Las últimas elecciones presidenciales en Brasil fueron sucias. También fueron emocionantes. Y rindieron una sorpresa: la deconstrucción de Lula da Silva de estadista a pendenciero. El ex presidente que no cuidó su imagen y salió en las últimas semanas de campaña a dividir al país con discursos de ‘ellos contra nosotros’,  desgañitándose en las tarimas, llamando a los opositores ‘nazis’ y ‘Herodes’.

Recapitulemos. Lo que parecía ser la aburrida reelección de Dilma Rousseff –quien a pesar de las protestas anti Mundial se recuperó e iba liderando las encuestas con holgura hasta agosto– se complicó cuando la avioneta del candidato que estaba en tercer lugar, Eduardo Campos, se estrelló. Con la muerte del ex gobernador de Pernambuco –padre de cinco hijos y nieto de Arraes, uno de los mayores políticos del nordeste– el país sufrió el impacto de perder a uno de sus líderes en ascensión, quien había sido aliado de Lula.

Dilma lidió con el cambio en el tablero y no perdió la compostura aún cuando las cosas dejaron de parecer tan fáciles para ella (llegó a estar en empate técnico con el reemplazo de Eduardo Campos, Marina Silva). Pero en la segunda vuelta, en las que se enfrentó al economista socialdemócrata Aécio Neves, las cosas se le complicaron de nuevo a la candidata del Partido de los Trabajadores. Entonces, Dilma recurrió al Lula que el mundo no conoce. El estadista Lula, ese que salía en la primera vuelta calmo y sonriente en la televisión diciendo que la continuidad de Dilma era lo mejor para el Brasil, se transformó en el Lula rey de la tarima y acabó con la imagen que los extranjeros tenemos de él. El ex presidente gritaba, micrófono en mano, que esto era un “ellos contra nosotros”. Dividió al país en dos: los buenos contra los malos. Los pobres contra los ricos. Los petistas contra los tucanos (como llaman a los socialdemócratas). El mismo hombre que antes reconocía que el gobierno de Fernando Henrique Cardoso le había dado estabilidad económica al Brasil, una receta que, además, siguió para afianzar su crecimiento, empezó a repetir la mentira de que ese gobierno lo había quebrado. Se olvidó de que llegó al poder con la promesa del programa Fome Zero (hambre cero), que no cuajó, y que el exitoso Bolsa Família (beca familia) que lo hizo tan respetado en el mundo partió de la base de los programas sociales que había comenzado Fernando Henrique Cardoso.

¿Qué pasó para que obrara este cambio? Ocurrió que la primera vuelta fue complicada porque una vieja aliada del PT entró a escena: Marina Silva, reemplazo del fallecido Campos, quien  había sido la niña de los ojos de Lula durante años. Fue su Ministra de Ambiente. Discípula de Chico Mendes, ambientalista de fama mundial, Marina estuvo en los inicios del Partido de los Trabajadores (PT) en los años ochenta. En las elecciones generales de 2010, como candidata del Partido Verde, había quedado en tercer lugar, con veinte millones de votos. Muchos creían que en 2010 Marina sería la candidata del PT, no Dilma. Pero su renuncia al Ministerio de Ambiente y su salida del PT, acusándolo de haber perdido sus ideales, acabó con esa opción. Con la conmoción por la muerte de Campos –bonito, carismático, dueño de varias frases de efecto–  Marina arrastró a su electorado y desplazó a quien estaba en segundo lugar en las encuestas, Aécio Neves.  El complejo tablero político brasileño comenzó a mutar: Marina crecía como una ola al acercarse la segunda vuelta, y Neves –mientras en su partido se hablaba en renunciar a la candidatura y apoyar a Marina– decía que todo eso no era más que una ola pasajera y que él recuperaría el segundo lugar. La fuerza de pensamiento positivo de Aécio pareció funcionar. En la última semana antes de las elecciones, Marina se desplomó. Y Aécio Neves pasó a la segunda vuelta con un porcentaje mucho mayor de lo que había previsto la última encuesta antes de la votación.

¿Por qué cayó Marina? Además de la reflexión de los votantes después del duelo por Campos, también tuvo que ver la campaña de desprestigio que el PT emprendió contra ella. Marina, quien había luchado con ellos, fue atacada como traidora, indecisa, amiga de los banqueros (cuando el propio Lula se enorgullecía de su amistad con Emilio Botín, el presidente del Banco Santander, y escogió a un ex banquero para dirigir el Banco Central) y con campañas emotivas que aseguraban que con Marina se acabaría la comida de la mesa de los brasileños, por su propuesta de dar autonomía al Banco Central.

Aécio Neves empezó la segunda vuelta en primer lugar en las encuestas. El PT, entonces, dirigió sus cañones hacia él. Se mandaron mensajes de texto a los beneficiarios del programa social ‘Bolsa Família’ diciendo que si ganaba Aécio se acabaría el subsidio, se acusó a Aécio de consumir cocaína, se habló de la construcción de un aeropuerto en terrenos de su tío cuando era gobernador del estado de Minas Gerais. Y, al mismo tiempo, estalló el escándalo de Petrobrás. Se filtró la declaración del ex director de abastecimiento de la petrolera –ahora preso– que aseguraba que se usó a esa empresa estatal para hacer lavado de dinero y sobornar a varios políticos para mantener la red de influencias del PT. Era un hombre que había tenido la confianza de la Presidenta mientras trabajó en la estatal que más orgullo le da al país. Un tipo que luego aseguraba que durante el gobierno de Dilma el dinero de los brasileños había ido a parar en bolsillos de políticos que se pagaban favores. Los tucanos festejaron. En las redes sociales, los simpatizantes de lado y lado, se cruzaban insultos. El tiempo era corto. El PT sacó a su mejor carta. Lula salió de gira por Brasil.

Lula hablaba con odio. Era de verlo y no creerlo. El tipo leve, dicharachero y bromista que antes presidía Brasil, se descontrolaba en el escenario. Cuestionó  que Aécio Neves se rehusara a hacer el test del bafómetro (una prueba del aliento para comprobar si el conductor ha bebido), cuando lo pararon una noche en Río de Janeiro. Lo acusó de borracho, cuando el propio Lula es tan famoso por beber cachaza sin control que al avión presidencial de su tiempo le decían el Air Force 51 (51 es la marca de una cachaza popular, algo así como un Trópico Seco). Lo peor estaba por llegar. Lula dijo que los tucanos venían atrás del PT como nazis. Que eran Herodes, invocando a la figura que mandaba a matar a recién nacidos, ávido por conservar el poder.  La comunidad judía brasilea faltado el respeto al PT en la campañahabostura, cuando Dilma ya daba entrevistas como presidenta electa, ñeseguro de que hayaña reaccionó. Hubo pedidos de disculpas. Lula se hizo el desentendido.

Lula El líder del PT parecía desesperado. Ese ‘ellos o nosotros’ no es algo que se espera escuchar de un estadista. Lo que se esperaba era que fuera firme, pero conciliador. Que hablara del Brasil optimista que ayudó a construir, no que se dedicara a atizar el odio que ya ardía. Lula, por lo visto, no quiere perder el poder. Por eso, inseguro de que haya alguien en el PT capaz de asegurar la Presidencia que a Dilma casi se le fue de las manos, ya ha dicho –según varias fuentes de su partido revelaron al diario Folha de S. Paulo– que en 2018 volverá a ser candidato a la Presidencia. Quizás por eso, y para recuperar un poco de compostura, cuando Dilma ya daba entrevistas como presidenta electa, él publicó un video en el que decía que había mucho prejuicio en Brasil y que se le había faltado el respeto al PT en la campaña por ser quienes pusieron a los pobres en los aviones y en la universidad. Más o menos el mismo discurso, pero de vuelta la con compostura y el tono afable. El tono que se hubiera esperado de un estadista en unas elecciones acaloradas. Por lo visto, volveremos a escuchar el ‘ellos o nosotros’ sin cesar.