“¡Siempre la habilísima estratagema de convertir
en cuestiones de beneficencia

las cuestiones de derecho!
No queremos vuestra caridad.
No queremos compasión, queremos justicia.”
Gabriela Alemán

Humo, la última novela de Gabriela Alemán cuenta la historia de una mujer que después de 17 años regresa a Paraguay para recoger la correspondencia de su amigo Andrei. Nos enteramos de su vida, de la guerra del Chaco, de un dictador y de los extractivismos. El ejercicio de la memoria en algunas escenas de la obra en que Paraguay es un pretexto, una metáfora, una invitación. Esta historia que nos narra Alemán, llena de migrantes, indígenas, recuerdos, luchas, autoritarismos, es la de cualquiera de nuestros países, la de ayer y la de ahora. Copy-paste.

Andrei y un pequeño grupo de personas, que trabajan en un leprocomio, tenían la misión de ir a buscar ñandúes en el Chaco, pero se encontraron con la guerra. Una guerra estúpida en la que, con mucho patriotismo, pelearon bolivianos y paraguayos. Muchos muertos. Por eso, como le sucede y afirma uno de los personajes, corresponsal de guerra, “el mundo le molesta. No lo entiende. Ha visto a hermanos peleando por una herencia y a gobernantes vendiendo a pueblos enteros por oro.” La guerra era cruel y no tenía sentido y se disputaba en una tierra árida en el corazón de América. La guerra tuvo dos actores ocultos pero determinantes: las compañías petroleras Standard Oil en Bolivia y la Royal Dutch Shell en Paraguay. Ambas querían oro. “Si es negro, mejor, y si tienen que aniquilarse las siguientes generaciones de hombres de ambos países para encontrarlo, pues nadie parece vacilar.”. El grupo de Andrei ayuó a los heridos de guerra, y cuando ésta se convirtió en un rumor lejano, finalmente buscaron los ñandúes y los encontraron. Entonces, un avión apareció y abrió fuego de metralla contra ellos. “Nuestra embarcación se deshizo; los ñandúes se perdieron pero todos llegamos a la orilla.”

Años más tarde, Andrei heredó tierras en el Chaco que eran ricas en madera. Comerciantes presionaron para que las venda. Lo amenazaron y hasta hubo muertes en la zona. “Los bienes y derechos de Andrei se redujeron a la benevolencia que le concedía Stroessner de permitirle seguir vivo. Las deudas y obligaciones de Andrei consistían en guardar silencio y tratar al dictador.” Al final, Andrei se mató: “se cansó de dar la pelea.”

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En Ecuador también se libra una guerra y por los recursos naturales, minerales, petróleo y madera. Es una guerra estúpida, como toda guerra, y esconde intereses que no queremos ver. Salvo que no es del pasado sino de ahora, pero no la llamamos por su nombre.

Sucede en Panantza. A ella se le opone la resistencia shuar. Ella produce los desalojos en Nankints, el despojo, el desplazamiento, la militarización, las muertes. El Chaco es Panantza. Pero quiero hablar de los waoranis y del Yasuní. Ahí también hay un guerra, constante, silenciosa, sin cuartel. Decenas de indígenas han muerto, muchos de ellos pueblos en aislamiento voluntario, y también madereros, personas que explotan madera, misioneros, campesinos.

Pero la guerra es desigual. Unos pelean con lanzas y desde la selva; otros tienen armas de fuego y desde el mundo occidental global. Creemos que el asunto se termina con pensar que los miles de millones de dólares del petróleo nos ayudan para el desarrollo del país —y no nos importa, no queremos ver, el sacrificio, el dolor, la angustia, la muerte del pueblo waorani, que muere cultural y físicamente.

Así como en el Chaco peleaban porque creían que defendían sus tierras, y en el fondo peleaban por los intereses de empresas transnacionales, acá creemos que peleamos nuestros intereses. El petróleo no es rentable. El petróleo genera corrupción, contaminación, violencia. Otros se benefician y están fuera de la selva, fuera del Ecuador, fuera del debate. Todos perdemos en Ecuador (quizá no unos poquitos que sí ganan dinero) y otros ganan fuera. El Yasuní es el Chaco.

Por todo esto, la pregunta de la consulta popular sobre el Yasuní es necesaria aunque insuficiente.

Necesaria porque es un tema que merece ser visibilizado, debatido, considerado. No debería depender el Yasuní de un movimiento político para explotarlo (Alianza País cuando autorizó y promovió la explotación) ni de un grupo de empresas acolitadas por el Estado para operar. La consulta es un medio más para proteger a los waoranis y a la naturaleza.

Insuficiente porque la consulta avala la explotación en gran parte del Yasuní, no considera la vida y la existencia de los pueblos indígenas en aislamiento, Tagaeri y Taromenani, amplía la protección, sí, pero no hay que olvidar que hace menos de 60 años todo ese territorio era waorani y ahora, como un favor, les ampliamos unas hectáreas más. Nosotros les despojamos. Nosotros les incrementamos, “como una habilísima estratagema”, más hectáreas, cuando por derecho les corresponde su tierra ancestral. Una reflexión más que aparece en el libro de Alemán dice que “el que más tiene no es que mejores atributos físicos ni bienes materiales posee sino el que más cantos conoce.” Y los waoranis cantan todo el tiempo.

A pesar de todo, hay que contestar SÍ en esta pregunta. Nos permite recordar la existencia de los pueblos en aislamiento, los intereses ocultos, la mezquindad de quienes somos parte de la cultura hegemónica, la necesidad de recuperar la memoria.