Ver a Rafael Correa en un recorrido o una tarima es como observar la acción de una bujía en un motor de combustión. El expresidente fue el catalizador de la energía de la maquinaria que movilizó a Alianza País durante la década de su gobierno. Sin su chispa, ese motor no funciona de la misma forma. Como hemos sido testigos en el periodo pos-Correa, ninguno de los miembros del núcleo duro ultracorreísta tiene la capacidad que él tuvo para avivar a sus seguidores. El regreso de Correa y su gira para motivar a las bases de AP han sido un esfuerzo por repetir el ejercicio sistemático y semanal que dejaron su marca de omnipotencia: con Correa, sus huestes sentían que todo era posible. No obstante, en pocos meses, Lenín Moreno ha sentado las bases de una dinámica de poder muy distinta.Si Correa funciona a combustión, Moreno es como un motor eléctrico: la explosividad cambió hacia una moderación que, a su manera, está siendo efectiva. Como lo ha atestiguado Correa en estos días, la pugna entre ambos la está ganando quien, en la práctica, ejerce el poder.

En el siglo veintiuno, la transición del motor de combustión a los motores eléctricos será un hecho por un factor: sostenibilidad. El efecto de la emisión de gases y la polución está generando un cambio irreversible en la matriz de producción de vehículos. Gigantes automotrices como Volvo, que en 2019 empezará a producir solo autos eléctricos o híbridos, y las políticas de la Unión Europea, que en 2035 únicamente admitirá vehículos eléctricos, son algunos ejemplos de decisiones que apuntan a confrontar lo evidente: las emisiones de CO2 vehiculares son un factor que acelera el proceso de calentamiento global. Durante la década correísta pasó algo similar: la capacidad de diálogo se fue agotando y la verdad oficial se vendió como la única posible. Ecuador se convirtió en un país contaminado de polarización que, en un contexto de crisis económica, se estaba volviendo insostenible. Moreno leyó correctamente que la saturación frente a la política de imposición correísta había generado una polución que ameritaba medidas urgentes.

El clima de conversación más distendido que ha tratado de promover el Presidente contrasta con las emisiones tóxicas de las sabatinas y el control institucional y mediático promovidos por su predecesor. De hecho, hay lecturas totalmente dispares entre ‘carburantes’ y ‘eléctricos’: ahí donde los primeros ven traición a Correa y entreguismo a la partidocracia, los segundos ven un clima de apertura y diálogo que ayudará a reconstruir la mesa rota.

Buena parte de la ventaja con la que cuenta el motor eléctrico morenista tiene que ver con la mala publicidad que dejó la corrupción en la gestión correísta. La magnitud de esta especie de efecto Chevron, en su versión Odebrecht, junto con otros casos similares que se está destapando de a poco, muestran que la corrupción era mucho mayor que lo que el gobierno de manos limpias correísta cacareaba.

Lo más probable es que los casos que están en tribunales sean la punta de un iceberg cuyo tamaño nunca podremos dimensionar. En la capacidad de destapar (o cubrir) la corrupción en la denominada “década ganada”, se encuentra el articulador de poder con el que el régimen morenista ha ido sumando apoyos dentro de Alianza País y más allá de las fronteras partidistas. En ese sentido, el correísmo, con Correa como testigo presencial, observa que en la era de Moreno, la incidencia ‘carburante’ en el aparataje del estado ha tendido a reducirse, conforme la Contraloría, la Fiscalía y las Cortes empiezan a hacer su trabajo frente a tantos casos denunciados —pero nunca, hasta ahora, investigados con tanto detalle.

La venida de Rafael Correa al Ecuador ha sido sintomática de esta lucha de poder entre los dos motores de Alianza País. Conforme el expresidente se ha encaramado en la tarima o ha sido entrevistado, su verbo y su carisma se han desplegado en toda su capacidad, encendiendo a su base de apoyo duro. Correa es para el correísmo el equivalente al cabello de Sansón: la fuente de una fuerza extraordinaria. El problema es que como con Sansón, bastó adormecerlo —así lo dice él mismo respecto de cómo Lenín Moreno lo “traicionó”— para quitarle ese poder, al menos por ahora. Sí, es verdad que Correa es como un pez en el agua cuando entra en campaña —como la de ahora, contra Moreno y la consulta— y tiene una base de fieles, pero no cuenta ya con el aparataje estatal, ni con apoyo de los medios (públicos o privados). Para colmo, el viento parece soplar en contra, cuando Jorge Glas es enjuiciado mientras él se encuentra en el país. El Sansón correísta no solo fue adormecido. Ahora está invisibilizado y su fuerza parece no generar el miedo de antes.

Como parte de la estrategia de transición entre motores, Lenín Moreno no ha confrontado a Correa. Para ser funcional, el motor de combustión necesita que la explosión expansiva se escuche. Significa que ese motor está en funcionamiento, que el auto se mueve raudo. Fiel a su estilo eléctrico, Moreno no hace declaraciones sobre la denostación de Correa y el correísmo, que lo ha tratado de impostor y traidor. Pero le ha demostrado que no es necesario el aspaviento discursivo para ser efectivo. Muchos interpretaron la venida de Correa como un mensaje tanto a la Corte Constitucional como al Consejo Nacional Electoral y las Cortes, que tenían que resolver en paralelo la constitucionalidad del cuestionario de la consulta popular promovida por el presidente, la legalidad de la directiva de Alianza País y el juicio contra Glas. Lo más probable es que en las tres instancias, el correísmo sufra sendos reveses. Incluso es factible que ni siquiera haya legalidad para el cónclave de Alianza País en Esmeraldas, la supuesta razón por la que Correa se encuentra en de vuelta en el Ecuador..

Con la continuidad del proceso de consulta y de las preguntas de la misma, Moreno ha demostrado en estas semanas que los ruidos del motor correísta no significan que el auto de Alianza País se mueve en la dirección que Rafael Correa y los suyos quieren. De hecho, los éxitos del presidente, a pesar de tener a Correa haciéndole campaña en contra, los ha conseguido sin confrontar: los hechos han hablado más que todo el aspaviento del discurso correísta. Además de que seguramente estos hechos van a sumarle apoyos partidarios a Moreno en su disputa del poder con Correa, constituyen un mensaje aún más significativo para todo el país: la transición hacia un nuevo y silencioso motor, parece un proceso irreversible en Alianza País.