ciudadana, Ecuador siempre en verde. Sobran las palabras. Cada vez que nos mientan, vean esta página”, y adjunta un link a The Economist. Eso es suficiente, piensa, e intenta dormir.

Luego de una década a cargo de un país, a Correa solo le quedan las redes sociales. En Bruselas no lo reconocen en las calles, no lo saludan, no se acercan a pedirle fotos, no camina entre decenas guardaespaldas ni se transporta en caravanas de autos con vidrios polarizados y policías que paralizan el tránsito con gestos grandilocuentes. Allá en Europa, solo le queda Twitter, y publica un promedio de ocho mensajes al día, el doble de lo que tuiteaba cuando era el presidente del Ecuador.

Es difícil imaginar a ese Correa siempre tan activo, recorriendo el país y desvelándose por trabajar, sentado en su cama en la madrugada, con las luces apagadas, al lado de su esposa, revisando las últimas noticias del país que gobernó una década y tuiteando desde su iPad —sabemos que es desde ahí porque Echofon permite conocer esos detalles. Esa misma madrugada, los medios ecuatorianos publicaban que días antes Lenín Moreno, su vicepresidente durante seis años y su sucesor desde el 24 de mayo de 2017, dijo que la deuda del país es más grande de lo que el gobierno de Correa anunciaba. Para el expresidente era necesario responder, aclarar, evidenciar que siempre tuvo la razón, que no mintió. Para eso manda los dos tuits con link incluido. No importa que sea de madrugada, en Ecuador lo leerán. O al menos eso piensa porque, a pesar de la importancia que tienen las plataformas virtuales, apenas el 36% de los hogares ecuatorianos tiene acceso a Internet y solo existen cerca de 800 mil cuentas en el país: menos del 5% de los ecuatorianos usa Twitter. Es la red social menos usada en el país. Así, el impacto de lo que Correa escribe es mínimo comparado con la cobertura que tuvo en su mandato.

Rafael Correa fue un presidente que dominó los medios de comunicación. Desde el inicio de su gobierno, en enero del 2007, sus asesores sabían que en ese espacio se jugaba algo importante. Poco a poco, fueron construyendo un enjambre de medios públicos e incautados, que básicamente se dedicaban a repetir la verdad oficial. Fueron el altoparlante por el cual Correa consolidó la propaganda del régimen perfecto. Pero además, los estrategas fueron lo suficientemente hábiles para marcar la agenda de los medios privados. Su principal vía para hacerlo fue la sabatina, ese monólogo que llegó a durar hasta cuatro horas en el que, bajo el escudo de la rendición de cuentas, Correa atacaba, desmentía, insultaba, refutaba, acusaba y sentenciaba. Y era transmitido por al menos 50 estaciones de radio y canales de televisión. Desde allí lo vimos dar órdenes a representantes de poderes independientes del Ejecutivo, desacreditar a medios y opositores y dar lecciones de economía y moral al país entero. Fueron 523 sabatinas en 120 meses de gobierno; el expresidente estaba más que acostumbrado a esta lógica, en la cual la suya era la última palabra. Ya no es así.

Pero él se resiste a esa idea y tuitea. Y cuando lo hace, dice la verdad; la suya, por supuesto, porque si algo nos ha quedado claro tras esta década es que Correa no puede quedarse callado, peor aún cuando de contar su versión se trata. Para él, la posibilidad de estar equivocado es inexistente. Lo vimos en aquella célebre ocasión en la que Marlon Santi, dirigente indígena, lo corrigió en público. Días antes, el entonces Presidente había dicho que los indígenas eran menos del 2% de la población.

—“¿Me puedes decir quién fue el estúpido que dijo eso?”, preguntó Correa.

—“Usted, señor presidente”, respondió el dirigente.

Debe ser difícil terminar una relación tan larga con el poder y quedarse con Twitter. Más aún si Correa, como otros políticos, podría ser víctima del Síndrome de Hybris.Sus pacientes “tienen una propensión narcisista a ver la realidad como una arena en la que pueden ejercer el poder y buscar la gloria. Se comportan de manera impulsiva, creen ser infalibles, hablan de sí mismos usando el plural”. Otros estudios recientes, como los de la Universidad McMaster, en Canadá, han demostrado que “los sujetos bajo la influencia del poder actúan como si hubieran sufrido un fuerte daño cerebral más impulsivos, menos aversos al riesgo y, crucialmente, menos adeptos a ver las cosas desde el punto de vista de otros”. La descripción pareciera calzarle a Correa, que escribe como si fuera la encarnación de la Revolución Ciudadana —como denominó a su proyecto político—, hablando en plural, respondiendo con memes a ciudadanos, opinando sobre todo lo que pasa en el país.

La cuenta @MashiRafael es el lugar que le ha quedado para hacerse oír —o leer— desde que se retiró a Bélgica con su familia. Cuando lo anunció, dijo que estaba cansado de la política, que se merecía un descanso, que quería pasar con su familia. Pero cuando lo planeó aún estaba en el poder y no sabía cómo era vivir sin él. Ahora ya lo sabe y parece que le cuesta mucho no ser quien impone la agenda. Peor aún si piensa que su sucesor no ha sido lo que él esperaba.

La confrontación con Moreno comenzó el 1 de agosto de 2017, el día que envió más tuits que en todo el año: 51 mensajes en 55 minutos. En las publicaciones, acusó al nuevo gobierno del reparto de las eléctricas a los Bucaram —la familia del expresidente Abdalá Bucaram, acusado de corrupción y destituido por incapacidad mental en febrero de 1997— y lo criticó por la auditoría a la deuda que la Contraloría anunció que realizaría, cuando se dio cuenta que no cuadraban las cifras económicas del antiguo gobierno con las del nuevo.

Así, lo que hasta julio de 2017 habían sido críticas indirectas, se convirtieron en directas. Hasta entonces, había sido una relación pasivo-agresiva. A inicios de ese mes, Correa escribió: “Es obvio que el 2 de abril derrotamos a la oposición, no estoy muy seguro si ganó la Revolución Ciudadana”, en relación a los diálogos de Moreno con la oposición. En la misma lógica, el Presidente respondió: “Por si alguien duda, perdió la oposición. La Revolución Ciudadana ganó y continúa”.

Pero está claro que para Correa su proyecto político no continúa, y quiere dejarle eso claro a los ecuatorianos. Por eso generalmente tuitea en la tarde y la noche de Bélgica, cuando en Ecuador es la mañana y la tarde. También ha enviado tuits cuando para él es de madrugada: 205 para ser exactos. “Refinería de Esmeraldas: ¿Por qué ni siquiera se menciona a las empresas constructoras?”, escribió a las cinco y uno de la madrugada de un miércoles en Bruselas. Lo que sucede en el país que ya no gobierna todavía le quita el sueño. En sus mañanas, por el contrario, casi nunca escribe; sabe que en Ecuador es de madrugada y que esa diferencia horaria puede hacer que su tuit se pierda.

Los tuits no son programados: él los escribe y los envía. Lo hace en cadena, varios mensajes seguidos. Si suponemos que escribir un tuit toma medio minuto, quiere decir que Correa pasa al menos cuatro minutos diarios en esa red social. Gasta más tiempo en Twitter que el usuario promedio que solo está un minuto, según un estudio de Adweek publicado a inicios de 2017.

Pero poco importa invertir ese tiempo. Es la única manera que tiene para que alguien lo tome en cuenta, y para seguir imponiendo su verdad —o al menos intentándolo— ahora que su voz ya no se escucha en cada rincón del país, a través de todos los medios posibles. Hablar para las radios y canales que retransmitían la sabatina en todo el país, con una producción de casi 20 mil dólares semanales, es diferente a decirlo en 140 caracteres para sus 3,23 millones de seguidores en Twitter —aunque solo el 71% de sus followers son reales. Es diferente sobre todo porque el principal capital de Correa, como buen líder populista que es, es su discurso, cargado de carisma, ininterrumpido, con inflexiones en la voz y constantes llamados a la ciudadanía de la “revolución ciudadana”. Pero todo eso se queda por fuera de los fríos mensajes que Twitter permite. Y aún así, es el único espacio que le queda.