El viernes uno de diciembre, dos funcionarias de comunicación de la Corte Nacional de Justicia reían mientras emocionadas señalaban algo en la pantalla de sus teléfonos celulares.

— Me tomé esta foto.

Dijo una de ellas, hermana de una asambleísta de la facción correísta de Alianza País. La otra facción, la que Correa y sus leales combaten, está en el poder y la encabeza Lenín Moreno, actual presidente del Ecuador.

Unas horas antes, la mañana del viernes había amanecido un poco nublada, como cualquier otra mañana de diciembre en Quito, pero dentro de la Corte Nacional el clima era distinto. Rafael Correa, expresidente del Ecuador, llegó a la máxima instancia judicial del país para respaldar a su exvicepresidente Jorge Glas, enjuiciado junto a otras ocho personas —entre ellas su tío Ricardo Rivera— por la trama de corrupción del caso Odebrecht en Ecuador.

Correa llegó pocos minutos antes de las once de la mañana, durante el primer receso. Entró por la misma puerta por la que entran los jueces de la Corte. Vestido con terno oscuro y corbata verdeflex cruzó rápidamente, haciendo un gesto de saludo con la mano y moviendo la cabeza.

Lo esperaba de pie, junto al umbral, la asambleísta Marcela Aguiñaga, una de las primeras militantes de Alianza País en romper con Lenín Moreno. Junto a ella, firme como un soldado, otro fiel acólito correísta, Fernando Alvarado, exsecretario de Comunicación y de la Administración en el gobierno de Correa, hacía la guardia al arribo de su líder.

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Correa llega a la corte con la asambleísta Marcela Aguiñaga. Fotografía de María Sol Borja para GK

Al fondo de la sala, al lado derecho, está la pequeña puerta por la que los jueces, cuando hay una audiencia, llegan desde sus despachos, subiendo por un ascensor privado hasta el octavo piso. En el medio está el podio y a la izquierda del podio hay varias oficinas pequeñas. En ellas permanecen los testigos del juicio hasta que son llamados a declarar.

El ingreso para el público que asiste a la audiencia, para la prensa, los abogados y los acusados es por uno de los tres ascensores que se toman en la planta baja del edificio de la Corte. Cuando se abre la puerta del ascensor, quien sale se encuentra el dispositivo de seguridad que incluye un detector de metales. Bajo ese dintel pasa todo mortal que quiere entrar a la audiencia. Un policía se encarga de revisar las carteras e impedir que ingresen maletas. Ni siquiera los periodistas que llevan equipos o computadoras pueden ingresar con maletas. Se les pide que las dejen en unos casilleros habilitados para eso, unos pisos más abajo.

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Así es el octavo piso de la Corte Nacional de Justicia donde es la sala de audiencia. Infografía de Paula de la Cruz

Las funcionarias de la Corte Nacional que luego se tomarían la foto, se movían, desde temprano, de un lado a otro, inquietas, curiosas, comedidas. Comentaban entre ellas, iban de la puerta de la audiencia al puesto del detector de metales, de allí a la sala de prensa. Se sentía que algo importante iba a suceder.

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Rafael Correa y Jorge Glas se abrazan en un receso de la audiencia en que Glas es juzgado por asociación ilícita. Fotografía de María Sol Borja para GK

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La audiencia se había instalado a las nueve de la mañana. Apenas una hora y media después, el Juez dispuso un receso de treinta minutos. Empezó un movimiento inusual al interior de la sala. Tan inusual, que entre el público que entraba y salía, estaba un hombre alto, atlético, rapado, enternado, parte de la seguridad personal de Miguel Jurado, el juez que llamó a juicio a Glas y los otros procesados. Desde que inició esta etapa del juicio es la primera vez que aparecía. Qué hacía ahí, en una audiencia donde su jefe no actuaba, tampoco se supo.  

Cerca de las once llegó Correa. Tras su paso, la puerta de vidrio se cerró y fotógrafos, camarógrafos y algunos periodistas se quedaron sin poder regresar a la sala de audiencias. Concentradas en el teléfono, las dos funcionarias emocionadas por las fotos, ignoraban al grupo de camarógrafos y fotógrafos que se agolpaban frente a la puerta de vidrio, intentando captar alguna imagen de quienes sí pudieron ingresar a la sala de audiencia. Llegó el excanciller Ricardo Patiño, y poco después, entre otras personas, Pablo Baca Mancheno, hermano del Fiscal y abogado de Doris Soliz —legisladora correísta de País— en un juicio que interpuso al extinto Diario Hoy en 2011. Luego, los jueces ingresaron a la audiencia: Edgar Flores, Silvya Sánchez y Richard Villagómez. La audiencia se reinstaló.

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La prensa intenta cubrir la visita de Rafael Correa a la Corte durante el caso Odebrecht. Fotografía de María Sol Borja para GK.

Apenas pasados unos veinte minutos de la reinstalación, dos periodistas logramos regresar a la sala de audiencias. El ambiente era tenso. Un hombre alto, corpulento, moreno, de cabello negro y crespo, que llegó junto a Correa, entraba y salía de la sala. Hablaba con Fernando Alvarado, con Homero Rendón (el exfuncionario del gobierno de Correa, de quien el portal 4Pelagatos hizo un extenso reporte). Iba tras de Correa, incluso cuando él salió hacia el baño en media audiencia.

El hombre entró de repente a la sala con un pequeño bolso negro, y se lo entregó a otro hombre, también ubicado cerca al expresidente. Nos sorprendió por la tajante prohibición que existía de entrar con bolsos y maletas. Pero las reglas que eran para todos parecieron no estar vigentes para Rafael Correa y su ahora reducido séquito.

Era como si el expresidente aún gozaba de los pequeños privilegios a los que se acostumbró mientras estuvo en el poder.

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La audiencia de juicio de Glas y los otros ocho acusados empezó el viernes 24 de noviembre de 2017. Llevaba ya 8 días y había perdido la espectacularidad del primero. Era casi ya una cuestión cotidiana: estábamos los mismos periodistas, cubriendo a las mismas personas, escuchando testimonios larguísimos e impugnaciones de documentos que se cuentan por miles de hojas. La custodia policial ha sido solo aquella necesaria para trasladar a los detenidos y para garantizar el orden dentro de la sala, pero en los exteriores de la Corte, en la calle, casi no ha habido. Todos los días las cuatro o cinco personas que se han manifiestado a favor de Glas no ameritan que haya  más seguridad.

Pero el uno de diciembre fue diferente. Había más seguridad, más barreras de protección para el ingreso al edificio. Unas treinta persona con camisetas verde país, cargaban banderas y afiches con imágenes de Rafael Correa. Gritaban consignas como “Libertad, libertad, libertad para Jorge Glas” o “Correa, amigo, el pueblo está contigo”.

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Simpatizantes de Jorge Glas, afuera de la Corte. Fotografía de María Sol Borja para GK

Dentro de la Corte, la presencia de varios miembros de su seguridad era la señal inequívoca de su presencia: uno alto, delgado, de nariz grande y pelo rapado, otro corpulento, de tez morena, barriga prominente, pelo crespo, y un tercero, más moreno, de pelo corto, liso.  

En la sala de audiencia no había ni un solo asiento libre. Por lo menos seis filas eran ocupadas por miembros de Alianza País. En la primera fila del centro, como todos los días, estaba sentado Heriberto Glas, el hermano del vicepresidente enjuiciado. A su izquierda,  Rafael Correa. En la fila contigua, Marcela Aguiñaga. Un poco más atrás, Fernando Alvarado. De pie, a la entrada el hombre alto y pelado, de la seguridad de Correa. Otros rostros eran nuevos y desconocidos para quienes llevamos más de una semana ahí. Hemos pasado tantas horas en esta sala que no debe tener más de 70 metros cuadrados que podemos identificar hasta a los parientes de los procesados menos prominentes: en los recesos se les acercan, les llevan café, los acompañan hasta el baño o conversan con el policía que los custodia.

En esta jornada atípica del proceso, con más policías, público y problemas para cubrir, era difícil concentrarse en lo que pasaba durante el juicio. Cuando la audiencia retomó un cauce más o menos normal, luego de la suspensión por media hora —que le permitió a Rafael Correa llegar y ser foco de los medios—, los abogados de los procesados se dedicaron a impugnar las pruebas de la Fiscalía.

Eduardo Franco Loor, defensor de Jorge Glas, empezó a hacer un largo alegato. El presidente del tribunal, Edgar Flores, lo detuvo y le dijo —como sucede casi a diario con Franco Loor— que estaba irrespetando el proceso.

— Ya le he llamado la atención varias veces. Por su profesionalismo yo no debería estar haciendo esto.

Lo dijo con el tono cansado de quien repite una instrucción demasiadas veces.

Franco Loor lo ignoró. El juez Flores lo interrumpió de nuevo:

— No es el momento de los alegatos, es el momento de la impugnación. Si usted sigue así voy a tener que suspender la audiencia.

— Yo voy a tener que desacatar lo que usted me dice, señor Juez.

Esa respuesta sorprendió al juez y al público. Parecía que la suspensión de la audiencia era lo que buscaba. La paciencia de Flores se acabó.

— Se suspende la audiencia.

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La sala estalló en ruidos, y todo lo que sucedió después puede ser contado como en fast forward: era cerca del mediodía, la audiencia había durado apenas una hora desde su reinstalación. Los periodistas nos levantamos, Correa salió y se paró cerca del podio que se ha ubicado en la sala contigua para las declaraciones de abogados, acusadores y fiscal, el equipo de seguridad de Correa salió a empujones y empezó a dar órdenes, y los policías que en la Corte a diario amenazan con sacar de la sala a quien use el celular, a quien se duerma, a quien lleve maletas, a quien hable muy alto, en ese momento parecían estatuas: no se movieron, ni dijeron nada, no se inmutaron. Las funcionarias judiciales tampoco. Los que mandaban no eran ellos.

Uno de los hombres de su seguridad alzó la voz y empujó a uno de los periodistas que se acomadaba en medio de la maraña de prensa. Los periodistas le reclamaron, y una mujer menuda, vestida con un buzo negro y jeans, también del equipo de Correa, quiso poner orden en la Corte:

— Por favor, compañeros, orden, por favor.

Una funcionaria de la Corte Nacional, de pie en el centro del escenario, justo al lado del podio que ocuparía Correa, insistía casi a los gritos con una amenaza

— Si no, sale la prensa de aquí, si no, sale la prensa de aquí.

— Bueno, sáquenos si quiere pero no es posible que la Corte no haga nada y permitan que nos traten así.

— Estamos cumpliendo nuestro trabajo, no tienen por qué agredirnos.

A la entrada de la sala, de pie, el expresidente Correa esperaba de brazos cruzados, mientras su equipo decidía cómo, cuándo y a qué hora. A nadie en la Corte Nacional de Justicia parecía molestarle que una audiencia se acomode para que un ciudadano que asiste como cualquier otro, decida hablarle a la prensa. Hasta ese momento, nadie que no fuera abogado, testigo, fiscal o acusador se había parado en ese podio. Pero al mediodía del uno de diciembre, en la Corte se instaló un karaoke de a uno: había micrófono abierto, pero solo para Rafael Correa.

La canción que eligió es la misma que repite en estos días. “Estoy cumpliendo un deber de amigo, un deber de testigo de cómo Jorge Glas ha trabajado por su Patria con toda honradez, con toda entrega”, dijo con la voz un poco ronca y débil. “Es un deber evangélico”. Marcela Aguiñaga y Soledad Buendía, detrás de él. A su izquierda, Fernando Alvarado. A su derecha, junto a la funcionaria de la Corte que había amenazado con sacar a la prensa, estaba Ricardo Patiño. “Estoy dándole mi apoyo, mi abrazo, mi reconocimiento, mi admiración al ingeniero Jorge Glas Espinel, Vicepresidente Constitucional de la República del Ecuador” —dijo y alzó la voz para enfatizar el cargo de Glas— “injustamente detenido e injustamente acusado”.

Después, siguió la letra ya conocida del bolero de su retorno: que no hay pruebas en su contra, que no ha cometido ningún ilícito, que él aún confía en la Justicia.

— Se trata, tal vez, del primer preso político que tiene el país.

Habló durante unos ocho minutos. Pasó del juicio de su amigo Glas a juzgar a su examigo Lenín Moreno: dijo que la consulta popular que ha convocado es inconstitucional, que cuenta con el apoyo “de cierta prensa”, que los tiempos que vive el Ecuador son difíciles.

No aceptó preguntas y se fue, por la misma puerta por la que llegó. Detrás de él, habló Franco Loor, el abogado que con sus incidentes procesales permitió que Correa declarara ante la prensa. Después, en una esquina, lejos del podio, un par de periodistas entrevistaron al abogado de César Montúfar, acusador particular en el juicio.

Al regresar en la tarde, la Corte, su sala de audiencias y el juicio por asociación ilícita recobró su ritmo rutinario, su calma y familiaridad para los que hemos pasado ocho días ahí. Todo parecía de vuelta a la normalidad: solo los jueces entraron por la puerta de los jueces, ya nadie metió un bolso o una mochila a la sala, y ya no había nadie que no fuera un funcionario de la Corte dando órdenes y empujando periodistas en los pasillos. Era claro que Rafael Correa, el hombre que ha perdido el poder pero conserva aún sus pequeños privilegios, ya no estaba. Ya no volvería.