El 30 de junio de 2017 murió Simone Veil, la personificación de la resiliencia, esa capacidad para continuar luchando, a pesar de los dolores y las frustraciones. En ese empeño, Veil logró cambiar su país, su continente y el mundo. Nacida en 1927 como Simone Jacob, tuvo todo en contra por ser judía y mujer. Eran los tiempos en que el antisemitismo y la discriminación contra la mujer eran comunes: las francesas no tenían derecho al voto, y el país muy pronto se sumiría en el horror de la Guerra Mundial. Veil vivió y llevó el dolor de la Shoah (el Holocausto judío a manos de los nazis) tatuados en el alma y en el brazo. Pero, a diferencia de muchos que trataron de borrar ese infierno de sus pieles y de su memoria, Simone Veil utilizó el infame número 78651 con que la marcaron en Auschwitz como un recordatorio ineludible de que luchar por las causas justas permite sanar las heridas traumáticas.

Veil fue la cuarta hija de una familia de judíos franceses secularizados por los valores de la república. Durante la ocupación nazi en Francia significó para los Jacob-Steinmetz (los dos padres y sus cuatro hijos) el destierro a diferentes campos de concentración en Polonia, entre 1944 y 1945. Allí les estamparon la infamia nazi en la piel, como una premonición de muerte de la que Simone se libró por una mentira: dijo tener dieciocho años en lugar de dieciséis. Ese artilugio le permitió escapar de los hornos de Auschwitz, a donde iban directamente los niños, adolescentes y ancianos. De ese año infernal en suelo polaco, sobrevivieron Simone, sus dos hermanas mayores y una promesa: cumplir el mandato de su madre de convertirse en una mujer trabajadora e independiente.

De regreso en Francia, Simone Jacob se casó con Antoine Veil mientras estudiaba Derecho en Science Po, la prestigiosa universidad parisina de ciencias sociales. Allí cumplió el mandato materno, al graduarse y luego convertirse (a pesar de las reticencias de su esposo) en jueza. Tenía apenas 27 años. En un entorno masculino, Simone Veil desarrolló un trabajo metódico que la llevó a ser la primera secretaria del Consejo Superior de la Magistratura en 1969. Y, luego, convertirse en la primera ministra de Salud durante el mandato de Valéry Giscard d’Estaing, en 1974. Su designación fue una ruptura en muchos sentidos: era la primera mujer ministra en Francia luego de 27 años, en un contexto en que la participación pública era mínima: 1.8% del Congreso y 2.7% del senado eran mujeres.

El cargo de ministra implicó un desafío grandísimo, cuando, apoyada por el presidente Giscard d’Estaing y su primer ministro, Jacques Chirac, Veil lideró la presentación de la ley que permitiera el aborto como política pública ante la Asamblea francesa. Durante varias semanas, el debate público tomó un cariz violento, con las mismas características de los actuales: marcados por los argumentos religiosos, conservadores y de desconocimiento de los derechos de las mujeres. Hubo, incluso, referencias dolorosas para Veil: el diputado Jean-Marie Daillet le dijo que los embriones iban a ser “lanzados al fuego de los crematorios”. Sus conocidos, sobre todo mujeres burguesas, le dejaron de hablar.

Simone Veil no se amedrentó. Logró que el parlamento francés aprobara en enero de 1975 la ley que permitía el aborto como un derecho de cada mujer, una decisión que le compete solo a ella. Veil, una sobreviviente, sabía lo valiosa que era la vida. Pero también, como mujer que ganó a pulso un espacio público, tenía claro cuán esencial es la autodeterminación de las mujeres.

Viel fue varias veces ministra de Salud. Pero el punto culminante de su vida pública lo alcanzó en 1979 cuando fue electa como primera presidenta del primer Parlamento Europeo. Su elección era increíblemente simbólica. La idea que la entonces recientemente creada legislatura europea fuera presidida por una judía sobreviviente del Holocausto, simbolizaba el resurgimiento de Europa desde las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. Y lo era, además, como parte del acuerdo político que había entre los dos grandes ejes del esfuerzo por la unión europea: Francia y Alemania. La presidencia de Simone Veil sellaba un lazo de reencuentro de los dos países desde la necesidad de la unidad, que ella misma supo interpretar como un imperativo para evitar nuevos conflictos.

La etapa final de su vida de servicio público para Francia y Europa, estuvo llena de reconocimientos académicos. Fue la quinta mujer miembro de la Academia Francesa y fue también elegida al Consejo Constitucional de su país. El continente entero no ha escatimado adjetivos para ensalzar la dimensión de su vida y obras. Porque en Simone Veil se encarnaron los grandes horrores y luchas (el Holocausto, los derechos de las mujeres, la construcción institucional de la Unión Europea) que tuvieron una vuelta de tuerca fundamental, gracias a su resiliencia. Y al cumplimiento de la promesa materna, de la que siempre se acordaba al ver el número marcado en su brazo.