Poco antes de la primera vuelta electoral de 2017, las acusaciones desde Miami del exministro del régimen correísta Carlos Pareja Yannuzzelli —archiconocido como Capaya— parecían generar el efecto devastador de un asteroide en el planeta Alianza País. Las acusaciones de Pareja cambiaron el eje electoral hacia la discusión sobre algo que se intuía, pero que Capaya revelaba en detalle: las grandes decisiones en las inversiones petroleras estratégicas, y la fiesta de los negocios en torno a las mismas, eran de conocimiento y responsabilidad de Jorge Glas. Pareja también dio detalles de las maletas llenas de dólares con las que se pagaba el silencio del contralor Pólit (algo que se confirmó en junio de 2017 cuando Pólit fue destituido) en las suites del Swissotel, y de la extrema debilidad fiscal que derivó en pésimos acuerdos de preventa petrolera. Era la primera vez que un funcionario de primera línea de una de las áreas estratégicas exponía la inconsistencia de la verdad oficial de las manos limpias: en realidad, habían estado mugrientas, y por mucho tiempo.

La condición de prófugo de Capaya y su incapacidad de entregar evidencia que sustente sus acusaciones fue la defensa que usó el gobierno de Rafael Correa para mitigar el daño del asteroide Capaya. Los resultados electorales, que le dieron a Alianza País mayoría en la Asamblea legislativa y la victoria en la segunda vuelta presidencial, parecieron reforzar el convencimiento dogmático de la autodenominada Revolución Ciudadana: para creer que las manos de Alianza País siempre estuvieron limpias bastaba con confiar con fe ovejuna en la palabra de Rafael Correa. En el caso de Capaya, fue el equivalente a pensar que sus denuncias tuvieron más de estruendo que de impacto real. Alianza País confiaba que la atmósfera correísta —sabatinas, medios públicos, guerreros digitales— había hecho lo suyo, desintegrando al asteroide.

No obstante, el asteroide Capaya no se disolvió: se dividió y produjo un impacto en diferentes ámbitos. Una parte generó partículas en el ambiente, modificando seriamente la composición atmosférica. En su equivalente político implicó un cambio radical de la discusión pública respecto de los serios indicios de corrupción en los gobiernos de Alianza País. Dos factores ayudaron a esta variación climática: los crecientes efectos de la crisis económica y el agotamiento frente al autoritarismo de Rafael Correa. La paciencia ovejuna se fue reduciendo y, como contraparte, aumentó la necesidad de mayor transparencia frente a la acumulación de casos de corrupción durante la así llamada ‘década ganada’. Las acusaciones de Capaya, por su origen y descripción detallada, casi le cuestan la presidencia al binomio Moreno-Glas.

La victoria mínima en segunda vuelta no significó el fin de la sensibilidad pública frente al tema. Al contrario: era una bomba de tiempo creciente que le podía estallar a Lenín Moreno, sobre todo a la hora de tomar las medidas necesarias para afrontar la mesa semivacía que le heredaban.

Lo anterior configuró el impacto de otro de los pedazos del asteroide Capaya: la sobrevivencia política de Lenín Moreno. El presidente sabe de antemano que la transición poscorreísta va a ser difícil por la realidad fiscal y económica que heredó. Pero, sobre todo, por las dudas razonables sobre los casos de corrupción que se acumulan y tienen un elemento en común: apuntan al vicepresidente Jorge Glas.

La presencia de Glas en el gobierno de Moreno ha implicado un recordatorio tóxico que daña el frágil ecosistema con el que el Presidente debe construir su gobierno. En consecuencia, la estrategia morenista de separarse del correísmo duro y de su máximo exponente casa adentro, Jorge Glas, es una apuesta necesaria y, hasta el momento, exitosa. El asteroide Capaya no provocó que otro partido reemplazara a Alianza País en el gobierno, pero, al parecer, está generando el fin de Alianza País tal como lo conocemos, separando crecientemente a ovejunos y morenistas.

Otra de las partes del asteroide Capaya ha impactado en una de las regiones más importantes del planeta Alianza País: la credibilidad. Ha sido el resultado de un proceso vinculado a la política de apertura y desacralización de verdades (fin de las sabatinas y cambio de la lógica editorial de los medios públicos) que ha llevado la administración de Lenín Moreno. Que incluye, además, la continuidad de las causas penales y las filtraciones a la prensa de las evidencias en varios de los casos de corrupción, sobre todo de la causa contra Odebrecht en Brasil.

A la falta de un contrarrelato que desvirtúe las acusaciones de corrupción (tal como ocurría en los gobiernos de Rafael Correa) se suman las evidencias que arrojan los procesos judiciales, que empiezan a darle mayor musculatura a las acusaciones de Carlos Pareja Yannuzzelli. Los audios, los videos y las documentaciones que dispone la Fiscalía, en cada una de las causas, están empezando a volver cada vez más creíble al Capaya de la reciente campaña electoral.

Con todos esos antecedentes, la entrega voluntaria de Carlos Pareja a la justicia ecuatoriana el viernes 11 de agosto de 2017,  es el fragmento más tóxico del asteroide. En la campaña presidencial, Rafael Correa y el oficialismo cuestionaron a Capaya por no regresar al país, por no entregar evidencia, por ser un traidor que hasta el final pidió clemencia al Presidente.

Pero ahora Pareja ha regresado para encarar los procesos, dar su versión, proveer sus descargos y apuntar sus dardos contra Glas. No desde la tarima inmaterial del ciberespacio, sino desde los muy reales tribunales de justicia. La movida no solo es simbólica: es potencialmente mortal porque podría echar abajo la artillería correísta. Las preguntas que rondan el arribo del fragmento final del asteroide Capaya no son para nada triviales: por qué ahora, en qué medida esta es una movida diseñada por el gobierno de Moreno, por qué estuvo involucrado José Serrano, presidente de la Asamblea, y no la Fiscalía o el Ministerio del Interior.

La versión oficial de Capaya y el gobierno es que fue una entrega gratuita. El exministro Pareja incluso argumentó que regresó al Ecuador porque piensa que ahora sí hay  “una justicia independiente”. Pero todo apunta a que existe algo a cambio de lo que, al parecer, será una de las movidas más fuertes para terminar de hacer explotar al planeta Alianza País: el empeño por que caiga la cabeza de JG.